El circo cayó en manos de los payasos. Hasta el maestro de ceremonias optó por los zapatos grandes
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Con todo respeto a los payasos, esos que nos hacen reír (o en algunos casos llorar), creo que la realidad en México está secuestrada por distintas bandas de payasos. Los payasos no suenan tan peligrosos como los cárteles del narcotráfico, pero, si nos ponemos a ver los destrozos que están causando en el circo, pudieran ser los leones y los tigres quienes se encarguen del problema y los ahuyenten antes de que acaben con el circo completo.
El problema de payasos infiltrados en la política nacional no es nuevo. Lo que sí es nuevo es que la política se encuentre no sólo infiltrada sino infestada de payasos a diestra y siniestra, los cuales ya dejaron de dar risa. Ahora hasta el maestro de ceremonias y el equipo de administración del circo decidieron ponerse los zapatos gigantes y coloridos, una nariz roja y una peluca verde. No se sabe si el circo es sólo un gran y permanente espectáculo de payaso tras payaso que hace ya tiempo dejaron de ser graciosos con tanto truco improvisado y repetido. Están los payasos tradicionales, los de siempre; esos que tenían su segmento, hacían de las suyas, pero mal que bien dejaban que otros figuraran. Había un maestro de ceremonias al que el resto del elenco del circo generalmente respetaba porque ponía cierto orden. Los animales esperaban su turno en sus jaulas, los trapecistas eran relativamente leales a su circo y el encargado de la taquilla cobraba las entradas. Gradualmente más y más miembros del elenco decidieron que era mejor convertirse en payasos, porque por algún motivo la parte seria del circo perdió el interés y los aplausos del público. Poco a poco el público pidió y se acostumbró a un show repleto de payasadas y ahora se da cuenta que muchos de los payasos que dominan el circo más bien deberían pertenecer en una jaula.
Se perdió la seriedad y el circo está en manos de payasos que día con día tratan de arruinar al circo. Está el payaso que ha vivido por 50 años del circo y todos saben que ha metido mano en el dinero de las entradas, pero de alguna forma sigue en el acto principal con sus trucos de electricidad. El jefe de pista lo protege. Están los payasos (y payasas) trapecistas, se cambian de bando sin mayor problema ni remordimiento; un día con peluca amarilla, después morada y actualmente azul. El show de las focas tan gustado, ahora se ha convertido en algo predecible, donde lo único que hacen las focas es aplaudir. Como decíamos, hasta el maestro de ceremonias o jefe de pista parece haber cambiado su elegante traje por uno colorido con peluca, nariz y zapatotes incluidos. No parece tener un programa claro, como dice una cosa dice otra, y ha dejado que los payasos y el público se burlen cada vez que tiene una ocurrencia. No se da cuenta que su estilo es lento y que habla mucho. Aunque esté regalando palomitas a un sector de las gradas, el público se empieza a aburrir y a cansar de las ocurrencias. Lo que era un estilo distinto y refrescante se vuelve cada vez más difícil de disfrutar. Hay quienes viven dentro de la misma carpa y quieren tomar el lugar del maestro de ceremonias, pero ellos tampoco se dan cuenta que traen peluca y zapatos grandes, son una burla y no la alternativa que el público quiere.
Y así, estamos atorados con un espectáculo gastado, cansado, gris y arcaico. La carpa se siente vieja, las gradas no parecen soportar el peso del público porque las últimas administraciones prefirieron gastar en muchos trajes de payaso y la actual en regalar palomitas. El público alcanza a esbozar sonrisas que el maestro de ceremonias no entiende son de nervios. No se ha dado cuenta que las jaulas de los felinos son débiles y no tienen candado y que dejarán de ser dóciles y atender sus instrucciones. Si se logran salir, no habrá látigo ni silla capaz de regresarlos a su jaula. Después de todo, el jefe de pista no es el domador que siempre creyó ser. Y no, no es consuelo saber que el circo que se encuentra al norte también está en manos de payasos liderados por uno anaranjado. Tal vez esa es la nueva realidad del mundo. Un mundo que ha dejado de ser alegre, aun cuando es dominado por payasos.