El Santo Cristo de la Capilla
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Inició el pasado jueves un novenario más del Santo Cristo de la Capilla, la venerada imagen saltillense que ya rebasó, con mucho, los cuatro siglos de existencia. Un día antes, la santa imagen fue bajada del acondicionado camarín que la resguarda y conserva en su altar de la Capilla, para ser trasladado al altar de la Catedral de Santiago a fin de contar con un espacio más amplio para recibir a los incontables fieles devotos que siguen su novenario y a aquéllos que cada 6 de agosto lo visitan con toda puntualidad por su aniversario.
Cuatrocientos ocho años que cumplirá el Santo Cristo de Saltillo el próximo sábado son muchos años, y seguramente llevan dentro una historia larga, un sin fin de hechos que trascienden esa misma historia de fe, de devoción y milagros, para ser conservados por la tradición católica de la ciudad. ¿Y la imagen? No sólo hay que conservar su historia, sino la imagen misma, y procurar extender su vida material para las generaciones futuras.
Por más que la devoción y el fervor lo demanden, a veces es imperativo romper una tradición, en este caso, una de las muchas que envuelven a la santa imagen. Por más que la costumbre dicte llevarla a otra iglesia más grande para que una mayor cantidad de feligreses pueda seguir su novenario, el acto del traslado a la Catedral se vuelve un riesgo real contra la misma imagen.
Sacarla de su capilla por el atrio en unas andas especiales y llevarla por el exterior a la Catedral, al aire libre, además de bajarla de un altar y subirla al otro dos veces, una al comenzar el novenario y otra al término de las festividades del 6 de agosto, es tremendamente riesgoso por más cuidado que se ponga en ello.
Por mucho tiempo se creyó que esa imagen de bellísimas facciones era de origen europeo, que vino a América en los barcos que llegaban a Veracruz y que fue adquirida por Santos Rojo en Jalapa. Se sabe con certeza que Santos Rojo, un rico comerciante español avecindado en Saltillo, fue quien la trajo y la colocó en el altar llamado de las Ánimas, situado en el lado izquierdo de la humilde parroquia de entonces, que estaba en el mismo sitio en el que casi dos siglos después se levantó la imponente iglesia, la actual Catedral de Santiago. Hace una decena de años, la santa imagen fue sometida a una formal restauración por expertos en esos menesteres y con vistas a la celebración de su cuarto centenario. La restauración arrojó la verdad sobre la venerada imagen: fue fabricada con pasta de maíz, un material que los europeos no sabían trabajar y que es menos resistente que la madera tallada y mucho más frágil; es decir, nuestra imagen es netamente mexicana, porque sólo los artesanos mexicanos sabían trabajar la pasta de maíz. Aunque no es precisamente de “mírame y no me toques”, la edad de nuestro Santo Cristo pide hoy a gritos que ya no se le arriesgue, porque sus años ya no garantizan la resistencia, y también pide que no vuelva a permitirse a los devotos besarla ni tocarla como lo hacían antes, que no lo expongan más al sol y que de ser posible no lo muevan más de su lugar.
En unos días más, las danzas de los matachines (no matlachines) resonarán desde muy temprano en el atrio de la Catedral y se extenderán a lo largo del día en honor al Santo Cristo de la Capilla. Durante la noche, la pólvora estallará en maravillosos juegos pirotécnicos que iluminarán con sus luces de colores el máximo templo católico y a la muchedumbre reunida en la festividad anual.
Renacerán la fe y la devoción. La plaza de Armas y las calles aledañas se volverán una verbena incontenible. Los comerciantes harán su “agosto”. La ciudad festejará el sábado próximo su más grande devoción: el Santo Cristo de la Capilla de Saltillo.