Recibirá Rubén Bonifaz Nuño Medalla de Oro del INBA
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Recibirá la distinción en reconocimiento a su brillante obra poética, así como a su incansable labor como promotor de la literatura clásica griega y latina
Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz, 1923) es una de las voces más altas de la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo XX. El martes próximo cumple 85 años y el día de hoy el Instituto Nacional de Bellas Artes le otorga como distinción la Medalla de Oro, "en reconocimiento a su brillante obra poética, así como a su incansable labor como promotor de la literatura clásica griega y latina".
Para el poeta homenajeado, su aportación fundamental se ha dado en el campo de la docencia, donde una de sus máximas ha sido "conocer lo que somos para hacer lo que debemos". Si se le pide que responda a algunas preguntas sobre su poesía, contraviene: "qué quiere saber de la poesía... es que cuando me entrevistan se han olvidado de lo principal, de lo que es mi vocación más profunda, que es ser maestro. Eso es lo principal para mí".
Defensor del humanismo, la enseñanza de Bonifaz Nuño tiene una de sus raíces en las culturas griegas y romanas; por otro lado, en la tradición prehispánica, que ha sabido reconstruir a través de su lenguaje arquitectónico para explicar una cosmogonía profundamente humana, en armonía con los dioses y el universo, que ha refutado las hipótesis arqueológicas que basan sus dichos en los preceptos e interpretaciones heredados por conquistadores y frailes de la época de la Colonia.
Es en su oficina, ubicada en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, donde Rubén Bonifaz Nuño atiende las pocas visitas que aún recibe. Hace 48 años, escribía: Y reconozco que me importa / ser pobre, y que me humilla, / y que lo disimulo por orgullo. Hoy, antes de dejarse ver, el maestro se asegura de que luce impecable. Viste un chaleco blanco y una leontina que termina en una moneda anitgua de oro que pende de su bolsillo.
El poeta permanece casi inmóvil, ha quedado ciego y ha perdido plausiblemente el sentido del oído. Aún con todo, brotan las chispas de su sentido del humor. Sobre el gesto del INBA en su honor, bromea: "antes decía que me hacían más homenajes de los que merezco, ahora ya tengo más de los que aguanto".
Desde la escuela preparatoria, Bonifaz Nuño ha estado vinculado a la UNAM. En la Universidad se le deben, entre otras cosas, la fundación del Instituto de Investigaciones Filológicas y la perdurabilidad de la colección Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, que comenzó a dirigir en 1970 y que es un referente de las traducciones de obras clásicas en el mundo hispano.
El propio Bonifaz Nuño se encargó de traducir obras de Lucrecio, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Propercio, Lucano, César, Píndaro y Eurípides. Tradujo también La Iliada de Homero, con la convicción de que es en ese poema donde están encriptadas todas las pasiones humanas.
Conocedor desde las entrañas de la poesía de Catulo, Quevedo y Góngora, a Bonifaz Nuño se le deben poemas largos en que la sintaxis y lógica de los mundos griego y latino, así como la perfección métrica de los poetas españoles del Siglo de Oro, convergen para dar ritmo y fuerza a versos donde resuena el tono particular de un poeta citadino que comparte los padecimientos del amor, del recuerdo y de las mujeres ausentes.
A sabiendas de que versificar es, tal como se lo enseñó Agustín Yañez, "conseguir de modo permanente la mayor precisión en la expresión", Rubén Bonifaz Nuño se ha preocupado por hablar de manera sincera y desvergonzada "de los seres humanos, de mí mismo como ser humano y de cosas que no diría si no fuera en verso".
Poemas como Los demonios y los días (1956), El manto y la corona (1958), Fuego de pobres (1961) y La flama en el espejo (1971), son muestra del trabajo de un poeta que se ha apropiado de las formas métricas del español para hablar a su propio ritmo de su identidad mexicana, en una transmutación del lenguaje que en palabras de Bonifaz Nuño significa "convertir el lenguaje del conquistador, que es el síntoma de la sumisión, en un arma de la libertad".
De a poco, la ceguera y la vejez han alejado a Bonifaz Nuño de los dos trabajos a los que dedicó los esfuerzos de su intelecto. Ya recuerda de lejos, como ausente, los placeres de la vida: los que le ha propiciado el cigarrillo, que ahora limita a cuatro al día, "pues son malos para el corazón y otro tipo de entrañas"; de la comida, prefiere saborearla en la memoria, "porque ahora no puedo usar los fierros de comer y tengo que usar los dedos; eso me da asco así que prácticamente no como".
- ¿Se siente triste, maestro?
-Sí, sí me siento triste. Por no valerme por mí mismo. Tuve esa facultad. Tuve oportunidad de hacerlo durante muchos años y lo aproveché espléndidamente.
Desde hace casi una década, Rubén Bonifaz Nuño no puede leer. Confiesa que quisiera seguir trabajando, inmerso en la lectura de libros especializados de latín escritos en inglés y francés, lenguas que puede descifrar en el papel pero no entender si las escucha.
A ratos, aún hoy pide que le lean novelas de aventuras que le acompañaron en la infancia, "poesía no, porque para leerla hay que tener un conocimiento muy profundo de las cosas. Además, de poesía sé suficiente para decírmela cuando quiera. Recuerdo un montón de poemas de muchísimos autores; a Garcilaso de la Vega, a Fray Luis de León, a Luis de Góngora, a Carlos Pellicer, a Torres Bodet..."
-Usted ha enseñado siempre los valores del humanismo. En el contexto mundial, ¿aún hay esperanza del hombre de encontrar su esencia de gran señor, como usted le llama?
-Creo en el humanismo como reconocimiento de la grandeza del hombre. En este momento, no. Creo que el mundo va en camino de perderse. El comercio se ha adueñado de un mundo dividido en ricos y pobres. Los ricos que son muchos menos se ocupan de su dinero y los pobres se ocupan solamente en buscar la comida que no tienen.
-Algo muy importante en su vida académica fue revalorar nuestra herencia prehispánica....
-Sí, exactamente. Hice libros tanto de cultura náhuatl como de cultura griega, y son cada uno una lección para los muchachos.
- ¿Está satisfecho con su legado al conocimiento de la cultura mexicana?
-Hasta ahora sí porque la hipótesis en que he creído es la que más se sostiene. En el momento en que venga una hipótesis mejor que la mía, la cambiaré. Mientras tanto, seguiré diciendo que la mía es la mejor.
- ¿Cuáles han sido esas aportaciones?
-He servido desde luego en la cátedra. He servido enseñando por generaciones a amar la lengua española, a conocer la lengua latina. He dirigido multitud de tesis sobre diferentes temas. Incluso sobre temas prehispánicos. Principalmente, soy maestro en el aula con los alumnos. En la comunicación directa con ellos, que es como puedo enseñarles algo de lo que creo que puede ser el hombre.
-La colección Scripotrum Romanum es única en América Latina y cuenta con más de 80 títulos, ¿se siente orgulloso de ese legado?
-Claro que sí, me pasa una cosa curiosa. Hace poco me hicieron un homenaje los alumnos de Letras clásicas de la Facultad de Filosofía y Letras. Al terminar les dije que me parecía extraño que me consideraran maestro, puesto que ellos nacieron cuando yo ya no daba clases. Pero siguen siendo mis discípulos, por lo que he escrito y por lo que platico con ellos cuando vienen a verme.
-Entre sus discípulos está Búlmaro Reyes, que es un excelente editor...
-Claro, posiblemente el último discípulo que tuve. Aún somos amigos a pesar de que nos llevamos casi 30 años.
-Ha dicho usted que el poeta debe ser ante todo una persona desvergonzada. ¿Cuándo descubrió que estaba en eso su esencia de escritor?
-Hay dos condiciones: debe ser culto y desvergonzado. Lo descubrí cuando pude contar cosas que no podría haber contado de ninguna otra manera, y pude hablar de mí y de los demás de un modo que antes de decirlo en versos no hubiera podido hacerlo. Hablé de los seres humanos, de mí mismo como ser humano, de cosas que no diría si no fuera en verso.
- ¿Cuáles son las herramientas con las que se ha acercado a la poesía?
-Con paciencia y desvergüenza como le decía.
-Es triste cómo va uno dejando en el camino a los amigos, ¿verdad maestro?
-Claro, porque no es uno el que los deja, son ellos los que lo dejan a uno.
-De los amigos de su generación, ¿con quiénes aún conversa?
-De los amigos de mi edad sólo me queda uno: el maestro Fausto Vega, secretario del Colegio Nacional. Con él hablo muy a menudo porque es el último que queda de mis amigos. Los demás han muerto. El último fue Joaquín Sánchez McGregor, amigo desde preparatoria, que murió el mes pasado.
- ¿No conversa con Clementina Díaz y de Ovando, con Miguel León Portilla?
-No muy seguido. A ella le hablo por teléfono de repente. Con Miguel León Portilla no converso nunca.
- ¿Cómo se siente ahora que está por cumplir 85 años?
-Terriblemente viejo, terriblemente inútil. Estoy privado de la vista y del movimiento de las piernas. Soy un bulto que habla.
Rubén Bonifaz Nuño se mantuvo activo en la academia y la literatura por más de 50 años en los que aportó estudios, traducciones y versos invaluables para la cultura mexicana; ahora, ante el merecido homenaje que le rinde el INBA, el poeta y humanista cuya figura se ha distinguido por su porte pulcro e impecable, se muestra agradecido pero también angustiado ante la idea de afrontar este nuevo homenaje en que le acompañaran amigos, lectores y admiradores: "sí, estoy contento pero tengo mucho miedo... ya no veo, no puedo caminar y eso lo va a notar la gente..."