Una muestra de teatro coahuilense
Nuestro colaborador escribe sobre la Muestra de Teatro 2016 que concluyó el miércoles
I.- Uno de los rasgos que nos permitió ver la Muestra Estatal de Teatro de Coahuila, que se presentó en nuestra ciudad del 19 al 24 de agosto, es la excelente salud de que disfruta esta forma del arte en el Estado.
Lo mismo en Torreón que en Piedras Negras y en Saltillo muchos grupos –o “compañías”, como algunos dicen- trabajan con gran entusiasmo en montajes de diversa naturaleza. Las corrientes, las escuelas y los estilos más disímbolos son abordados y ejercitados en sus puestas en escena, unas de mejor calidad que otras, pero eso no importa tanto ahora; lo que de verdad interesa es la vitalidad y la energía que revela este movimiento teatral.
Entre veteranos y recién deslumbrados por los artilugios y la seducción del teatro, los grupos albergan todo tipo de personas. No hay a veces mucho tiempo para el debido entrenamiento de los actores, pero esto se suple con su entusiasmo y su empeño.
Tendrá que llegar el momento, sin embargo, en que el espacio escénico –y todo lo que esto implica- se trabaje de manera verdaderamente profesional y multidisciplinaria. Por eso es urgente la apertura de una Escuela de Artes Escénicas en Saltillo auspiciada por la Universidad Autónoma de Coahuila, no por otras instancias oficiales. Tengo entendido que la que se abrió hace poco tiempo en Torreón aún no entra en funciones.
En esta Muestra brilló la ausencia de Monclova, donde hace años hubo un interesante movimiento teatral que parece extinto o, al menos, bastante debilitado. En otras ciudades de la entidad o no hay interés por hacer teatro o simplemente no existen las posibilidades para hacerlo por las razones que todos conocemos.
De manera que, repitiendo el modelo nacional, el centralismo parece ser nuestro paradigmático espectro. Este espectro, por cierto, se nos presenta como un ente de dos caras: Torreón y Saltillo siguen disputándose no sé qué primacía, lo mismo en el teatro que en muchas otras áreas del quehacer teatral, cultural y político. Ambas ciudades siguen manteniendo una extraña competencia sazonada con miradas de soslayo y muecas sarcásticas.
No pude asistir a todos los montajes de esta Muestra, aunque algunos de ellos fueron vistos en otros momentos, como “Cayendo con Victoriano”, de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (LEGOM), dirigido por Gustavo García (ACTAC); “Novia de Rancho”, de Cutberto López, por José Luis Zamora (Finisterre) y “Tres ensayos sobre una escalera”, del joven dramaturgo Alán Carreón, por Nadia Carreón.
II.- Forzando las circunstancias, no quise perderme “Friedrich”, escrita y dirigida por Juan Carlos Martínez Estrada y producida por la Compañía Teatral Boca Escena, de Torreón. En este montaje asistimos a los últimos días del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, de ahí el nombre de la obra.
Decir Nietzsche es decir polémica y, como él mismo afirmaba de sí, “dinamita”. Nociones como “la muerte de Dios”, “el Superhombre”, “la voluntad de Poder” o “el eterno retorno de lo mismo” siguen sembrando de espinas y de signos de interrogación el pensamiento contemporáneo.
Amigo de Richard Wagner y discípulo indirecto de Schopenhauer, entrará al mundo del “anti-reconocimiento” académico a través de una obra que hoy resulta imprescindible no sólo para comprender la tragedia ática sino para entender un mundo: “El origen de la tragedia”. En su momento, no obstante, este ensayo lo hundió en el descrédito, gracias a la cuadrada estupidez universitaria de su entorno.
Pensador maldito desde entonces, vivirá como un peregrino y un outsider, pero escribiendo y publicando otra tras obra, es decir, bomba tras bomba: “Así habló Zaratustra”, “El Anticristo”, “Más allá del bien y del mal”, “Genealogía de la moral”… Finalmente se sumergió en la locura, una locura provocada quizá por la sífilis o, como después se ha especulado, por ciertos trastornos neurológicos que nada tuvieron que ver con “el mal francés”.
Este momento trágico es el que Martínez Estrada quiere capturar en su obra. A lo largo de una hora de representación dos actores –Alam Sarmiento (F. Nietzsche) y Jacobo Tafoya (“D”, su “enfermero”)- resumen el corolario de un hundimiento demencial que se extendió a lo largo de diez años. Con un buen nivel de interpretación, ambos actores se concentran en un espeluznante momento histórico y personal. A veces un tanto declamados, los parlamentos de cada uno llegan en el momento justo para sostener la función en vilo.
Me quedo con una duda: ¿es de verdad necesaria cierta sobreactuación en Alam Sarmiento? Lo sucedido en la realidad real debió ser mucho más atroz, por supuesto, pero en el escenario todo adquiere otras dimensiones y una magnitud inusitada. La agotadora exaltación de este Nietzsche no parece tener mucha relación con un hombre que, hacia el final de su vida, ya sufría de algún grado de parálisis, de incoherencia verbal y de una lastimosa postración.
Hay que entender que no estamos ante una obra de carácter “realista” o estrictamente “histórica”.
Se trata de la interpretación emotiva de un carácter, por así decirlo: la lectura dramática de un ser humano –un filósofo atípico- que, por un lado, revolucionó y conmocionó el pensamiento occidental contemporáneo, y por otro, la de un hombre que cayó al otro abismo de la razón fulminado por el rayo de la locura.
No sé si pudo caber un poco de administración histriónica en la creación de un personaje tan complejo como éste; también más búsqueda en la propia obra de Nietzsche y muy particularmente en la correspondencia que mantuvo con varios de sus amigos, pues el autor de “Ecce Homo” escribió miles de cartas, a pesar de que su visión [ocular] siempre fue deficiente. En ellas llegó a llamarse a sí mismo “Dios”, entre otros delirios…
Como sea, el montaje y el texto de Martínez Estrada son lo suficientemente sugestivos como para invitarnos a ver una vez más este montaje. Buena dirección escénica, una iluminación eficaz y los elementos indispensables en el espacio de actuación: excelente complemento para una representación que nos obliga a repensar no sólo la obra de Nietzsche sino también el mundo que nos ha caído encima después de él y de su terrible anuncio de “la muerte de Dios”, es decir, la muerte de una concepción caduca de la vida.
Podría cuestionarse, quizá, qué tiene que ver Nietzsche con las circunstancias que acosan a nuestro país desde hace décadas. ¿Por qué representar el hundimiento de un filósofo como éste? La respuesta salta a la vista: Nietzsche cimbró la cultura de Occidente y el sismo que produjo su obra atravesó el nazismo, los regímenes totalitarios que ha sufrido el mundo actual y, para decirlo pronto, el inconsciente colectivo de nuestra época. Nietzsche es, de hecho, nuestro contemporáneo. Si éstas no son razones suficientes, habrá que revisar urgentemente nuestra idea de la cultura.
III.-También procedente de Torreón, la “Compañía Detestable Teatro” ofreció una función de “Curva peligrosa”, del dramaturgo chihuahuense Edelberto “Pilo” Galindo (1957). El montaje es dirigido por Arnulfo Reveles y cuenta con la actuación de Los jóvenes Irving Morua, César Zárate y Laura Urbina.
Galindo pertenece a la generación de dramaturgos norteños que sorprendieron al Centro contando sus –nuestras- propias historias, ésas que suceden en ambientes y circunstancias muy particulares. Para nosotros, autores como González Dávila, Rascón Banda, Sergio Galindo, Hugo Salcedo, Jaime Chabaud y muchos más –para sólo citar dramaturgos- forman parte ya de nuestro acervo familiar, aunque es necesario decir que su trabajo ha sido reconocido no sólo en el Centro sino también en el extranjero.
He aquí lo que escribe Salvador Perches Galván: “[Los dramaturgos norteños] Empezaron a escribir lo que sucedía en los márgenes del río Bravo y de pronto se dimos cuenta que esto estaba trascendiendo más allá de ellos mismos, más allá de los márgenes del río Bravo y, lo decía el maestro Rascón Banda: ‘escribe tu aldea y serás universal’; eso sucedió sin que fuera el propósito. Esa característica singular del noreste mexicano comienza a coincidir con otras latitudes y hace más sobresaliente el trabajo de la dramaturgia del norte de México.” [sic]. (http://mexicolegendario.blogspot.mx/2013/04/el-candidato-de-edelberto-pilo-galindo.html).
“Curva peligrosa” cuenta la historia de tres adolescentes, estudiantes de secundaria: su amistad, sus devaneos, su encuentro con “las drogas”, el surgimiento del amor entre dos de ellos, un embarazo, un accidente, una muerte…
La obra no pretende ser didáctica o moralizante. Simplemente presenta, en un acto, el atribulado mundo de la adolescencia, una suerte de “La Tumba” o “De Perfil” [José Agustín], en una época distinta y con un caló distinto, pero con las mismas incertidumbres y actitudes de rebeldía. Y, claro, los muchachos son norteños, no defeños.
Elementalmente minimalista, el montaje no requiere sino de una tarima y un ciclorama negros; el resto es el puro trabajo de los tres actores que, a pesar de su evidente inexperiencia, muestran una lozanía que muchas veces, por algún motivo, los histriones experimentados dejan olvidada en el camino.
Aunque la historia que se cuenta transcurre de manera “lineal”, Galindo estructura su texto dramático de manera digamos “poliédrica”: el espacio en que actúan los actores es muchos espacios y todos ellos se resuelven de manera flexible y fluida. El “realismo”, como sabemos, ofrece mil y una posibilidades; no es necesario recurrir a reglas supuestamente aristotélicas ni a normas vetustas. Hoy la dramaturgia goza de la misma libertad que la poesía, las artes visuales o la música.
Un inconveniente que sin necesidad alguna retrasa el inicio de la obra es la inclusión de una canción de “Kumbala” -de la banda Maldita Vecindad-, misma que corre de principio a fin antes de que empiece cualquier acción en el escenario. Si este recurso creara alguna expectativa en el público, la canción estaría justificada, pero no es así: los espectadores debimos esperar hasta la entrada de los actores para que arrancara la historia.
IV.-Hugo Argüelles y Jorge Ibargüengoitia son autores de referencia obligada en nuestras letras. Ellos sí tuvieron que peregrinar hasta el ombligo del Centro para alcanzar reconocimiento: el primero era veracruzano; el segundo, guanajuatense. Pero no podemos cantar victoria: dicha peregrinación aún debe hacerse en la actualidad. Quien no se enfrente a la Hidra de la CDMX simplemente es Nadie: los emporios editoriales, las grandes galerías e instituciones culturales, los teatros consagratorios siguen en el Centro, lo demás es mera “provincia”, “periferia”.
Argüelles se convirtió en uno de los grandes dramaturgos de México y Jorge Ibargüengoitia… Bueno, Ibargüengoitia, que empezó escribiendo drama, fue menospreciado por algunas vacas sagradas del momento, lo que lo condujo a la narrativa, ámbito en el cual desarrolló un talento y una obra indiscutibles. Argüelles era una suerte de aristócrata; Jorge, un tipo rudo, sin pelos en la lengua, que supo debatir con quien se requiriese, incluso con Carlos Monsiváis, uno de aquellos magnos sacerdotes de cierta capilla entre izquierdosa y escurridiza.
De Argüelles y con la dirección del maestro Alejandro Santiex (+), se presentó la farsa de humor negro “Las vampiras Morales y sus amores criminales”, una reposición de Homero Craig y Oscar Castañeda, discípulos de Santiex. De Ibargüengoitia y bajo la dirección de Gustavo García (ACTAC), vimos “El Atentado”, otra farsa, esta vez “documental”, en la que el autor de la novela “Los relámpagos de agosto” recrea un pasaje de nuestra historia -la del asesinato de Álvaro Obregón en medio de la Guerra Cristera: el caso de José de León Toral y la Madre Conchita- en la que el autor derrama el vitriolo de un sentido del humor políticamente demoledor.
De la farsa de Argüelles se afirma: “Obra extraña, nada fácil de entender, exige por lo menos dos asistencias al espectáculo para ahondar en su significado dramático y en sus meollos psicológicos. ¿Comedia, drama, melodrama o farsa? Tiene un poco de todo, y el autor, Hugo Argüelles, no se ha preocupado mayormente por mantenerse estrictamente dentro de los límites de un determinado género. Como tampoco se ha preocupado de mantenerse dentro de un determinado estilo: ¿realismo, fantasía, humor negro, caso auténtico o sucesos inventados?”. (http://www.resenahistoricateatromexico2021.net/transcripciones/2500_830613.php?texto_palabra=).
Homero Craig y Gabriel Neaves representan a estas “vampiras Morales”, solteronas, ricas y de tendencias asesinas; Oscar Castañeda, Armando Quiñones y Mario Arrambide son los “pretendientes”, y Alejandra Ugalde, la empleada doméstica de la casa. Las señoritas Morales no son vampiras, o lo son, pero sólo metafóricamente. En realidad se trata de dos criminales un tanto enredadas en su fantasía grotesca, ridícula y tenebrosa.
La obra está escrita en tres actos que este saltillense grupo de grupos –Ecléctico, Colectivo Teatro Ambulante, Columna Cuatro y Rictus- representó en Casa Tiyahui en una función previa a la Muestra. A lo largo de casi dos horas, descubrimos a dos hermanas extravagantes y, a su manera, seductoras. Su fortuna y su negro carisma atraen a algunos moscardones que buscan una vida fácil o un rato de esparcimiento… Varios de ellos terminan muertos gracias a la venenosa astucia de sus anfitrionas: María Adelfa y Rosa Fulvia, las Morales, quienes heredaron la riqueza de un padre a quien veneran “en pequeño”.
De los tres “pretensos”, quien resulta más convincente es Armando Quiñones, quien interpreta a dos personajes: al sexy vividor “Ernesto” y al intelectual maduro que corteja sinceramente a una de las “vampiras”. Quiñones y Oscar Castañeda dan al montaje cierto aire norteño; el primero, digo, logra construir dos personajes muy interesantes: el sensual padrote que pretende hacerse de una vida holgada y el poeta, un bohemio tímido y demodé, representante de un trasnochado romanticismo.
Por su parte, Gabriel Neaves alcanza una caracterización acorde con una personalidad dizque “culta” y varios momentos brillantes. Algunos tropiezos en la emisión de sus parlamentos, un registro vocal por momentos demasiado grave y bajo y cierta opacidad en algunos pasajes de su actuación quieren empañar su trabajo. Pero esos momentos salvan con creces su presencia en el escenario. Para el talentoso Gabriel Neaves, quien ha tenido la fortuna de trabajar con varios grupos y directores, ésta será una experiencia actoral enriquecedora.
Homero Craig es un hombre de larga trayectoria teatral y posee una estupenda presencia escénica. La personalidad de su personaje es la contraparte de su hermana; es desenfadada, rumbosa y rumbera, coqueta y dicharachera. Craig conjuga estas características y construye una “vampira” plena de gracia. Pero hay aún algunos parlamentos que traban su dicción o se empalman con los de su compañero, o sea, su “hermana”. Por otra parte, hay cierta recurrencia en la gesticulación y en algo de suma importancia: el chiste fácil.
Un actor como Homero Craig no necesita echar mano de este recurso y la obra de ninguna manera lo requiere. Argüelles fue un autor dotado de un gran sentido del humor, pero era difícil que cayera en el chiste fácil. Craig lo tiene todo para hacer de esta “vampira” un personaje memorable: no es una obligación el que cada uno de sus parlamentos tenga que ser motivo de risa entre los espectadores. La historia misma y su sola caracterización son elementos suficientes para hacer de este montaje un acontecimiento hilarante.
Por otro lado, Craig podría experimentar con otros grupos teatrales, otros estilos, otros códigos estéticos. Las enseñanzas del maestro Santiex fueron bien asimiladas en su momento; sería conveniente para él, como artista, dejarse dirigir por otros (buenos directores) para diversificar y apuntalar sus capacidades histriónicas y su talento.
Salvando cualquier reparo, “Las vampiras morales” mantiene un ritmo permanente y, a pesar de unos cuantos gramos de “chiste” que poco tiene que ver con la poética de Argüelles, el montaje se convierte en una fiesta de humor negro para el público, que no deja de reír a lo largo de toda la función.
V.- La “farsa documental” de Ibargüengoitia que dirige Gustavo García no tiene el nivel de su montaje “Cayendo con Victoriano”, de LEGOM. Hay que decirlo desde el principio.
Ambas obras son de carácter histórico, pero parece evidente que la farsa “El Atentado” no fue trabajada con la cohesión y la eficiencia dramática que toda obra exige. Para acercarla al público, se optó por añadir una suerte de “prólogo” de bienvenida y de “introducción” al tema. El recurso puede resultar demasiado “didáctico”, pero funciona y supongo que es útil, especialmente para los jóvenes.
La actuación de los participantes es bastante irregular y el trazo escénico resulta, a veces, ligeramente arrítmico. Este grupo de histriones forma una especie de “coro”: son diputados, son comensales en “La Bombilla”, son integrantes de un jurado, son “actores” que representan una obra de Ibargüengoitia dirigida por Gustavo García; unos u otros van representando sucesivamente la historia (y la Historia). Éstos con más acierto que aquéllos. Al margen de algún traspié verbal, Arturo Gatica hace gala de una voz espléndida y de un buen sentido del ritmo; Gustavo García, por su parte, pausa tan morosamente sus frases que éstas llegan a perder no sólo fuerza sino audición. A algunos actores no se les escucha el final de sus parlamentos; otros se engolosinan tanto con los suyos que se quedan colgados de sí mismos…
Por otro lado, parece inexplicable el hecho de que las sillas de los diputados ostenten una cruz como respaldo. ¿Por qué? ¿Y por qué esa filigrana de brillos y lentejuelas en el vestuario de algunos personajes? ¿Es necesario el uso de tal bisutería en una obra como ésta? ¿No hemos logrado entrar aún en el mundo que nos ofrece un texto dramático? No sé si sea del todo necesaria, por ejemplo, la capa corta de “lamé” color plata que lleva sobre sus hombros Alejandra Vaca, la “Abadesa” [la Madre Conchita], ni ese crucifijo tan elaborado y brilloso que ostenta en el pecho.
No sé hasta qué punto es importante que Mónica Almanza, la esposa de “Pepe” [José de León Toral], se cubra con un manto jaspeado en sepia y sembrado de lentejuelas doradas… ¿Es una odalisca o una mujer común y corriente? Y la “Abadesa”, ¿es una reina de la noche o una monja? Cuidado: la ornamentación gratuita y arbitraria no es parte sustancial del teatro. El trabajo actoral de ambas actrices es, sin embargo, destacable, especialmente el de Mónica, una de nuestras mejores exponentes del teatro saltillense, como Gustavo García lo es en la dirección escénica y en otros ámbitos como la promoción cultural y el activismo político.
En todo caso, Gustavo García sabrá aplicar los ajustes que considere pertinentes para hacer de “El Atentado” un montaje de una calidad similar a la de otros que él ha dirigido. Es posible que un “seminario de actuación” regularice el nivel actoral de su elenco, que se ve bastante dispuesto y entusiasmado con este proyecto. Temas clave: voz, respiración, expresión corporal, comprensión lectora y sentido del ritmo.
VI.- El último comentario tiene que ver con la organización de una Muestra que pudo gozar de una promoción mucho más amplia.
El folleto de la programación anuncia que las sedes de la misma serían cinco salas teatrales de la ciudad, pero éstas se redujeron a dos: el Teatro de la Ciudad Fernando Soler y la Sala de Cámara Jesús Valdés del mismo Teatro. ¿Por qué este cambio?
En el mismo folleto advertí algunos errores, erratas y desventajas: por ejemplo, en la ficha de ”El Misántropo” – Compañía Estable del Teatro Nazas, de Torreón- se consigna como autor a un tal “Molier”… En algunos casos, sólo se estampan los nombres de los actores y no de los personajes que representan en la obra en la que actúan. Además, la tipografía utilizada en el cuadernillo es tan minúscula que fue necesario echar mano de una lupa para enterarme/nos de algunos datos.
Para no hay que emplear sólo el lenguaje de la impugnación: me entero de que los tres Talleres que se impartieron fueron exitosos por su alto grado de calidad y eso es un acierto que debo subrayar. Pero ¿quién ofreció el de “Dirección Escénica”? ¿Pamela Parada Carrillo o Hugo Arrevillaga Serrano, tal como se consigna en el folleto antes citado? El Taller de “Gestión de Proyectos” estuvo a cargo de Luis Fernando Velázquez Cabrera.
En fin, habrá que dar las gracias por el hecho de haber contado con un folleto informativo… Eso sí, comprensiblemente saturado de los logos de siete u ocho instituciones. Y supongo que también hay que agradecer esta Muestra Estatal de Teatro, producto del trabajo de nuestros artistas, que –ellos sí- se parten el lomo cada día para producir arte en nuestra Estado sin ningún afán de enriquecimiento (económico).