Friedeberg se refugia en el pasado

Círculo
/ 29 septiembre 2015

El pintor y escultor de origen italiano platica de su pasión por el arte correo, con el que busca mantenerse ajeno a la prisa que envuelve al mundo actual

México, DF. Las cartas, tanto como el arte, han marcado la vida del pintor y escultor mexicano de origen italiano Pedro Friedeberg. Ilustrarlas con acuarela; dedicarles a su escritura, aproximadamente, media mañana de cada 15 días; llevarlas al correo; darse una vuelta por el edificio de Correos; comprar timbres y sellos; mantener corresponsales; esperar noticias suyas o sorprenderse con una misiva que llegó seis meses o un año tarde.

Hay en todo ello una especie de ritual que está íntimamente ligado a su producción artística, y hay también un gusto: el de "refugiarse" en un tiempo pasado, ajeno a la prisa que envuelve el actual.

A Friedeberg, que lució un sombrero de copa como los de comienzos de siglo XX esta semana al recibir la Medalla que le entregó el Instituto Nacional de Bellas Artes, le gusta decir que pertenece justo a la época "eduardiana", cuando había ferrocarril, barcos de vapor, buenos restaurantes, buenas óperas como las de Puccini y Strauss, cartas y telégrafo.

Tiempos que no tienen que ver con los actuales: los del celular, el correo electrónico, los "botes de aluminio con cuatro ruedas", los de la "música sin melodías de Andrew Lloyd Webber", tiempos donde no hay contacto humano y, en cambio, hay "una fealdad que todo lo toca".

El artista de 85 años espera la publicación de un libro -que trabajó Cristina Faesler, antigua directora del Museo de la Ciudad de México- con buena parte de sus cartas; en segundo lugar, prepara para 2013 una exposición que llevará al Mufi (Museo de la Filatelia de Oaxaca), donde presentará, además de cartas, ejemplos de sus piezas de arte objeto, pues ha sido impulsor de ese arte que por muchos años estuvo de moda y que alrededor de diversas revistas generaba una comunicación entre aficionados a la filatelia desde los lugares más extremos del mundo.

Ilustradas están todas las cartas que envía Pedro Friedeberg; las escribe a veces a mano y, en otras, con su Olivetti de 1959, "Olivetti Lettera" -precisa- una máquina que le regalaron, "no" -corrige- que cree que le robó a la que fue su primera esposa.

Las cartas -guarda unas 2 mil- y las postales -mil, más o menos- hacen juego con otra de sus insólitas colecciones: sellos de correos, que son la memoria de lugares que ha habitado, domicilios donde estudió, aprendió, vivió; algunos de los sellos también provienen de la casa Mosser, que estaba en la casa de Palma, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

De la animación a la serigrafía

Nacido en Florencia el 11 de enero de 1937, Friedeberg llegó a México muy pequeño; sus padres, judíos-alemanes, buscaron refugio en 1939. El arte barroco de México ha sido determinante en su obra, muy unida también al surrealismo, al fin y al cabo, dice en entrevista "todo arte es surrealista en el sentido que todo arte tiene que ver con los sueños y con las vivencias y deseos freudianos".

Las cartas le acompañan desde esa primera infancia; así lo recuerda: "En laguerra, cuando tenía como siete años, unas parientas me mandaban cartas de Alemania y creo que no podían pesar más de tres gramos, eran en un papel delgadísimo para que no pesara, escribían primero de este lado, luego escribían en vertical. eran bastante difíciles de leer, y luego al revés del papel también, como una cosa de seda finísima, porque estaban a dieta de papel y de tinta. Pero les sobraban ideas de escribir, bueno, escribían puras banalidades: `cayeron tres bombas' o `no pudimos conseguir frijoles ni arroz'".

En la sala de su casa habla de los otros proyectos que realiza: una animación para el Festival de la Animación en Querétaro, que será el 1 de noviembre. Éstas creaciones las realiza con Javier Romero a partir de una de las pinturas del artista. La que están haciendo será la tercera: "Es una jirafa tomando té, de las orejas le salen plantas, de cada hoja sale una víbora, de la boca de cada víbora salen rezos tibetanos. Muy surrealista.

- ¿Interviene usted?

- Yo doy los cuadros; ellos los ponen a mover. Es como hacer una película sin molestarse en hacerla, uno no más da los elementos.

Pareciera lógico que de ese universo de escaleras, planos y secuencias que hay en la obra de Friedeberg se desprendiera el movimiento, sin embargo él opina: "No, mi obra es muy estática. El ojo es el que juega o los patrones blancos y negros, de cierta manera hacen que el ojo juegue".

- ¿Por qué dice que es estática?

- Yo soy como el arte egipcio. Un arte estático, de muchos siglos.

-¿Abarca el surrealismo toda su obra?

-Yo no soy muy de esta época, del siglo XXI, soy como de principios del siglo XX, como de tiempos de la Patafísica y del Dadaísmo. Esta época no me gusta por la sobrepoblación, la vulgaridad, la falta de educación en todos los sentidos, la fealdad imperante en todo. Yo quisiera vivir en la época eduardiana que fue como la época de oro de la civilización occidental. Me tocó un poco a través de mis abuelas que se quedaron como estancadas en esa época.

- ¿De quién le llegan cartas?

- Tengo como 10 corresponsales de arte correo. Son artistas y escritores a los que todavía les interesa la lentitud del arte (dicen que el mayor enemigo del arte es la prisa). Son cartas ilustradas, en las que uno se expresa con más lentitud, que las de ahora. Ahí hay una (señala un cuadro en la pared) de José Luis Cuevas, ilustrada, de hace como 50 años, hecha con cuidado, con esmero, cariño y sin prisa.

- ¿Dibuja siempre en las cartas?

- Ese es el chiste de la carta, que lleve una cosa visual, porque si no será una carta cualquiera.

- ¿Con qué dibuja las cartas?

- Con lo que esté a la mano, acuarelas, tintas, acrílicos, sangre, Coca Cola.

- ¿Sangre de quién?

- De perro, de gato, de humano. Ahorita no tengo ningún perro, pero en un tiempo tenía seis o siete perros. Los exprimía un poquito. no, creo que nada más una vez que se cortó alguien. También he usado cátsup, mostaza y algunos otros líquidos que son inmencionables.

Friedeberg guarda la correspondencia con escritores y artistas como Toshio Kojima, James Signer, Javier Esqueda; coleccionaba estampillas hasta que se las robaron. Las que hoy se hacen en México le resultan particularmente feas: "¡Es patético! La fealdad de los timbres que hacen en México habiendo tantos pintores. Acaban de sacar una de la Comisión Federal de Electricidad, con fondos de la Central Eléctrica de quién sabe qué cosa. Recuerdo que Francisco Eppens hizo unos bellísimos o Arnold Belkin, pero ya murió".

- ¿Y tiene cartas de amor?

- Hubo. De odio, más bien. Las divertidas eras las anónimas, donde una señora escribía a otra: "Tu marido te está poniendo los cuernos", firmado Eusapia Palladino, con letra fingida.

Sobre el piso, en un grueso papel se han ido plasmando uno a uno los sellos coleccionados, comprados o mandados a hacer por el artista con el fin de hacer una serigrafía. Reflejan estrellas, cebras, lunas, soles. En las mesas del cuarto de al lado están un cuadro para el museo del Quijote en Guanajuato, donde acaba de escribir todos los poemas que aparecen en El Quijote, y la serigrafía, en edición limitada, de El códice Miguelito, donde hay multitud de datos de ciencia, literatura, estadística, religiones y anatomía, los vientos griegos, los come tas, los alfabetos secretos de brujos de la Edad Media, el árbol sefirótico y protagonistas de caricatura: el ratón Miguelito y el Gato Felix, que tienen un diálogo sobre el origen del Universo.

"Creo es en reciclar la información. Es la recopilación. Creo en el reciclaje. Uno tiene tanta información y no hace nada con ella. La gallina que usé en una carta me la dieron en una servilleta en un restaurante en Chicago, sólo venía el gallo, yo le puse el jinete. Hay cosas tan bonitas, es una lástima que se pierdan".


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