Historia de un niño bipolar
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El desorden bipolar es un misterio, todavía sujeto a debate médico; pero hay familias para las cuales esta disfunción ya es parte de la realidad cotidiana
Max es el único hijo de Amy y Richie Blake, una pareja de Massachusetts. Mac tenía 7 años la primera vez que trató de matarse. Escribió un texto de cuatro páginas en el que heredaba sus juguetes a sus amigos y luego saltó de la ventana de su recámara en un segundo piso. Quedó lleno de moretones, pero no se rompió un solo hueso.
Tres años después, un lunes en la tarde, Max, ahora de 10 años, se suponía que llegaría a casa en el autobús escolar, pero un prefecto llamó a su madre a las 2:15 pm para pedirle que fuera a la escuela por su hijo.
Allí le entregaron lo que el niño había escrito en su cuaderno, y que había propiciado la llamada.
"Queridos mamá y papá" -leyó la madre de Max-, "me siento triste, deprimido e insignificante. Realmente quisiera morirme.
"Creo que me siento tan mal porque no puedo dormir en la noche. Y papá me grita para que me duerma. Pero no puedo controlarlo. Realmente, necesito ayuda."¡Te amo mami, te amo papi!".
Un problema serio e incurable
Esta historia trata de un niño con "desorden bipolar", una enfermedad mental que se manifiesta con ataques recurrentes de manía y depresión.
Se trata de una disfunción que ningún padre entiende, que los profesores no soportan y que los médicos no creen que exista en los niños.
Hay medicamentos disponibles, pero no está claro cómo funcionan. Y con frecuencia no funcional del todo.
Pero el desorden bipolar no tratado puede ser desastroso: el 10 por ciento de los que lo sufren cometen suicidio. Por lo tanto, los padres deben elegir entre dos opciones dramáticas: (1) medicar a sus hijos y arriesgarse a un mal resultado, o (2) no medicarlos y arriesgarse a que se suiciden.
A los pocos días de nacer, Amy se dió cuenta de que su bebé nunca dormía toda la noche, y tampoco ella. El niño golpeaba su cabeza contra la cuna y lloraba hasta que su cara se enrojecía.
A los 13 meses alineaba carritos de juguete en el piso, en la misma dirección, y si Amy, sin darse cuenta desbarataba el orden, él niño chillaba como si le hubieran cortado un brazo.
En la guardería, le aterrorizaban sus maestros y compañeros. Él no era el niño más grande del salón, pero atacaba sin provocación ni advertencia, mordiendo tan fuerte que dejaba las marcas de los dientes. Todos los días pateaba, golpeaba y escupía.
El pediatra de la familia no tenía respuesta para el comportamiento del niño.
A los 18 meses, el día que la guardería amenazó con expulsar a Max, los Blake decidieron consultar a un especialista en desórdenes mentales.
Después de tres meses llegaron hasta el doctor Joseph Jankowski, jefe de Psiquiatría Infantil en el Centro Médico de Tufts (Boston), quien después de observar al niño por varias semanas extendió su diagnóstico: desorden bipolar.
Jankowski comenzó a tratar a Max con una dosis baja de Depakote, pero el niño dejó de comer y no podía dormir. Entonces cambió a Zyprexa, un antisicótico.Max empezó a comer de nuevo, y por primera vez comenzó a dormir toda la noche
"Lo trataremos por unas cuantas semanas, se pondrá bien, y podrá dejar el medicamento", pensó su madre. Los Blake se llevaron a su hijo a casa, y Amy empezó a escribir en un diario sobre el comportamiento del niño.
El punto es que Max nunca estará bien. En unos pocos años llegará a la pubertad, y en esa etapa las cosas se complicarán aún más. La rebeldía del adolescente es una cosa, pero la rebeldía de un adolescente bipolar puede terminar en tragedia.
"Quiero creer que Max tendrá una vida normal, pero nadie sabe lo que va a pasar", dice su madre. "Se me hace muy difícil levantarme en la mañana cuando pienso al respecto. Por eso prefiero no pensar en ello".