Tina, una química farmacéutica y uno de sus hijos
La recuerdo también compartiéndome jalea de ginseng, esa planta china de múltiples beneficios
Ernestina Luna Prado, a quien le decían Tina, se graduó como química farmacéutica en la década de los cuarenta y su padre le dispuso una botica en San Pedro de las Colonias, allá donde vivían. Luego Tina le rentó un pedazo de su botica a un médico alemán de quien aprendió muchos secretos de la química.
Las boticas de aquel tiempo eran muy parecidos a laboratorios, pues allí se preparaban los medicamentos al mezclar ácidos, plantas minerales y otros elementos incluso de origen animal. Eran sitios plenos de morteros de cerámica y metal, de matraces y fuegos controlados, Imagino que Ernestina tenía también cristales de hidrato de cloral, que se trituraban en un mortero hasta obtener un polvo fino y se diluían en agua purificada, entre otros procesos, para tratar el insomnio. En aquel tiempo una química farmacéutica también aprendía sobre Mineralogía, Botánica, Física y Zoología, entre otros saberes.
“Yo me acuerdo que ella tenía libros con todas las fórmulas para hacer muchas cosas y los desaparecieron. Estudió su carrera aquí en Saltillo en una escuela que estaba por la calle Hidalgo. En aquel tiempo no existían las carreras de ciencias químicas como hoy”, así dice su hija María del Rosario, mi tía May, hermana de mi padre, durante un desayuno en Don Artemio.
Sin embargo, cuando Ernestina se casó, se fue a Monclova y traspasó la botica. Se unió en matrimonio con Francisco Luna Medrano, cuyo trabajo iniciaba a las 7 de la mañana y concluía a las 11 de la noche; era mecánico en diésel y arreglaba las locomotoras de Altos Hornos de México.
Uno de los hijos de Tina, mi padre Guillermo, a sus 15 años, se dio a la tarea de extraer grandes pedruscos y otro tipo de concreciones negras del patio frontal y trasero de la casa de sus padres, una sencilla edificación que estaba en la colonia Obrera. Quería que la tierra fértil permitiera dar a luz otra cosa que no fueran fragmentos de mezcla constructiva, trozos de block o fierros oxidados. Seguro sus viajes a la tierra de su madre, allá en San Pedro de las Colonias, donde las vides eran numerosas, lo estimulaba.
Y pues tanto cascajo quitó Guillermo en esa casa, que para entrar por la parte frontal, la gente tenía qué descender un poco, como si bajaran más de un escalón o dos. Su trabajo dejó al descubierto una tierra buena en donde plantó cuatro vides, tres árboles de duraznos y tres de ciruelos. Así cuenta mi tía May y agrega: “Willy plantó las vides igual como están allá los sembradíos en la Laguna, con sus caminos y sus líneas hacia el frente y hacia arriba; se llegó a formar un gran emparrado. Y teníamos la mejor fruta de las tres casas que estaban en contacto con la nuestra en esa cuadra, porque también tenían ese tipo de árboles. Es que Willy seguro les dio algunas parras y algo de esos mismos árboles frutales. El caso era que teníamos las mejores uvas, las más grandes y dulces. El refrigerador estaba repleto porque nuestro emparrado era el que más daba. Todos lo decían.
“Tu papá tenía muy buena mano para las plantas. También tuvimos un árbol de hule y una jacaranda que plantó. Además, ¡era bueno para cortar la leña! Es que en aquella época teníamos boiler de leña y con la ayuda de Willy nos bañábamos con agua caliente”.
Rememora que por aquellos años, allá por la década de los cincuenta, pasaba un señor en un carretón y mi abuela Ernestina le compraba la leña. Me cuenta que otro comerciante también en un carretón les llevaba leche bronca. Dice que mi abuela compraba cuatro litros diarios de leche y juntaba la nata: “con ella nos hacía un pan delicioso”.
En aquel tiempo, muchos hijos se acomedían a obtener recursos, así que Willy, de pequeño, trabajaba boleando zapatos. Ya luego tuvo “un grupo musical con instrumentos improvisados que daban forma a un güiro y a unas maracas. Usaban un cencerro y con un peine con papel de china hacían sonidos, era su música de boca. Ese grupo lo tenía con sus amigos Arturo Anguiano, Elpidio Rodríguez y otro joven al que le llamaban Perico porque a veces se llevaba su mascota en el hombro, un perico. Willy además cantaba”.
En la adolescencia de mi padre, mi abuela Ernestina comenzó con problemas de movilidad y sus amigos también estaban pendientes de ayudarla cuando tenía alguna complicación. “Eran de verdad amigos de tu padre”.
Yo la recuerdo sacando lustrosas monedas doradas de una bolsita que guardaba debajo de sus piernas y que me daba a escondidas a los siete años para que fuera a comprar lo que se me antojara. La recuerdo también compartiéndome jalea de ginseng, esa planta china de múltiples beneficios.
La palabra botica proviene del griego apotheke y significa almacén.
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