Mundanización o humanización
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TEMAS
Cada hora.
Desde las 5:30 de la madrugada hasta el anochecer de las ocho.
Ocho asambleas litúrgicas en la mañana y dos en la tarde.
Y todavía, a las 5 p.m., una exposición con bendición.
La gente llena la catedral saltillense durante los nueve días antes de la fiesta. Se participa en el doble banquete de la Palabra y de la Comunión. Es algo único en el mundo. El tema de la predicación en 2019 es: “El mundo nos hace extraños y Cristo nos hace hermanos”.
Es un binomio.
Causa una disyuntiva dilemática. Sí o no. Son caminos recíprocamente excluyentes. Es como luz o tinieblas, salud o enfermedad, vida o muerte.
“Mundo” juega con una doble semántica. Desde la fe se ve “mundo” como algo valioso y rescatable: “De tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él tenga vida eterna”.
El mismo Salvador dirá que no ora por el mundo. Es el otro significado. Es el criterio de poder, de tener y de placer para desorientar la vida. Es el egoísmo como raíz de la que brota ese trío de ídolos que tiranizan, engañan y destruyen.
Mundanizarse es una forma reflexiva del verbo que indica contaminación, contagio. Es la acción de autoengaño pernicioso que resulta demoledor del mismo que la conjuga. Afán desordenado de poder, que es pura soberbia. Afán desordenado de placer, que es sólo hedonismo. Afán desordenado de tener, que es codicia, avaricia, voracidad. Es la falsificación, la inautenticidad: vicio y mentira en abrazo letal.
Cuando no hay filtros ni semáforos, cuando no hay discernimiento se dejan entrar corrientes, formas de vida y criterios para decisiones pésimas. El mundo, con sus devaneos, toma el volante de la existencia para todos los choques y volcaduras, para todas las desviaciones y extravíos. Los mundanizados se ven como extraños. Se sienten distantes y opuestos en un clima de desconfianza. Empiezan los conflictos, las desavenencias, las agresiones y estallan las guerras que matan y destruyen.
“Cristo nos hace hermanos”. En su familia no hay huérfanos. Todos tenemos el mismo Padre. “En la familia de Jesús a nadie se ve con indiferencia. Todos somos responsables unos de otros”. La colectividad se vuelve comunidad. Se conjugan los verbos escuchar, acompañar, servir, ayudar y perdonar. Es la civilización del amor. El mundo pasa de lo salvaje a lo humano. Es la humanización del Evangelio en que se reconoce la dignidad de la persona humana abierta a la trascendencia.
De la enemistad se pasa a la amistad y se va descubriendo la fraternidad... Hermanos todos de sangre porque por la misma sangre hemos sido todos redimidos. Ya no somos extraños como en la mundialización. Predomina sobre la competencia la colaboración, y las distinciones y las diversidades no dividen ni oponen sino llegan a una complementación para el bien de todos.
Sigue la Palabra esparciendo estas semillas de concordia. Han de crecer, florecer y dar su fruto en las familias, en los que no asisten a las naves catedralicias, pero encienden, desde su cama de enfermo, su televisor a las 6 de la tarde. Es toda una ciudad que se sumerge en esta fuente refrescante y vivificadora. Vendrá el 6 de agosto, como una cosecha, la fiesta ritual y popular. Es el gozo de volver a estrenar los mejores latidos del corazón de la ciudad...