Violencia en el arte, realidad de ayer y hoy
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Un experto del Instituto de Investigaciones Estéticas analiza y comenta la violencia presente en una parte de las obras plásticas mexicanas del siglo XX
La violencia ha sido una de las presencias más persistentes y constantes en la historia de la humanidad.
"Por eso no resulta nada extraño que también sea una de las más representadas por los artistas de todas las épocas", dice Renato González Mello, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Actualmente, González Mello trabaja en dos proyectos relacionados con la violencia en el arte contemporáneo: uno se llama "Tiempos violentos" y tiene como objetivo que los estudiantes de posgrado de Historia del Arte curen una exposición a partir de la colección de arte mexicano moderno del Museo de Arte Carrillo Gil, la cual se exhibiría en este museo y en la Americas Society, en Nueva York; el otro es la redacción, a partir de una minuciosa y exhaustiva investigación, de un libro sobre imágenes relacionadas específicamente con la violencia callejera y el uso del cadáver como argumento político en las décadas de los 20 y 30 del siglo XX, cuando se dio el ascenso del fascismo en Europa.
"En esa época, la violencia callejera era identificada como una manifestación política revolucionaria de los movimientos de izquierda. Los movimientos fascistas, para llegar al poder (particularmente en Italia), utilizaron formas insurreccionales que se parecían mucho a las formas insurreccionales de izquierda, lo cual dio lugar a representaciones pictóricas con un gran flujo de distribución, como el cartel de propaganda", señala el investigador universitario.
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El papel del artista
Cuando se habla de la violencia en el arte se hace alusión a la representación de imágenes crueles, pero también a una actitud de denuncia por parte del artista. Aunque el experto aclara:
"No hay símbolos visuales que intrínsecamente sean símbolos de denuncia del poder. José Guadalupe Posada hizo un dibujo, muy famoso, de la policía montada reprimiendo un motín popular en el oriente de la ciudad de México. Mucha gente ha visto en él una protesta contra la represión porfiriana; sin embargo, queda claro que, en la época en que se publicó ese dibujo, al impresor y editor Antonio Vanegas Arroyo le parecía estupendo que entrara la fuerza pública a reprimir a los inconformes. Además de representar un campo de batalla, la imagen en sí es un campo de batalla".
Ahora bien, de acuerdo con González Mello, los artistas tienen la responsabilidad, como cualquier otro ciudadano, de denunciar la violencia.
"Pero cuando la responsabilidad cívica se define sólo en función del problema de la violencia, yo dudaría un poco de que los artistas o cualquier ciudadano, si fuera el caso, tengan que asumir la suya en forma tan lineal o unilateral. Los artistas deben ver todos los problemas sociales, es obligatorio que lo hagan; no únicamente el de la violencia", agrega.
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Parte de la cotidianidad
La violencia por la que hoy en día atraviesa México produce imágenes que ya forman parte de la cotidianidad de sus habitantes: golpizas a inconformes, balaceras, secuestros, ajusticiamientos, encajuelados, decapitados.
Con todo, se puede afirmar que ésta no es la etapa más violenta en la historia de nuestro país.
"Sí, es verdad, no estamos viviendo la época más violenta de nuestra historia, ni remotamente. Más bien lo que ocurre es que hay un par de políticas del Estado que han salido mal. Una de ellas es la represión masiva del narcotráfico; esta represión, con la consiguiente reacción a ella, ha generado un alud de representaciones tanto en los medios de comunicación como en las artes y la política, donde los discursos se articulan en torno a este fenómeno", comenta el investigador de la UNAM.
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En el México posrevolucionario
Algunas hechos o sucesos violentos como torturas, asesinatos o sacrificios tienden a ser más representados según las condiciones sociales de la época.
Por ejemplo, en el México posrevolucionario hubo al principio una tendencia muy tímida, y después muy intensa, a representar trágicamente la violencia desatada durante la Revolución. Al respecto, González Mello dice:
"Algunos muralistas, como Orozco y Rivera, recurrieron en sus obras al sacrificio humano como un medio para discutir el sistema constitucional. Cabe decir que un sector de la sociedad creía que dicho sacrificio representaba el derecho natural y sus límites, mientras otro pensaba que el derecho natural no era una fuente válida para el orden legal, por lo que el sacrificio humano podía ser visto como parte del orden legal."
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Descabezamiento simbólico
Durante la Guerra Cristera o Cristiada (1926-1929), las batallas entre ambos bandos (fuerzas leales al gobierno de Plutarco Elías Calles y cristeros) solían ser presentadas por los artistas plásticos como una suerte de reproche contra el Estado o como un argumento en contra de la barbarie que se vivía entonces.
"En ese periodo de la historia de México hubo muchas representaciones de la violencia aplicada directamente sobre el cuerpo, en especial del acto de decapitación de maestros rurales y otros agentes del Estado como una especie de descabezamiento simbólico de la autoridad federal", apunta el investigador.
Pero las series de imágenes más representativas de esta guerra fueron hechas en los años 30 y 40 del siglo XX por artistas del Taller de Gráfica Popular para protestar por los maestros agredidos.
Y los cristeros tuvieron también cierta producción artística inspirada en sus mártires. En relación con estos últimos, González Mello explica:
"Había una concepción del mártir como categoría fundamental para pensar en la confrontación civil, ya sea del lado de la oposición católica o de las demás corrientes políticas, incluyendo al Estado posrevolucionario. El martirio, así, tendía a ser una de las representaciones centrales de la violencia porque era ante todo un testimonio, y la noción de testimonio es muy importante para la construcción de una memoria histórica".
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El arte como herramienta diplomática
El Estado posrevolucionario mexicano sabía que las exposiciones de los muralistas mexicanos, a pesar de ser explícitamente violentas, eran un valiosísimo producto de exportación.
De ahí que haya utilizado el arte como una herramienta diplomática.
El embajador norteamericano Dwight Whitney Morrow negoció con el Vaticano el fin de la Guerra Cristera y enfrió las ansias que sentía su gobierno (y otros más, como el inglés) de invadir México por el asunto de la expropiación petrolera. Así, contribuyó a la consolidación del régimen de Calles.
"El mismo Morrow organizó exposiciones de arte mexicano en Estados Unidos y convenció a varios de sus conciudadanos de que les dieran dinero a pintores mexicanos para que pintarán murales y organizaran museos allá. Por supuesto que todo esto fue fruto de la diplomacia mexicana. El nacionalismo mexicano duró tanto tiempo porque se convirtió en una herramienta diplomática muy importante. Con las exposiciones de arte mexicano que llevaron a distintas partes del mundo, los subsecuentes gobiernos posrevolucionarios tuvieron muy buenos resultados", comenta el investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.
Más información al correo electrónico: mello@servidor.unam.mx. (Jesús Israel Rojas Conchola)