Un vacío educativo
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La mayor parte del tiempo vivimos en la burbuja de las suposiciones. Por ejemplo, suponemos que si votamos reflexivamente por el que consideramos que está mejor preparado para ser diputado, gobernador o presidente, éste ejecutará sus funciones con eficacia y excelentes resultados sociales. La lógica de esta presunción es contundente, pero los resultados siempre son insuficientes y muy lejanos de nuestras expectativas.
Esta premisa de las suposiciones y sus resultados se aplica a la educación y sus sorpresas. Generalmente se supone que se necesita estudiar una carrera profesional para tener un buen trabajo, lo cual en la mayoría de los casos es falso. Más bien se requiere aprender a trabajar y llegar a ser experto para tener un buen trabajo. Los estudios profesionales son solamente medios y no fines que ayudan a trabajar mejor y con más información, aunque esta no sustituirá nunca la competencia que da el trabajar.
En la época actual tenemos un vacío de incompetencia educativa que ya no se satisface con las prácticas del siglo pasado. Los niños y los jóvenes están sometidos por las demandas modernas y no son educados para ello. Los mandamos armados con “tenedores” sin forjar su carácter, a luchar para sobrevivir en un mundo inseguro y hostil, en estado de transición y cambio de costumbres, tecnologías, arte y diversiones inusitadas… espiritualidades mágicas o trascendentes, demandas deportivas y sociales, y con una gran disminución de su autonomía en el razonar, decidir, imaginar y por supuesto innovar la adaptación personal, conyugal, laboral y familiar que les espera en su futuro inmediato. Sin embargo, suponemos ciegamente que los estamos preparando para ese mundo.
Suponemos, sin razonamiento previo, que su desarrollo humano lo forja de su carácter y personalidad, se va a dar de “manera automática” y “natural”, como se da en los duraznos y los caballos. Confiamos ciegamente que la familia y la escuela se ocupan primordialmente del proceso del desarrollo humano integral: ético, social, laboral, espiritual, interaccional y mental que se dan de manera espontánea, sin ningún cultivo específico. Una suposición totalmente falsa.
Los padres y los maestros actuales no dedican sus esfuerzos a este desarrollo integral. Se han vuelto especialistas. Unos en dar de comer, otros en enseñar matemáticas, otros esperan que lleguen discípulos para el arte, la espiritualidad o algún deporte y cada uno espera que otro aporte una pieza al rompecabezas del desarrollo personal. Y mientras los hijos y sus personas van creciendo y aprendiendo a sobrevivir cumpliendo obligaciones y evitando los castigos.
Antiguamente se les decía: “la vida te va a premiar o castigar”. Esa es una actitud irresponsable de los educadores que no los alivia de su responsabilidad de desarrollar integralmente a sus hijos y discípulos. Esta irresponsabilidad tiene como fundamento una falsa suposición: “a mí no me toca”, que esconde una ignorancia fatal: “no sé en qué consiste el desarrollo integral de la personalidad, ni sus etapas, ni mucho menos cómo llevar a cabo esa tarea”.
El Estado, la sociedad y las instituciones tienen la obligación de llenar este vacío social que genera la tragedia de los hijos deficientes, fracasados, irresponsables, ninis, “halcones”, subdesarrollados y delincuentes que tienen que inventar por sí mismos una forma de sobrevivir en su vida de adultos a donde llegaron sin brújula y sin timón.
El camino es claro. Si la escuela, la familia, el deporte o la religión quieren ser educadores, tienen que proveer de una educación humana integral y no solamente promover una parcial “excelencia”.