Violencia / inseguridad (5)
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¿Somos violentos por naturaleza? ¿Nacemos violentos y la paz, tranquilidad y bondad se adquieren? ¿Los niños al no convivir con adultos en un estado adánico y primigenio, digamos en una isla, serán ejemplo entonces de bondad, solidaridad y no aflorará en ellos sentimiento tan torvo como la maldad y la violencia que corroe a un adulto, ya moldeado por las circunstancias y el entorno? ¿Los niños son malos o buenos desde su nacimiento?
Quien exploró de manera magistral en lo anterior (la naturaleza brutal y sádica de los niños) y escribió una novela redonda al respecto, fue William Golding en su obra cumbre “El Señor de los Moscas”. La trama es sencilla: un puñado de niños (recuerdo vagamente y al parecer, miembros de un equipo deportivo) en viaje en un avión caen en una isla desierta. Los adultos del vuelo mueren en el accidente, por lo cual el mundo idílico, de equidad y sin maldad, debería haber aflorado en esta ínsula donde los niños, y nadie más, eran los dueños de sus actos y eventos. Aquello se convierte en un infierno de crueldad y asesinatos. Vea usted la manera en que matan estos niños. Creo, hay dos películas grabadas; la última versión, una de los años noventa del siglo pasado. Una verdadera exploración por los terrenos de la psique infantil y la maldad inherente al ser humano; no maldad adquirida con la edad y situaciones de vida.
Pero de que hay explosiones bestiales de maldad y sadismo, las hay y, lo peor, se hacen presentes, tienen lustros haciéndose presentes en México. Una maldad y sadismo perturbador y sin duda demoniaco. Lo vimos en texto anterior en exploración del mejor reportero del mundo, Jon Lee Anderson: “Ustedes los periodistas mexicanos tienen que averiguar qué es lo que enmascara a la sociedad mexicana para encerrar en su seno tanta violencia
no es posible que tanta violencia y que criminales tan sádicos, tan imaginativamente sádicos hayan surgido de pronto en el panorama mexicano. Algo esconde la sociedad mexicana que lo fue incubando durante años y años”. ¿Somos herederos de una extrema violencia y tenemos un gen, un ADN que nos aflora a la menor provocación posible como mexicanos? ¿Entonces por qué hay entidades más violentas que otras? Como lo vimos en el texto anterior en voz del exégeta Santiago Genovés, la violencia y maldad tienen que ver con la geografía, el clima, la orografía, el empleo, usos y costumbres; es decir, tiene que ver con eso llamado “cultura”.
¿Por qué somos tan violentos y malos los mexicanos? Va uno de cientos de casos que usted conoce. Lo escojo al azar. Sólo al azar. Repito, de cientos de casos. En Sinaloa, el lunes 12 de agosto fue encontrado el cadáver de un hombre de entre 30 y 40 años. Era delgado, moreno, vestía pantalón de mezclilla y una playera. Presentaba huellas de tortura y algo clásico y cotidiano ya: el tiro de gracia en su cabeza. Desgraciadamente, un asesinato más de los 23 mil y pelos en los tiempos amorosos de Andrés Manuel López Obrador. Pero también el cadáver del muchacho asesinado presentaba otra particularidad: no tenía ojos. Se los arrancaron
ESQUINA-BAJAN
Caray, de espanto tanta brutalidad. Sin duda un claro mensaje de miedo y advertencia a quien haga acuse de recibo de ello (una banda rival, a los vecinos, a los dueños del territorio, a los empleados de las maquiladoras; es decir, no sabemos). Lea lo siguiente: bramaba la guerra por la Independencia de México. Hubo gran matanza de seres humanos entre los realistas contra los independentistas. Muertos los héroes más visibles del movimiento, Miguel Hidalgo, Juan Aldama, Ignacio Allende y Mariano Jiménez
fueron decapitados. Sus cabezas fueron puestas en jaulas en los cuatro puntos cardinales de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Lo reescribo: sus cabezas fueron expuestas de 1811 hasta 1821 para que sirvieran de advertencia, como una forma de generar miedo en la población y, claro, enviar el claro mensaje de que esto le pasaría a todo mexicano que apoyara al movimiento de Independencia.
¿Hay alguna diferencia entre ambos eventos si sólo nos detenemos en la muerte de seres humanos? No, no hay diferencia alguna. ¿Así somos los mexicanos y tenemos un ADN bestial? Lea otro caso al azar. En Cohuecan, Puebla, el pasado 7 de agosto, los pobladores de la región detuvieron a cinco sujetos presumiblemente secuestradores de la región. Los pobladores se unieron, la policía también participó en su persecución. En un País donde la impunidad es moneda común (sólo un miserable 3.9 por ciento de las carpetas de investigación iniciadas en todo 2018 en México terminaron con vinculación a proceso de un delincuente. Datos de “México Evalúa”), los lugareños, hartos de esto, tomaron a los presuntos secuestradores en sus manos, los ataron a un árbol y los mataron a golpes y pedradas. ¿Se confía en la justicia? No. ¿Se cree en la policía? No. Pero caray, no se puede castigar violencia extrema con violencia extrema. Para eso está el Gobierno y sus instituciones, aunque con AMLO no quiere y se evita esta confrontación.
¿Es Saltillo un oasis, una ínsula de seguridad con su más de millón y 100 mil habitantes, un gran porcentaje de ellos recién llegados de todo el mundo? No, pero la ciudad sigue teniendo la mejor percepción y resultados al respecto; no es gratuito, hay un trabajo multidisciplinario del Cowboy Urbano, Manolo Jiménez, alcalde; Federico Fernández, comisionado de Seguridad Pública y Protección Ciudadana y, claro, el liderazgo coadyuvante del fiscal, Gerardo Márquez. ¿Los vecinos?: Tamaulipas tiene un 99.9 de impunidad, Nuevo León, 99.6. Los regios ocupan el tercer lugar nacional en feminicidios
Aquel eslogan, aquella promesa del Cowboy Urbano en campaña, un “Saltillo seguro y en orden” va caminando.
LETRAS MINÚSCULAS
Para desgracia nuestra, el brutal homicidio de una niña de 23 años, cometido por un veracruzano (se cumple mi tirada de naipes aquí ya perfilada de la violencia extrema llegada de otros lugares), vino a abonar esta saga de textos.
Jesús R. Cedillo
Contraesquina