Cambia el año; doña Manuelita no
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Todos los años por estas fiestas me gusta visitar a una familia que vive refundida en un arroyo por el rumbo de las ladrilleras, al poniente de Saltillo.
Es la familia de doña Manuelita, una mujer baja y de rostro curtido por el polvo y el sol.
Y es la de doña Manuelita una familia fecunda y extensa como las vides.
Hijos, nietos y bisnietos, un clásico ejemplo de la explosión demográfica.
¡Ah!, y el anciano esposo de doña Manuelita sobre cuya estampa de ermitaño parece que el tiempo no ha pasado.
No recuerdo bien a bien, pero creo que el clan de doña Manuelita migró de Zacatecas para asentarse en los barrancos de barro, cavados por las ladrilleras, a en los límites del Arroyo del Pueblo.
La barraca de los peones; así le dicen.
No diré que doña Manuelita es pobre ni que vive en condiciones precarias.
Mejor digo que su morada es un jacal de adobe al borde del desmoronamiento, con unos techos de lámina a punto de desplomarse por lo podrido.
Lo demás es el barranco, el arroyo, una vieja noria de donde Manuelita saca el agua para tomar, bañarse, lavar la ropa, yo qué sé.
Para qué le digo más: el subdesarrollo a su máxima expresión a unas cuantas cuadras del corazón de la ciudad en la colonia Guayulera.
Aquí, a este pozo de miseria, no llegan las ayudas del Banco de Alimentos ni las dádivas del PRI a cambio de votos.
Tampoco los mecenas ni las buenas conciencias en Navidad ni Día de Reyes.
Acá no viene nadie,
nadie.
Y siempre es lo mismo.
Es decir, que las cosas para doña Manuelita y su familia no cambian.
Cada año que regreso la novedad es que otra hija o nieta, sin marido, de doña Manuelita, está de encargo o ya tuvo criatura.
Y también que doña Manuelita es más pobre que el año anterior y que el anterior del anterior.
Sus hijas trabajan, sí, en los empleos que les permite su baja escolaridad.
Ya se imaginará los sueldos.
El dinero nunca alcanza, qué quiere.
Eso aunado a que a la prole de doña Manuelita carece de sueños, de ilusiones, de esperanzas, de proyecto de vida.
Confieso que cada vez que vuelvo a las ladrilleras siento un bajón en la moral de ver que la familia de Manuelita nomás no progresa y cada vez va peor, se hunde más en su pobreza…
Pero qué le hago.
Y me digo que ya no voy a regresar, que no tiene caso, que para qué.
Que doña Manuelita nomás no cambia, no se supera.
Pero luego pienso en la infinita misericordia de Cristo, la misericordia de Cristo es infinita, sépalo, y vuelvo al barranco cuando pienso que tal vez esa familia, la familia de doña Manuelita, que nomás no cambia, es el reflejo de mi persona que sigue empeñada en sus defectos y malos hábitos.
No cambio, no me compongo, créame.
Pero Dios en su infinita misericordia me da cada día una nueva oportunidad de enmendarme, de corregir el rumbo.
Dios quiera que este año sí cambie la familia de doña Manuelita, y de paso yo también…