El gran legado de doña Chonita
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Doña Encarnación López de Pachuca fue un gran mujer de Parras de la Fuente, donde administró su negocio la Frutería de doña Chonita, que era una señora menudita y de una blanca cabellera que contrastaba con el luto que siempre le guardó a su difunto esposo, don Catarino Pachuca, el pionero de las fruterías en Parras, que tuvo la ocurrencia de morirse joven y dejar viuda a doña Chonita, con un jejenal de chamacos.
“Parras era entonces una aldea de casas de adobe y techos de carrizo a lo largo de las acequias de aguas diáfanas propias de este pueblo mágico”, como un Macondo a donde también llegaban los gitanos a plantar sus carpas, muy cerca del mercado Porfirio Díaz, en cuyo entorno crecieron los Pachuca López, la familia que sacó adelante doña Encarnación.
Cierto es que doña Chonita era oriunda de Parras, pueblo al que año con año llegaban las carpas y las caravanas artísticas, un refugio para los jesuitas viejos en su casa de descanso y a donde, también, como por arte de magia, un día llegaron los Pachuca procedentes del mítico Charcas del Potosí, no sabemos si de San Luis o del Sucre de las vajillas de plata y los fabulosos banquetes de Camacho, donde hubo un gran cerro de plata que al agotarse expulsó a su gente emprendedora, entre ellos a los Pachuca Sustaita, doña Belén, “Rebozo de oro”, el nigromante Leobardo y don Catarino.
Del matrimonio de don Catarino y doña Encarnación nacieron sus hijos Lupita, Toño, Juanita, Cato (+), Concho, Jesús y Nino, todos ellos Pachuca López.
Doña Chonita fue un ejemplo de entereza y dignidad, pues ella sola, con su frutería del mercado, sacó adelante a toda su familia.
Toño, el hijo mayor, es un autodidacta, gran lector e introductor del negocio de los mariscos en Parras. Los demás hermanos son profesionistas ya jubilados. Juanita y Lupita trabajan y se dedican al hogar.
Chuy y Concho partieron de Parras y viven ahora en Guerrero y Querétaro y, por eso mismo, el suscrito convivió más con Toño y Cato, trabajadores de la educación y fruteros como su padre, y con Nino Bernardino, financiero de capital variable dedicado a la fiducia.
Cinéfilos de corazón, la vida joven de Toño, Cato y Nino siempre estuvo ligada al ritmo de los estrenos cinematográficos en el gran Cine Estrella, modas pasajeras que ellos adoptaban como estilo de vida en este pueblo mágico.
Así, cuando llegó a Parras la película “Nacidos para perder”, los Pachuca se convirtieron en motociclistas y compraron motos de colección: choppers, ducatis, hondas y triunfos.
Luego llegó “El Padrino”, y ellos cambiaron su apellido a “Pachuquini” formando su propia mafia: Toño se convirtió en “Antonione”, Cato en “Catarleone” y Bernardino en “Ninone”. Sobra decir que para ingresar había que juramentar el secreto de la “Cosa Nostra” y hablar en italiano, so pena de eliminar a los soplones. Luego llegó la película “La jaula de las locas”, y este columnista ya no los acompañó en sus aventuras.
Gabriel García Márquez inicia sus memorias diciendo que la vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Y así se recuerda hoy a doña Encarnación López viuda de Pachuca, una gran mujer que en Parras dio buenos frutos para formar a una familia de bien. ¡Feliz año nuevo!