Magia y devoción en el desierto de Nuevo León

Círculo
/ 23 septiembre 2015

"El Niño Fidencio" procedente del estado de Guanajuato, llegó a Nuevo León en 1923 y dio a conocer sus habilidades como curandero.

Monterrey, Nuevo León.- Ubicado a 120 kilómetros de la ciudad de Monterrey, en los límites de los estados mexicanos de Nuevo León y Coahuila, el pequeño pueblo de Espinazo es un escenario desértico que cada año se llena de magia y devoción gracias a la propagación del fenómeno "fidencista".

Fidencio Constantino Síntora, mejor conocido como "El Niño Fidencio", es el personaje que revive en este sitio del noreste de México, donde se congregan cerca de 100.000 visitantes procedentes de todos los puntos del país.

Aunque la "Iglesia Fidencista Cristiana", a la que pertenecen sus seguidores, no está reconocida por la Iglesia Católica, fieles de México, Estados Unidos e incluso de varios países de Centroamérica viajan en marzo de cada año al desolado pueblo en busca de las curaciones milagrosas que se le atribuyen a Fidencio desde hace más de 70 años.

"El Niño Fidencio" procedente del estado de Guanajuato, llegó a Nuevo León en 1923 y dio a conocer sus habilidades como curandero, demostrando un conocimiento empírico de las propiedades de las plantas medicinales. Primero curaba heridas a animales y luego a vecinos.

Era famoso por realizar operaciones sin anestesia y que no causaban dolor en sus pacientes. Según proclamó, fue llamado para sanar a través de una visión divina, en donde obtuvo sus poderes.

Su fama fue tal que el 8 de febrero de 1928, el propio presidente de México, Plutarco Elías Calles, acudió a consultarlo debido a un problema de llagas en la piel.

"El Niño Fidencio" atendía casos de cáncer, lepra, cataratas, ceguera y recibía por igual a paralíticos y mudos.

A 73 años de su muerte, ocurrida el 19 de marzo de 1938, el mito sigue vigente y la fe inquebrantable. Ahora son las "Cajitas", personas que aseguran estar poseídas del espíritu de Fidencio y hasta del héroe revolucionario Pancho Villa, quienes hacen curaciones a los miles de peregrinos.

"Las cajitas son las portadoras de mi voz, ella habla por mí, o mejor dicho mi espíritu habla a través de ella. Es una sensación única, no estoy del todo consciente de mis actos, simplemente me entrego al momento", describe Jonathan Montesco, quien desde hace dos años decidió seguir el camino del fidencismo.

Ante la magnitud del fenómeno, líderes católicos advierten a los devotos de cuidarse de charlatanes: "En muchos de los casos la gente recurre al fidencismo porque considera que quienes ejercen esa religiosidad los pueden curar de una enfermedad, pero no es así, por eso hay que cuidarse de quienes se manejan con otro tipo de  intereses, como el económico", dijo el cardenal de la arquidiócesis de Monterrey, Francisco Robles Ortega.

La música y alabanzas acompañan los recorridos de cientos de familias que visitan los lugares "sagrados" de este pueblo aislado, como El Pirulito, el Cerro de la Campana, la tumba del Niño y el famoso "Charquito", un hondo espacio con agua lodosa supuestamente curativa, donde se sumergen aquellos que buscan remediar un mal.

"Esta agua es milagrosa, mi mamá padecía de diabetes y hace dos años que la trajimos para que una 'Cajita' la curara y ya está muy bien, por eso ahora venimos cada año para agradecer", explica Verónica Salas, quien viajó desde la ciudad de San Luis Potosí.

El movimiento "fidencista" ha beneficiado a los visitantes más necesitados, ya que no se les cobra por los servicios e incluso se les brinda alimento durante su estancia.

La calle principal de Espinazo, cuya población estable no pasa del medio millar de habitantes, tiene a lo largo de sus 400 metros puestos con vendimias de todo tipo, desde pan de pulque hasta medicinas naturistas. Los comerciantes se pelean por la atención de la muchedumbre que transita de rodillas, rodando o arrastrándose de espaldas hasta llegar a la tumba del Niño Fidencio.

Así revive Espinazo cada año, gracias a la congregación de miles de devotos quienes, al término de la fiesta, regresan a sus lugares de origen con la sensación de que la fe ha curado sus males.

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