Las soldaderas
COMPARTIR
TEMAS
La Revolución Mexicana llenó las páginas de la historia de nuestro País con los hechos y biografías de protagonistas indiscutibles de la lucha armada. Fueron de ella parte fundamental los relatos ocurridos en torno a las soldaderas.
Ya Elena Poniatowska escribió uno de los más interesantes libros donde retrata a aquellas mujeres que vivieron cercanas a sus hombres y les demostraron lealtades hasta el último suspiro. A ellos y a quienes encabezaban los diversos movimientos: Madero, Villa, Venustiano Carranza o Zapata.
¿Qué trato recibieron las mujeres de estos caudillos?
Elena narra, siguiendo al novelista Rafael F. Muñoz, la masacre de soldaderas perpretada por Villa cuando este se enardeció al recibir el rozón de una bala a su llegada a Camargo, Chihuahua. Preguntó quién de las mujeres que seguían a Carranza le había disparado, y al grito de una de ellas, anciana, diciendo que cualquiera hubiera querido matarle, Villa ordenó que las matasen a todas. Murieron más de 90, me asegura la historiadora Josefina Moguel, quemadas en una pira recibiendo también tiros por parte de Los Dorados.
Zapata, por su parte, en otro episodio que relata la misma Poniatowska, se portó de manera caballerosa al conducirlas, sin armas, a territorio carrancista, donde las entregó al padre de una de ellas.
Por su parte, Carranza habría de capitalizar a su favor la enorme simpatía que habría de desarrollar entre las mujeres Francisco I. Madero.
Josefina Moguel Flores, jefa del Archivo del Centro de Estudios de México Carso, asegura que el Primer Jefe convenció a hombres y mujeres por igual de que el movimiento constitucionalista podía ser considerado la continuación del maderismo, aunque sus propósitos doctrinarios fuesen distintos.
Carranza sería, así, el “hombre más patriota de todos los revolucionarios y un hombre de Estado, porque había sido ‘el primer gobernante que alzó el grito de protesta contra los asesinos’ de Madero”.
Hubo en Coahuila mujeres cuya biografía resulta sumamente interesante, pues participaron en la causa como enfermeras, taquígrafas, proveedoras de pertrechos, alimento y vestido a los revolucionarios y periodistas; hubo hasta quienes entraron al campo de batalla. Un trabajo de Víctor Moncada Maya sobre estas mujeres coahuilenses retrata la importancia de su actividad en este momento particular de nuestro País que tanto necesitó de la sensibilidad y el actuar decidido del sector femenino.
De las mujeres mexicanas, llama la atención Elena Arizmendi, un personaje de estampa muy definida en la vida real y de rasgos difuminados como la “Adriana” de José Vasconcelos, quien la inmortalizó en “Ulises Criollo” y “La Tormenta”, donde la retrata como una hechicera erótica, mujer fatal.
La biografía de Elena Arizmendi, escrita por la historiadora Gabriela Cano, llega a mis manos gracias a la generosidad de mi compañera y amiga Esperanza Dávila Sota.
La bella mujer despertó el interés y la admiración de muchos. Durante la Revolución, Cano consigna que un jefe zapatista al verla, se empeñó en tomarse una fotografía con ella, a lo que accedió. También, la invitó a hacer funcionar un cañón, y como ella nunca antes había disparado uno, relata su biógrafa, provocó que una “de las torres del templo cayera por tierra y se sumara a los destrozos causados en la ciudad de México durante la etapa armada de la Revolución Mexicana”.
Pero más allá de la atracción que despertaba alrededor suyo, (aunque orgullosa de su hermosura, se rehusaba a ser apreciada tan solo por ella), Arizmendi fue una promotora incansable de la salvaguarda de los derechos humanos y la protección a la mujer.
Durante la lucha revolucionaria, fue gracias a Arizmendi que se estableció la Cruz Blanca neutral; la Cruz Roja no participó en el conflicto.
Interesantes personajes en cuyas vidas pude atisbar gracias a Sandra Santana, por invitación hecha por ella para entablar una charla en la Librería Monsiváis en días pasados.
Ya envueltas en rebozos, con sus vestidos de manta hasta el tobillo, peinado en chongo, las mujeres de la Revolución hacen este retrato: Mujeres que no se doblegan. Mujeres dispuestas a seguir y servir a sus hombres. Dispuestas a seguir una causa, a luchar por ella; a entregar sus armas del conocimiento y de la bondad en pro de su convicción.
Mujeres de rostro endurecido por la implacable jornada cotidiana. Cabellos hirsutos; pieles morenas; manos cuyos dedos se entrelazan en oraciones perpetuas, o con las cuales acicalan cariñosamente el uniforme de sus amados hombres; brazos de fortalezas inimaginables; miradas decididas, retadoras, amenazantes, expectantes, dolidas, rencorosas, iluminadas, esperanzadas. A la distancia, en ellas, como mexicanas, hemos de reconocernos. Somos nosotras mismas en su piel; son ellas nosotras, en nuestra piel.