Mujeres luchan por el reconocimiento del trabajo sexual

Círculo
/ 22 septiembre 2015

Elena Reynaga preside AMMAR, la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina, más conocida como Sindicato de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Argentina.

Buenos Aires, Argentina.- Esta es la historia de mujeres que son más discriminadas por otras mujeres que por hombres y que ejercen un trabajo que no es reconocido como trabajo.

"No soy puta, no soy prostituta, no soy trapo ni jinetera, no soy cuero, no soy meretriz ni ramera, tampoco cortesana. Soy una mujer trabajadora; una mujer trabajadora sexual". Así hablaba Elena Reynaga ante Fidel Castro en el II Foro Latinoamericano de VIH-sida, celebrado en Cuba en 2003.

Pocos años después, en 2008, ya convertida en una referencia, Reynaga fue la primera trabajadora sexual en exponer en una sesión plenaria de la Conferencia Mundial sobre Sida.

"Las trabajadoras sexuales se están muriendo por falta de servicios de salud, por falta de derechos, no por falta de ninguna máquina de coser". En un encendido discurso, dejó en claro que ella y sus compañeras tenían mucho para aportar. Y concluyó con los brazos en alto y lágrimas en los ojos: "No somos el problema, somos parte de la solución".

Elena Reynaga preside AMMAR, la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina, más conocida como Sindicato de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Argentina, y RedTraSex, la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe.

Cuando Reynaga, de 57 años, habla, parece que llevara toda la vida formándose como oradora y cuadro político. Pero no. Aprendió a leer y escribir hace algo más de diez años. Y su trayectoria como activista comenzó hace algo más de 15.

Oriunda de la provincia argentina de Jujuy, se crió en un hogar pobre y la prostitución se le presentó como una alternativa para ganarse el pan.

Con orgullo, habla de lo avanzados que están los países del Mercosur en cuanto a legislación y organización del trabajo sexual, y con tristeza reconoce que en Centroamérica la situación sigue siendo muy grave.

La historia de AMMAR se remonta a mucho tiempo atrás, cuando durante la dictadura se producían muchas detenciones arbitrarias y malos tratos. En democracia, los arrestos duraban menos, pero seguían. Había edictos policiales que penaban la prostitución en la vía pública. Para que no las detuvieran, a veces debían pagar parte de sus ingresos a la policía. En los calabozos, comenzaron a hablar entre ellas y a pensar en qué hacer para detener los atropellos.

"No sabíamos qué ni cómo", recuerda Reynaga. "Además la autodiscriminación estaba muy presente. Teníamos comprado el discurso de que no valíamos nada, que éramos unas putas de mierda".

Hasta que Elena y sus compañeras se enteraron de la existencia de AMEPU, la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay. "Estaban sindicalizadas, organizadas, ya no las llevaban detenidas y tenían mesas de negociaciones con el Ministerio de Trabajo". ¿Por qué no seguir su ejemplo?

Así empezaron a reunirse en los bares de Buenos Aires. A la policía no le gustó y aprovechaba cualquier ocasión para detenerlas, hasta que entraron en contacto con la Central de los Trabajadores de Argentina (CTA), que les ofreció un lugar para encontrarse.

Al principio eran entre 80 y cien mujeres. Las peleas eran frecuentes. No tenían aún conciencia de lo que era una organización. Y como seguían los arrestos, Reynaga de repente se encontró casi sola.

Con la ayuda de dos abogadas, se concentró sobre todo en sacar a sus compañeras de la cárcel. Pero no estaban solucionando el problema de fondo. Entonces llegó el primer gran objetivo: "Trabajar por la derogación del artículo que le da derecho a la policía a detenernos". Tres años después, en 1998, lo consiguieron.

Paralelamente comenzaron a trabajar en la prevención de enfermedades de transmisión sexual, lo que volvió a involucrar a muchas mujeres. "Hacíamos todo a pulmón. Pedíamos una donación a una fábrica de condones. Y alguna compañera tenía que pedirle a un cliente que la llevara a buscarlos, porque no teníamos plata".

Lo que siguió fue abrir sedes de AMMAR en las provincias. Sólo en el primer año, se armaron cinco organizaciones.

"En 2004 empezamos a pensar que no podíamos ser sólo una organización que trabajara por la derogación de los edictos policiales y la prevención del VIH-sida, sino que había que empezar a trabajar por todos los derechos que tienen los trabajadores". Comenzó la lucha por el reconocimiento del trabajo sexual como tal.

"Queremos una ley que regularice el trabajo sexual. Tener los mismos derechos, oportunidades y obligaciones que tienen todos los trabajadores". Y así acabar con los abusos, el proxenetismo, la prostitución infantil y todas las violaciones a los derechos humanos derivadas de la ilegalidad.

Una de las preguntas con las que Reynaga se topa constantemente es si las trabajadoras sexuales eligen su profesión. "Antes de estar organizada, si alguien me preguntaba si quería dejar la prostitución, yo decía que sí. Daba un discurso totalmente victimista. Porque me sentía terriblemente culpable y necesitaba que los demás me perdonaran".

"Pero el crecimiento me hizo reconocerme primero como mujer y sujeto de derechos y después entender que hay una clase de trabajadores", explica. "La señora que limpia tampoco quiere limpiar. El minero seguramente no quiere ser minero. El albañil no quiere romperse la espalda poniendo ladrillos. Pero son los trabajos a los que opta la clase, porque vivimos en un país en el que todavía, lamentablemente, no hay igualdad de condiciones y de oportunidades".

Por eso Reynaga aclara que AMMAR representa a las trabajadoras sexuales humildes, que forman parte de una clase social marginada y excluida, y no a lo que llama "trabajadoras sexuales de cinco estrellas", que no ven la necesidad de organizarse.

"En todo caso, hay muchas trabajadoras sexuales, y me consta, que no quieren serlo, pero hay muchas que sí. Hoy vas a encontrar a muchas compañeras de AMMAR que te van a decir: ¿Qué es lo que te molesta? Yo ejerzo el trabajo sexual con mis genitales y el cuerpo es mío. Y soy libre de elegir".

Tiene claro que a muchas mujeres, sobre todo en algunos foros feministas, les puede molestar su discurso. "No soy hipócrita. Gracias al trabajo sexual he podido dar a mis hijos la oportunidad que yo no tuve, que es educación, la herramienta fundamental para defenderte, para ser libre. He tenido una casa digna, un montón de cosas que muchos trabajadores se rompen el lomo por tener. Y yo también lo hice. Entonces, ¿cuál es el problema?".

Reynaga asegura que, en general, en todos estos años percibió que su lucha es más aceptada por los hombres que por las mujeres. "La mujer nos sigue viendo como la competencia, como la enemiga a combatir, en vez de entender que nos deberíamos unir, que tenemos muchas causas en común".

Pero nada le borra la sonrisa. Y el desafío del trabajo que tiene por delante sólo la llena de más entusiasmo. "Mi sueño es el reconocimiento del trabajo sexual en toda la región. Pero, obviamente, lo máximo es lograr tener unos países mucho más equitativos, más justos, más igualitarios, no solamente para las trabajadoras sexuales, sino para todo el pueblo. Creo que vamos por buen camino".

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