Sabor a infancia: La cocina que une a generaciones
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Era una niña cuando por las escaleras de casa de mi abuela subían los aromas del té de hojas de naranjo. Así sabía que había amanecido y que seguro ella tendría ya preparados para mi espíritu infantil unas gorditas de nata y café con leche.
Las tacitas de barro le impregnaban a la bebida ese sabor mineral que me encantaba. Mientras tanto, sonaban en la radio canciones de Agustín Lara y quizá de Eydie Gormé y los Panchos, que seguro le traían gratos recuerdos a mi abuela.
En esos momentos, donde la tecnología no era la que dominaba cada faceta de nuestras vidas, la imaginación crecía aún más y era una gran herramienta. Entonces, en el refri, había unas calcomanías del Patito Feo, historia que ella me contaba a la hora de la merienda, mientras yo meneaba el atole de fresas, hecho con los frutos que ella misma cortaba de su jardinera .
Estas experiencias me mostraron toda la comunicación del alma y el hambre entre dos mujeres, mi abuela Laura y yo. Ella era una mujer tan delicada, femenina, y a la vez felina. Cocinaba magistralmente; recuerdo que una vez a la semana me llevaba 3 rollitos de jamón con mayonesa y unas gotas de limón. Nunca me daban jamón de diario, era un gustito nada más.
Sus tamales de mantequilla con guayaba y su atole blanco con vainilla de Papantla. La natilla que me robaba porque una era insuficiente; sus amorosos besos de flan a baño María; su caldo para la gripe y su agua de flores.
Sus remedios estaban ahí entre las plantas, entre su alma que lloraba por un amor perdido. Ella, Laura, la diosa, la mujer que callada entregaba su amor a través de la cocina. Así supe que era así, que el amor es el mejor ingrediente que hay. Porque no hay foto, ni plato, ni nada que te lleve a ese lugar profundo y mágico de los recuerdos de aromas y sabores de tu niñez. ¿Tú qué recuerdas de la cocina de tu infancia? ¿Qué te hace volver a ese ser pequeño que ponía atención a la sopita de mamá?
La cocina no solo son recetas...
Encuesta Vanguardia
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