Yo maté a don Lorenzo Burciaga
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Yo maté a don Lorenzo Burciaga.
Fue hace algunas semanas y sin querer. Me disculpo por ello.
Resulta que en un artículo reciente en el que por mero ocio periodístico comentamos el triste y vergonzoso devenir del panismo coahuilense (que no es sino un remedo a escala de su condición nacional), dije hacia el final, para tratar de acentuar la vergüenza de su militancia, que ojalá don Lorenzo Burciaga, primer y último hombre de principios que al parecer militó en esta fuerza política, se les apareciera por las noches para jalarles los pies y confrontarlos con el horror derivado de la ignominia en la que han descendido.
Vamos, que yo daba a don Lorenzo por fantasma desde hace algún tiempo y es una grave falta periodística. Me disculpo por mi torpeza (mi pendejez) con todos sus amigos y familiares. Es sencillamente imperdonable no haber verificado dos veces el dato y haber hecho una asunción tan estúpida de mi parte. No tengo excusa posible.
Pero me disculpo principalmente con don Lorenzo por haber acortado con mi irresponsabilidad, aunque fuese por unos días, su biografía, ya que cuando los hombres son de principios, cada hora de su existencia cuenta.
A propósito de principios, no podía estar yo más distanciado de aquellos que profesaba don Lorenzo, quien vivía, soñaba, comía y respiraba Acción Nacional.
Yo soy gente de izquierda (de izquierda de verdad, no de la infame “ultraderecha zurda” que acabó dándonos el Peje, tan afín a la de los peores demagogos latinoamericanos y otros autócratas).
Mis ideales no podían ser más opuestos a los del panismo, pero aun así, simpaticé, voté y colaboré con causas panistas sólo porque solía ser la única opción de alternancia en la Entidad (era eso o levantar yo mismo un partido de izquierda y la verdad es que ¡qué güeva! No es mi vocación y además me gusta levantarme tarde).
Pero la única vez que crucé palabra con don Lorenzo me trató como todo un caballero. Resulta que estaba al tanto de mi quehacer periodístico y como que en alguna gracia le caía. Como si ambos supiésemos que al final, más allá de cualquier postura ideológica, lo que cuenta es que la cosa no esté tan jodida para el pueblo y el gobierno no sea tan abusivo (de preferencia nada abusivo).
El intercambio, ya le digo, fue cordial y sonriente y me dejó con una nota optimista.
Hoy me conmueve mucho enterarme de su deceso. Incluso a pesar de que yo ya no lo contaba entre nosotros.
Y quizás es por eso que me causa mayor pesadumbre, porque quiere decir que don Lorenzo probablemente estuvo al tanto de la desgracia en que derivó aquello a lo que consagró su vida.
No sé si estuvo lúcido sus últimos días ni lo quiero averiguar. Es algo muy privado. Pero si tal fue el caso, qué terrible debió haber sido enterarse que la militancia de Acción Nacional en bola le dio la espalda a lo que le quedaba de principios y de integridad, y se sumó a la campaña del candidato del partido oficial.
Y más que “sumarse” (eso es ser muy condescendiente): que fueron materialmente absorbidos, asimilados por el inamovible y todavía invicto dinosaurio priista comarcano, mismo que don Lorenzo no vivió para ver derrotado y pagando por sus crímenes y pecados cometidos en contra de nuestro Estado.
¿Qué habrá sentido el decano del panismo coahuilense, el veterano de mil contiendas electorales, el líder moral del partido de ver a su movimiento reducido a ser la comparsa del mismo poder que durante décadas les ha tenido con un pie en el cuello?
¿Qué le habrá provocado ver a sus correligionarios más jóvenes y líderes entregarse sin el menor pudor al delfín del grupo hegemónico, Manolo Jiménez, y fundirse con este en un abrazo políticamente obsceno con tal de conservar sus privilegios y algunos huesos para seguirse repartiendo (siempre con ventaja sobre la militancia de a pie) durante los próximos seis años?
Las preguntas son retóricas, nadie me las tiene que contestar y sinceramente espero que nadie lo haga, aunque me gustaría pensar que, ya en el ocaso de sus días, don Lorenzo ni se enteró de la forma tan ruin y tan pusilánime en que apuñalaron todo aquello en lo que él creía.
De regreso a mi única y breve conversación que sostuve con él: me reprochó de hecho un comentario que hice sobre “la necesidad de ensuciarse las manos para acceder al poder”.
Estaba indignadísimo, por lo que intuyo que además de principios firmes, tenía valores y quería ver al PAN ganar una elección en el Estado, no a costa de lo que fuese, sino de manera limpia, legítima, intachable.
Bueno, pues su deseo se le va a conceder a medias. Sin duda, desde donde se encuentre, don Lorenzo verá al PAN Coahuila llegar a la gubernatura, claro, no sacando adelante una candidatura ni la consecuente elección, sino como rémoras que suman, se supone, algunos votos duros, pero no agregan ni principios, ni ideales, ni honestidad, ni nada noble al proyecto para el cual ahora piden el sufragio.
Yo me disculpo por haberlo matado antes de tiempo. Lo digo con todo respeto y deseándole la mejor de las eternidades, una con todas las satisfacciones que no pudo ver materializadas aquí en la Tierra.
Y lo habré matado quizás yo en las letras, pero sus cofrades del PAN Coahuila tendrán que disculparse por haberle dado la puñalada final a sus ideales y la peor de las despedidas a don Lorenzo Burciaga.
Encuesta Vanguardia
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