De Coahuila al Museo Tamayo: Pinta Julio Galán de arcoíris la Ciudad de México; trasciende su obra
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Cuando las palabras visibilidad y orgullo no figuraban en el firmamento, un artista nacido en Múzquiz, les puso rostro y color a punta de pincelazos
Múzquiz lo vio nacer, pero esta ciudad minera enclavada en el norte de Coahuila sería la pista desde donde despegaría un talento transgresor que aterrizó muy pronto en Monterrey y luego voló a Nueva York, en donde reinaba Andy Warhol. El pintor, al ver la obra del mexicano, le pidió intercambiarla por obra suya, Galán se negó, pues se sintió más atraído por el estilo de vida, que por la obra del fundador del Pop Art.
Cuenta la leyenda que cuando Julio era pequeño, llegaba a una galería de Monterrey acompañado de su chofer y pasaba horas viendo pinturas que le tenían que bajar al suelo porque por su estatura no alcanzaba a apreciar. El pequeño le prometió al dependiente que volvería con su obra propia. Así lo hizo y consiguió su primera exposición. El galerista Guillermo Sepúlveda jamás dudó que ese pincel atormentado muy pronto alcanzaría notoriedad, el resto es historia.
Como muestra un botón: La Ciudad de México se rinde de nuevo a sus pies y el pintor corresponde ungiendo a sus fans con un puñado de diamantina, un toque de angustia, altas dosis de rebeldía, harto homoerotismo. Además, las piezas con las que se quería quedar Wharol y que Julio jamás le soltó, están hoy al alcance de todos.
Días después de su inauguración, el pasado mes de junio, cientos de personas serpenteaba el Museo Tamayo para encontrarse con el Enfant Terrible del llamado “neomexicanismo”, ese que le dio una cachetada con guante rosa al heteropatriarcado y además le puso chapas, pestañas y labial a los charros que aparecen orgullosos de su ambigüedad a lo largo y ancho de su obra.
Y aunque quizá la intención del coahuilense no era aterrorizar las buenas conciencias y la heteronormatividad, abrió camino al mostrar sus demonios internos y sobre todo, al hacer pública su identidad de género, su personalidad ‘Queer’ y mostrarse orgulloso de su homosexualidad cuando en las calles del norte del país, en los años 80´s y 90´s, nadie marchaba para abrazar y celebrar su diferencia.
No es una casualidad que el prestigiado Museo Tamayo le abriera las puertas de par en par en el mes donde se ondea por todos lados la bandera multicolor, el mes del Orgullo LGBT+. Y es que no se trata de cualquier exposición, tampoco de cualquier artista: El Tamayo se pintó de arcoíris con tres salas dedicadas al coahuilense, quien presume su músculo y poder de convocatoria a 16 años de su partida. Además le hacen segunda, los artistas Nan Goldin y Ugo Rondinone.
Son las salas 3, 4 y 6 las que albergan “Un conejo partido a la mitad”, La exposición que muestra a un pintor adelantado a su época y sin medias tintas para pintar y dejar constancia de sus deseos, sus dolores y fantasías en un México donde no había cabida para sensibilidades fuera de la norma y menos para aquellos a los que no les temblaba la mano para mostrar abiertamente su disidencia sexual.
Esa misma obra que en su tiempo provocaba bocas torcidas, asombro y cierto rechazo, ahora es acogida con los brazos abiertos, con entendimiento, solidaridad, admiración, respeto, culto y una complicidad que ya no se esconde.
Sus fans ya están fuera del closet y lo celebran como un artista sin etiquetas que vale la pena presumir y mostrar al mundo. No es casualidad que durante el recorrido todos presuman que lo conocieron antes de que se volviera un pintor de culto, muchos estamparon su firma para levantar un club de fans y los más apasionados, dicen ya estar afiliados a la iglesia Galanesca y hasta le prenden veladora.
Y es que apenas se ingresa a la sala 3 del Museo Tamayo y Galán te agarra y no te suelta. Su obra no es para ver de pasadita, no es de una sola mirada, pues está impregnada de símbolos, de pequeños detalles, de guiños, de mensajes ocultos, fotografías camuflajeadas y textos reveladores. La obra de Galán es un baile entre dos, un viaje mágico y misterioso que en lugar de darte respuestas sobre su vida, sobre su paso por este mundo, sobre sus obsesiones y sueños, te deja con más interrogantes y no dejas de preguntarte, de qué material estaba hecho este enigmático personaje.
No es una casualidad que en las diferentes salas se escuchan expertos en su vida, en su obra, en su pincel y salen conceptos para atraparlo, para definirlo, para etiquetarlo, pero el cabrón de Galán es huidizo, no se deja atrapar por quienes lo nombran camp, kitsch, neomexicanista, surrealista, teatral, hedonista, masoquista, blasfemo, hereje, narcisista, y claro, hermanado con la obra de una mujer que admiraba, pero de la que siempre rechazó su parecido: Frida Kahlo.
El decía que su dolor, al contrario del de Frida, no era producto de un accidente, de una columna rota: “El dolor no fue físico, me violaron el coco; literalmente me castraron”, comentó en una entrevista.
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No son para menos todas estas etiquetas y mucho menos que la comunidad lo reclamemos como uno de los nuestros. El chico raro del salón, ese por el que nadie apostaba, terminó con mención honorifica, aplausos de los críticos más escépticos, reseñas en todos los idiomas y galerías de todo el mundo abriéndole las puertas.
El Tamayo es una de ellas y sus salas se atestaron de gente que estaba feliz de inundarse de esa atmosfera impregnada de cierto travestismo, de objetos masoquistas, de muñecas, fotografías y charros de manita caída mucho antes de que existiera “El Zapata Gay” de Fabián Cháirez.
Desde los años ochentas, Galán ya homosexualizaba a los machos mexicanos, ponía su rostro en mujeres tehuanas, se ponía faldas, se pintaba las uñas, se rizaba las pestañas y acompañaba su obra con recortes de revistas porno, además torcía los símbolos patrios, mostraba la mexicanidad como si se tratara de un cuarto oscuro en un antro clandestino, se mostraba amarrado, sometido, en cuatro patas, rodeado de símbolos fálicos y todo aderezado con elementos de la iconografía cristiana, de dolor, de pecado, de golpes de pecho y del deseo de ir al cielo, aunque su obra sea un delicioso paseo por el infierno.
“Yo no entendía cómo vivir en ese mundo de tanta ‘santidad’ cuando a mi alrededor respiraba tanta tristeza y maldad. Detesto la pintura, pero es mi único espejo para filtrar la realidad, para vengarme de mi pasado. Soy pintor porque no puedo ser otra cosa”, comentó en una entrevista.
Y es que Julio se revuelca en el lodo y luego se da golpes de pecho, luego pide perdón, para no pedir permiso. Julio peca como Dios manda y su obra es una ingreso a las profundidades, a sus deseo más ítimos y claro, para quedar bien con la familiiea beata y con la ciudad conservadora donde creció y empezó su trabajo creativo (Monterrey), se muestra arrepentido, aferrado a un cristo al que, apenas se descuidan los mirones, parece querer alcanzar con sus labios y lo amarra a su cintura, como si se aferrara a un chacal.
Si estás en la Ciudad de México no debes operderse esta exposición que muestra la obra de un artista que no tuvo miedo para gritar su verdad en una época en la que homofobia, el machismo y la discriminación eran moneda corriente y nadie decía nada. Galán nos defendió con su pincel y dijo no poca cosa: Aquí estamos, estos es lo que somo, así soñamos, así nos late el corazón y estamos orgullosos de pertenecer a las letras del arcoiris. Julio Galán, con su enorme y atormentado talento, nos dio visibilidad cuando esta palabra aún no figuraba.
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LA EXPOSICIÓN:
“Julio Galán. Un conejo partido a la mitad” revisa la práctica pictórica del artista mexicano Julio Galán (Múzquiz, 1959 - Monterrey, 2006), así como su relación con la fotografía, el cine y el performance.
La exposición aborda las problemáticas de género e identidad en la pintura de Galán desde la perspectiva de las décadas del ochenta y noventa del siglo pasado, y revaloriza su pertinencia en la época actual.
Antes que seguir un orden cronológico, la exposición presenta un cuerpo de obra que resalta de manera transversal la relevancia de ciertos núcleos temáticos como las infancias y adolescencias y su relación con la violencia de género.
Julio Galán. Un conejo partido a la mitad cuenta con más de 80 cuadros y esculturas de colecciones nacionales e internacionales, y se complementa de fotografías y retratos de Graciela Iturbide, Juan Rodrigo LLaguno y Enrique Badulescu, así como de objetos personales y material de archivo.