Zapatos que no se deshacían
Llegamos a esa tienda oscura enclavada en un edificio, calculo mínimo construida en 1900
En su niñez, Ana arrastraba a propósito los zapatos, brincando primero sobre el pie derecho y sobando la punta del zapato izquierdo. Luego cambiaba. Esto era para lograr abrir algunas rasgaduras en las puntas que le permitieran pedir un par de zapatos nuevos. Fue infructuoso; el acabado del material espléndidamente resistente y de alta calidad, lo impedía.
Era un suplicio ser la penúltima. Tenía cuatro hermanas mayores. Entonces había escasas posibilidades de recibir ropa nueva, todo estaba hecho para durar. Así, recibía las herencias de ropa o calzado de las hermanas. Hoy que recuerda, siente culpa por haber intentado destrozar los zapatos que con esfuerzo compraba su madre.
Recuerdo haber ido a un local en el centro de Ciudad Frontera, Coahuila. Tenía 12 años y una prima nos dijo que había encontrado zapatos de tacón de aguja y puntiagudos, que estaban como para usarlos en un baile. Allí vamos después de pedir escasos pesos a nuestras madres.
Llegamos a esa tienda oscura enclavada en un edificio, calculo mínimo construida en 1900. Adentro, en una fila inmensa, había pares de zapatos puntiagudos hechos con una piel finísima y resistente, sellos y marcas lo atestiguaban. La horma usada había estado el tiempo suficiente para dar una línea que parecía inamovible. La figura cónica y estilizada nos subyugaba. Fueron tardes en que nosotros, niñas, éramos guiadas por las primas mayores, quienes nos mostraban a caminar derechas soportando esas agujas altísimas. Fuimos a los bailes con esos zapatos y primero nos cansamos de ellos, que haberles hecho alguna mella.
Sí, hace algunas décadas -salvo algunos modelos caros de seguridad o de expedición – los zapatos eran hechos para durar hasta que el pie ya no pudiera estar adentro, es decir que uno creciera, que pudiera ser heredado, o bien, hasta que el polvo lo cubriera en algún aparador.
El origen de los zapatos nos lleva hasta finales del paleolítico. Se hacían con piel o con heno y fibras vegetales. Más adelante, usar zapatos en el Egipto antiguo estaba reservado para faraones, sacerdotes y personas con cargos importantes. En Grecia, solo los hombres libres usaban zapatos. En Roma los criminales se distinguían del resto al usar zapatos de madera pesados.
Durante la Edad Media el uso del calzado se generalizó y comienza a destacar la profusión de estilos. Y también, se elaboró calzado para ocultar defectos, como es el caso de Carlos VIII que usaba punta cuadrada para disimular los seis dedos en cada uno de sus pies. Mientras que Luis XIV portaba tacón para verse más alto, ya que era bajito. Fue con la industrialización en el siglo XIX, que se produjeron zapatos en serie.
No olvidemos sin embargo, que el uso del zapato excluye prácticas alternas, como en el caso mexicano en el que se obligó a los pueblos originarios -ya durante la presencia española- a usar calzado, con lo que los pies no acostumbrados desarrollaron ampollas y sufrieron un daño en su economía familiar.
Se dice que el vocablo zapato surgió de una onomatopeya: “¡tzap!”, procedente del ruido de los zapatos mismos al caminar con ellos. Otros le atribuyen su origen al vocablo árabe Sabbat que significa cuero adobado.
Encuesta Vanguardia
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