Herta Müller recibe el Nobel de Literatura

Círculo
/ 3 marzo 2016

Los ganadores del Premio Nobel no hablan durante la ceremonia en la que reciben su galardón. Tal vez por eso Herta Müller, miembro de la minoría germanófona de Rumania, no se ha callado nada desde que llegó a Estocolmo el sábado pasado.

Si en su conferencia del lunes en la Academia Sueca recordó el pasado nazi de su padre, la deportación a la URSS de su madre y la represión que sufrió ella misma durante el régimen de Ceaucescu, en la rueda de prensa del martes cargó contra los países que ignoran la represión que se vive en el régimen chino.

"He vivido el temor de la persecución. Es emocional, me molesta, me enfurece", expresó la autora de 56 años en la tradicional conferencia de prensa de los laureados previa a la ceremonia de premiación.

Müller dijo sentirse muy feliz de recibir el galardón, pero no reveló qué hará con los 1.4 millones de dólares que el mismo conlleva. "No compraré un yate, así que no se preocupen", bromeó.
Esta tarde, sin embargo, Müller se limitó a sonreír y a agradecer con la cabeza el Nobel de Literatura. La ceremonia, fiel al protocolo, había empezado una hora antes en el Auditorio de Estocolmo, decorado como siempre con las 14 mil flores que envía cada año la provincia italiana de San Remo, donde murió Alfred Nobel el 10 de diciembre de 1896, cinco años antes que echaran a andar los galardones con su nombre.

Anders Olsson aplicó a Herta Müller un término acuñado por el español Claudio Guillén, citado la tarde de ayer con devoción por el académico sueco: "contraexilio". Para Guillén la literatura del contraexilio es la que, lejos de dejarse llevar por la nostalgia se construye mediante "respuestas que incorporan la separación de un lugar, de un idioma o de una comunidad de origen" y que "triunfan sobre esa separación" para trascender "el apego a un lugar".

Así es la obra -lírica y seca, sin concesiones- de la autora de "La Bestia del Corazón", "La Piel del Zorro" o "En Tierras Bajas" (publicados en español por Siruela), libros marcados de principio a fin por la tiranía de Ceaucescu, de cuya muerte se cumplen 20 años este mes. En 1987 se exilió en Berlín, donde dos años más tarde asistió a la caída del Muro.

Müller, que entró en el escenario agarrada a su bolso como a un salvavidas, abrió más aún sus enormes ojos, esbozó media sonrisa y se acercó al rey de Suecia. Tres reverencias y vuelta a la fila de inmortales, en medio del aplauso más largo de la tarde.

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