Paz lastimada
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Los campos de batalla eran como inmensos estadios.
En valles y lomeríos. Lejos de las ciudades. Los ejércitos se enfrentaban desde la lejanía y empezaban flechadores y catapultas a hacer sus lanzamientos. Ya en la proximidad, se daba la lucha cuerpo a cuerpo, mezclando destreza y violencia.
Después se dieron los asaltos a las ciudades amuralladas. Pero eran las milicias las que causaban bajas a los guerreros adversarios. En el tiempo de los bárbaros se dio el asedio bélico como un torrente devastador.
Con el invento de la pólvora, el fusil y los cañones, las lanzas y las espadas fueron relegándose. La dinamita inauguró la explosión. Y la aviación dejó caer las bombas asesinas sobre ciudades. La población debía protegerse en refugios subterráneos.
Cada vez más poderosas, las explosiones llegaron a los días en que Hiroshima y Nagasaki fueron arrasadas, en Japón, por la bomba atómica, con incontables muertes de familias en zonas urbanas. Esta arma nuclear acentuó su potencia destructiva con la desintegración del átomo de hidrógeno.
Se inició la era de la explosión ubicua. Podía colocarse una bomba en cualquier lugar. Y, con la mentalidad de inmolación contra el mal, surgieron los hombres forrados de explosivos. Morían matando, en medio de una multitud no militar, en momentos de reunión festiva o aun religiosa.
El odio y la enemistad se generalizaron. Ahora se busca causar muchas muertes simultáneas. La guerra es hoy subrepticia y salpicada, oculta y sorpresiva. El último atropello en Niza combinó impacto con disparos al que estuviera vivo.
Se ataca a una civilización, a un estilo de vida, a quienes se ve como enemigos. Se siente como heroica la acción eliminadora. Cuando se descubre el origen se da la contraofensiva de bombardeos aéreos que intentan ser quirúrgicos y certeros pero que causan daños colaterales victimando inocentes.
Se fue degradando éticamente la acción bélica y ahora se da esta inseguridad de tragedias recurrentes. Los puentes de comunicación tendrán que irse tendiendo con inteligencia, paciencia y ánimo conciliador para que no se repitan las violencias súbitas y temperamentales, precipitadas y ciegas.
Los organismos internacionales tendrán que instalar un diálogo universal y permanente sin excluir a nadie. Islam, Cristianismo y Judaísmo podrán inspirar a las nuevas generaciones para que sean educadas como constructoras de paz en la justicia, la libertad, la verdad y el amor…