De Allende para el mundo. El corrido de Arnulfo González cumple un siglo. Es una historia del México posrevolucionario de un joven valiente de Allende que se enfrenta a un teniente rural en un duelo a muerte. Es, sobre todo, una historia real contada por Narciso Zapata Torres, el autor de este corrido patrimonio de Coahuila y México. Semanario ahondó en la historia, real, del corrido entonado por figuras como Vicente Fernández, Antonio Aguilar o Los Tigres del Norte: ¿por qué se enfrentaron a muerte un teniente rural y un muchacho que fue panadero, repartidor de leche y chofer?
- 14 julio 2025
Siendo muy niño, y debido a la afición que mis padres tenían por la radio, y en particular por los programas de música norteña, llámese “¡Arriba el norte!”, del célebre locutor saltillense José Guadalupe Medina Cepeda, “El compadre Medina”, es que crecí yo familiarizado con aquellas canciones del pueblo que, en su momento, hicieron época, y después, trascenderían en el tiempo.
Por eso cuando el profesor Héctor Manuel Velásquez Ramírez, folclorista, musicólogo y promotor cultural, me habló para decirme que estaría en Saltillo otro profesor, Jesús Zapata García, el nieto de un señor Narciso Zapata Torres, compositor del “Corrido de Arnulfo González”, el nombre de este último, Arnulfo González, no me sonó para nada extraño.
Había yo escuchado cientos de veces, en la antigua XESJ, “la estación de la hora y la temperatura”, aquella tragedia convertida en melodía, interpretada por el entrañable Eulalio González “Piporro”, en una versión que me había doblarme de risa.
Sin embargo, todo lo que sabía yo por la letra de la canción, era que se trataba de la historia de dos hombres, muy hombres, que se habían matado a balazos en un casual duelo callejero, y era todo.
Que este año se cumpliría, me dijo el profe Héctor, el centenario de aquella fatalidad acaecida en Allende, Coahuila el 30 de julio de 1925, fatalidad que había dado origen a este popular y famoso corrido.
Por tal motivo, los 100 años de aquella tragedia y de aquel corrido, el profe Héctor emprendería, a la de ya, una cruzada cultural en favor del rescate de la canción que, sabría yo más tarde, traspasó fronteras y pondría al pequeño pueblo de Allende en la geografía musical de México, Hispanoamérica y el sur de Estados Unidos.
“Para evocar, quienes lo sabemos, recordar, a quienes lo pudieron haber olvidado, o dar a conocer a quienes no lo conocen, por eso la importancia de esta tarea. La cruzada es para que se reconozca en el ámbito educativo, cultural y social, el valor de la música folclórica, los corridos de México, que en el corrido de Arnulfo González encuentran una representación de renombre nacional y ahí se rescata a nuestro pueblo Allende y al compositor Narciso Zapata”, dijo el profe Héctor, quien fuera fundador y director del grupo folclórico Zenzontle durante 35 años.
LA HISTORIA DE NARCISO ZAPATA
Un casual duelo callejero entre un teniente, jefe de un regimiento de 100 rurales, originario de Chihuahua, y un civil, nacido en Allende, municipio enclavado en la región de los Cinco Manantiales, ubicada al norte de Coahuila, el tema central de aquel corrido.
Fue así que, una mañana, más bien calurosa, me encontré con el maestro Héctor y con Jesús Zapata, allendense de corazón, nieto de Narciso Zapata Torres, el compositor del “Corrido de Arnulfo González”, en la cafetería “El Estanquillo” de la terraza, con vista a la Alameda, en la Librería Carlos Monsiváis.
De entrada, me sorprendió la historia que Jesús me contó sobre su abuelo Narciso, un albañil sin más instrucción que la de la escuela de la vida, que había migrado en su adolescencia de la Hacienda “El Malamé”, San Luis Potosí, a Saltillo en plena Revolución Mexicana, huyendo de la miseria y la violencia.
“En esas haciendas que sufrían los acosos y los estragos de la miseria en el Porfiriato y luego la violencia de la Revolución”, me ilustró después el profe Héctor.
Aquí se casó Narciso, tuvo su familia, y más tarde, cuando la bonanza de la minería del carbón, en la Región Carbonífera, y de la industria textilera, en Allende, se trasladó con su prole a esta entonces villa, que no pasaba de tener más de 10 mil habitantes y una planta de luz.
Allá su abuelo Narciso, me contó Jesús, se dedicó de lleno a la albañilería, oficio que alternaba con el de empleado de jardinería de la municipalidad.
A la par que, por una rara vocación innata, destinaba parte de su tiempo a la composición de corridos sobre hechos y personajes que tenían que ver con el devenir del pueblo, pueblo del que ahora era avecindado, o sea Allende.
Narciso, según escuché, por boca de su nieto Jesús y del profe Héctor, no sabía tocar instrumento cual ninguno, pero igual que hacía el gran compositor y cantante José Alfredo Jiménez, tarareaba la música de sus canciones y conseguía así parir las notas de sus crónicas convertidas más tarde en alegres y coloridas melodías.
Era lo que se llama un compositor lírico, empírico, de a tiro.
Vaya a saber cómo, de dónde, sacaría Narciso esa gracia natural para componer canciones.
Lo cierto es que hasta entonces desconocía yo la trama, es decir, la historia detrás de este corrido que, a diferencia del de Rosita Alvírez, que según el historiador Álvaro Canales Santos no es más que una leyenda, está basado en la realidad pura, en la pura realidad.
UN CORRIDO POSREVOLUCIONARIO
Otra noche y durante una velada artística realizada en el marco de lo que el profesor Héctor Velásquez ha bautizado como “La Tertulia de la Cabaña” y que tiene lugar, un viernes al mes, en la vieja casa que fuera de sus padres, hoy adaptada como cabaña y situada en un recóndito callejón del centro de Saltillo llamado Privada Coahuila, me enteré de que el “Corrido de Arnulfo González”, tema al que había estado consagrada la tertulia, tuvo como escenario la época posrevolucionaria.
De aquella época, me instruyó el profe Héctor, quien goza de una trayectoria de 40 años en el rescate y difusión de las tradiciones mexicanas, el calendario de efemérides destaca, como evento principal, la rendición en Sabinas, Coahuila, de Pancho Villa ante el gobierno federal encabezado por Adolfo de la Huerta, en 1920.
Con todo y que Allende se caracterizó siempre por ese espíritu pacífico y hospitalario de su gente, no faltaron las cuadrillas de bandoleros que mantenían asolada la región, asaltando y saqueando pueblos.
A las 10:00 de una mañana veraniega, que presagiaba lluvia, en el recibidor de su casa de la colonia Real de Peña, el ingeniero industrial e historiador, Juan José González Domínguez, nacido en Allende, me platicó de un bravo bandido que comandaba a una tropa de 60 gavilleros y que, en cierta ocasión, quiso tomar por asalto a la Villa de Allende y fue repelido por una de esas guarniciones de rurales cuya misión era cuidar el orden y la paz en la región.
En ese tiempo, y para hacer frente a los brotes de violencia, remanentes de la Revolución, se había establecido en Allende, que de hecho contaba con una policía oficial, un regimiento de rurales que vestían como vaqueros y andaban a caballo, tal y como yo lo había visto en una fotografía a blanco y negro publicada en el libro “Allende, Coahuila. Manantial de mis recuerdos”, autoría del inge González Domínguez.
Uno de aquellos rurales era el teniente y comandante Braulio García Uribe, mayor de la guarnición, hombre alto y altanero, hosco, autoritario, difícil en su trato y acostumbrado a hacerse obedecer a chaleco.
“En esa época el sistema era autoritario y autoritarios y duros los regimientos de rurales o militares. Por ellos no tenían simpatía en el pueblo, dada la forma dura en que trataban a la gente”, me platicó el profe Héctor Velásquez.
Era el famoso teniente a quien Narciso Zapata Torres, conseguiría retratar de cuerpo entero, nítidamente, en su corrido.
Al parecer, compartió el profesor Héctor Velásquez, ante amigos y vecinos asistentes a la tertulia nocturna, el teniente Braulio, con 25 años, había pertenecido a las fuerzas leales de Pancho Villa, o sea a Los Dorados, de ahí su carácter temperamental, despótico y arbitrario.
Aunque algunas crónicas lo pintan como joven apuesto.
En una entrevista para el programa De Pueblo en Pueblo, que transmitió Radio Universidad el pasado 15 de mayo, como parte de la cruzada para el rescate de este corrido, patrimonio cultural de Coahuila, Jesús Zapata García, nieto del compositor, maestro de educación artística de profesión y músico por herencia, hablaría del protagonista de esta historia de no ficción: Arnulfo González Muñoz, al que la canción debe algo más que su nombre.
AQUÍ LES VENGO A CANTAR
Arnulfo González, dijo Jesús, era un muchacho de 22 años, ciudadano de Allende, el menor de seis hermanos, trabajador, pacífico, amiguero, y aunque corto de palabras, poseedor de una perenne sonrisa que le había granjeado la simpatía de los jóvenes del pueblo todo.
Su infancia y parte de su juventud había transcurrido en el rancho “El Pitacoche”, del municipio de Villa Unión, que era propiedad de su padre y en el que, junto a sus hermanos, Arnulfo ayudaba en las faenas del campo, también en una panadería de la familia, Arnulfo fue pandero, y otras voces en Allende aseguran que era además lechero.
En pleno auge de la explotación de hulla en la Región Carbonífera, a Arnulfo, de alma inquieta y aventurera, le dio la de irse a trabajar al entonces naciente mineral de Nueva Rosita.
De ahí que el corrido cante, “vuela vuela palomita / avisa a los minerales / principalmente a Rosita / que murió Arnulfo González (...)”.
Su padre le habría dado permiso de probar suerte en la Carbonífera, con la condición de que no bajara a las minas, donde ya para entonces habían ocurrido varios siniestros mortales.
El muchacho consiguió emplearse como chofer de un camión en el que transportaba carbón y otra clase de materiales y mercancías.
Pronto, por su gran don de gente, Arnulfo se hizo de muchos amigos en Rosita con quienes solía ir de juerga, hasta que su padre, previendo el peligro que entrañaba aquella vida desordenada, hizo regresar a Arnulfo.
En aquel tiempo la familia González Muñoz se había afincado ya en Allende.
El papá de Arnulfo, buscando la manera de alejar a su hijo de los vicios, decidió comprarle un automóvil con el que Arnulfo ofrecía servicio de taxi o carro de sitio para trasladar pasajeros que solían ir de compras a Piedras Negras e Eagle Pass y luego retornar a la Villa.
“Fue el primer taxista de aquí de Allende”, me contó hace unos meses Ricardo Federico Ramos Olvera, historiador independiente de Allende.
A pesar de que ya había cesado el fragor de la Revolución, en la región seguido corrían las noticias sobre asaltos en los caminos, perpetrados por cuatreros.
Eliseo, el hermano mayor de Arnulfo y alcalde de Allende por segunda vez, le había dado como regalo de Navidad en 1924 una pistola calibre 32, niquelada y con cachas de nácar, que Arnulfo dispararía, recomendó el hermano, solo en caso de extrema necesidad, y nada más.
En el libro de “De Allende se despidió. El Corrido de Arnulfo González”, escrito por el historiador Álvaro Canales Santos, había yo visto la fotografía de un joven cabello ondulado, afilado y serio rostro lampiño, estatura mediana, delgado, pero fibroso, camisa blanca y traje negro impecables, posando al lado de su carro, un Ford de la época, era Arnulfo González.
Durante la entrevista en “El Estanquillo”, la cafetería de la Librería Carlos Monsiváis, Jesús Zapata, también fundador del grupo musical Revelación Zapata de Allende, me habría contado sobre la existencia de una mujer a la que su abuelo Narciso omitió mencionar en el corrido, tal vez, como un gesto de respeto y caballerosidad, no obstante que habría sido ella la causa de la tragedia.
Se llamaba Rosario Arellano y era, nada más y nada menos, que la novia de Arnulfo al que casi igualaba en edad.
Quienes la conocieron, dijo Jesús, se referían a ella como una mujer de belleza y carisma extraordinarios, sin abundar en mayores detalles anatómicos, pero honesta, recatada, de principios y enamorada de Arnulfo.
Era tan guapa, tan guapa que el teniente aquel, jefe del regimiento de caballería, Braulio García Uribe, que tenía ojos para las mujeres, comenzó a cortejarla.
Jesús y el profe Héctor, como el resto de los antiguos de Allende, me dijeron que pensaban que probablemente Rosario habría puesto sobre aviso a Arnulfo de los asedios del teniente que, más tarde se supo, era casado.
“El teniente andaba sobres de la novia de Arnulfo, Arnulfo ya sabía...”, me narró Federico Ramos Olvera, historiador independiente de Allende.
ESTE ES EL CORRIDO DE...
Una tarde canicular que pasaba yo por el municipio, ahora ciudad, de Allende, me detuve para platicar de este corrido con don Federico Ramos, también dueño de una reputada y socorrida lonchería del centro del pueblo: Lico’s Café.
El encuentro, o valdría mejor decir, desencuentro entre Arnulfo González y el teniente Braulio García ocurrió una noche, como a las 8:00, en la nevería de un señor Pedro Salazar, situada en la entonces calle Real, lugar donde los muchachos y muchachas de la villa solían reunirse para platicar y matar el tiempo con helados de sabores.
Era el 30 de julio de 1925.
Hacía calor y como se acostumbraba, se acostumbra, en Allende, la gente había sacado a la calle sus sillas y mecedoras para agarrar el fresco.
Mientras reporteaba esta crónica leí en el libro “De Allende se despidió. El Corrido de Arnulfo González”, del historiador Álvaro Canales Santos, que después de una dura jornada de trabajo en su taxi, Arnulfo llegó a la susodicha nevería donde ya lo esperaban su novia Rosario y algunos de sus amigos.
Estando en Allende caminé entonces hasta las actuales calles de Benito Juárez y Espiridión Peña, donde despachaba la nevería y en la que ahora hay un Bancomer y la sede de una logia masónica, para tratar de imaginar la escena que minutos antes me había contado don Lico.
Arnulfo estaba sentado a las afueras de la heladería, en eso, y como reza el corrido, pasó el temido rural.
En los textos que consulté para esta nota, el de Juan José González y el de Álvaro Canales, se manejan varias versiones sobre el preludio de la tragedia:
Una, que el teniente Braulio García se le quedó mirando a Rosario, la novia de Arnulfo, con una mirada concupiscente, lasciva, libidinosa, impúdica, obscena...
“Y como ya andaban picados, el teniente ubicaba a Arnulfo como el novio de su pretendida...”, me comentó el profe Héctor.
Otra versión, quizá las más insidiosa y por eso la menos acreditada, dice que Rosario Arellano le habría hecho ojitos al teniente cuando pasaba por ahí.
Vaya usté a saber...
Arnulfo, que había sido enterado por Rosario del acoso del Mayor de los rurales, lo acribilló con los ojos.
“Arnulfo se le quedó viendo retador, sabía de su rivalidad...”, me narró el maestro Héctor Velásquez.
Y el teniente lo increpó:
Que qué le miraba, “¿tengo monos en la cara?”, preguntó ofuscado Braulio García.
“Nada, la vista es muy natural”, respondió Arnulfo desafiante.
El rural sacó su pistola de cargo, una escuadra reglamentaria calibre 45, y de un golpe con la cacha en la cara lo derribó al suelo.
Otra versión dice que fue de una cachetada, luego lo amagó con el arma y se retiró.
Arnulfo se levantó del piso, sacó el revólver calibre 32 que su hermano Eliseo le regaló y se enfrascó con el rural en un fuego cruzado.
De repente estalló el griterío y el alboroto en la nevería.
El primero en caer sería el teniente Braulio.
Arnulfo, que había quedado avergonzado ante su novia y amigos, y visto mancillado su honor por la actitud desafiante del rural, alcanzó a darle tres tiros mortales en el pecho, a pesar de que no era un experto en armas y de que su pistola era de un calibre inferior.
“Tenía rango el teniente, pero se encontró con un pollito, Arnulfo era un pollito para él”, dijo Jesús Zapata.
De ahí que el corrido cante, “en Allende hay buenos pollos/ y el que no lo quiera creer/ nomás no revuelvan lagua /porque así la han de beber”.
Cuando Arnulfo le dio la espalda para irse, el jefe de los rurales, que estaba tirado, agonizando por las heridas de los balazos, le habló: que a dónde iba, gritole entre maldiciones.
González se dio la vuelta, unos dicen que por inercia ante aquel llamado, otros que para darle el tiro de gracia al teniente.
Vaya a usté a saber.
En eso el rural, desde el suelo y justo en los estertores de la muerte, le disparó a Arnulfo un tiro que le pegó en los riñones.
“Arnulfo cometió el error que dice el ‘Piporro’, ya habías ganado, pa qué te devolvías”, reflexionó el profe Héctor.
A las 8:15 de la noche de aquel 30 de julio de 1925, el teniente Braulio García murió.
Arnulfo fue levantado por sus vecinos y llevado sangrando en su mismo coche donde el médico del pueblo.
Entonces, recuerdo que me dijo el historiador allendense Juan José González Domínguez, en la villa no había hospitales, puras boticas.
A las 8:30 de aquella noche aciaga, Arnulfo González falleció frente a su hermano Eliseo.
De acuerdo con el libro “Allende, Coahuila. Manantial de mis recuerdos”, del inge González Domínguez, las últimas palabras que el muchacho pronunció fueron “que quiten los zapatos”, y entregó su alma al Creador.
Leyendo esta historia me vino a la mente un pasaje de la Biblia, contenido en el Libro del Éxodo 3:1,10, de cuando Moisés, que había llevado a pastar a las ovejas de su suegro al desierto, miró una zarza ardiendo que no se consumía, se acercó a la zarza y escuchó la voz de Dios que le dijo que se quitara el calzado, porque el lugar donde estaba parado era tierra santa.
¿Será que Arnulfo en verdad se habría ido al cielo?, me pregunté.
EL RECUERDO
En ese rato se presentó en la botica, donde yacía el cuerpo de Arnulfo, un pelotón de rurales, buscaban al joven, se dice, para tomar venganza por el asesinato de su Mayor.
Eliseo salió a la calle para informarles que el hombre por el que iban ya no pertenecía a este mundo, y se puso a las órdenes del contingente aquel, pero la patrulla al ver que en la reyerta ambos rivales habían salido “tablas”, o sea parejos, abandonó la plaza sin hacer ningún cargo y se acuarteló.
“El hermano les dice ‘señores, Arnulfo ya murió, pero yo soy su hermano pa lo que ustedes gusten mandar’, porque eran de muchos pantalones. En Allende nunca la gente fue agresiva, pero no se dejaba”, me refirió el inge Juan José González.
Entretanto, una turba conformada por gente del pueblo se preparaba, desempolvando sus pistolas y carabinas 30- 30, para cobrar a los rurales la muerte de Arnulfo, pero fue apaciguada por Eliseo y el jefe de la policía local, quienes llamaron a la calma, que si no, advierten los historiadores, la gresca que se hubiera armado y, deje usté, la de muertos que hubieran salido.
“Pero ahí quedó todo”, me relató el profe Héctor.
Horas después Arnulfo fue velado en su casa de la calle Galeana, en Allende, y sepultado la tarde del 31 de julio en el panteón de San Juan de Mata, entre una nutrida concurrencia de familiares, amigos, vecinos y conocidos.
Acompañado del músico y dueño del taller de lápidas en Allende, Jesús López Martínez, fui a visitar el cementerio donde ahora descansan los restos de Arnulfo González, y me encontré con una bien cuidada tumba de conservada pintura azul turquesa, flores artificiales recientes y sobre la losa una inscripción con lucidas letras doradas que decía: “Cariñoso recuerdo de sus amigos”.
Pregunté a Jesús si aún quedaba en Allende algún familiar directo de Arnulfo con el que pudiera yo platicar, contestó que no.
Quise saber cómo es entonces que a pesar de que ya han pasado 100 años de la muerte del muchacho, su tumba se mire tan intacta.
Jesús respondió que personas altruistas del pueblo vienen seguido a darle su manita de gato, a dejar flores y alguna oración... tal vez...
“Si no ya se hubiera perdido, vienen y repintan las letras...”, me narró López Martínez.
Jesús Zapata, quien además se distinguió como maestro de música y luego director de la gloriosa secundaria Marcos Benavides de Allende, me contó en nuestra entrevista que el único familiar de Arnulfo al que conoció fue a su hermana Tomasita González, quien testificó ante notario público que Narciso, el abuelo de Jesús, había sido el compositor único del corrido que inmortalizó a su hermano.
Entonces Tomasita tenía 96 años.
“Mi papá, Guadalupe Zapata Ramírez, firmó también el acta y había un peluquero ahí tradicional, Antonio Gómez Solís, dueño de la Peluquería La Rex, también testigo. Ya de ellos no queda nadie”.
Jesús me relató una anécdota ocurrida en el panteón principal de Allende y en la que se cuenta de un hombre que se hallaba pintando la tumba de Arnulfo y algún curioso le preguntó que si era pariente del difunto a lo que el acomedido aquel respondió, “no, pero me he puesto unas borracheras con el corrido ese...”.
Me figuro que Narciso Zapata Torres, con ese buen oído musical -¿o debiera decir olfato?- que poseía, y viendo que había material para armar una buena historia, se abocó a componer una canción sobre aquella tragedia apenas sucedió.
De acuerdo con la bibliografía de la que eché mano, “El Corrido de Arnulfo González” se terminó de escribir, para la posteridad, el 18 de agosto de 1925.
Sin embargo, no salió a la luz, sino tiempo después, esto porque la familia de Arnulfo, y particularmente Eliseo, el mayor de los hijos, aún dolida por aquella desgracia, recogió las reproducciones que Narciso había mandado hacer a la imprenta del pueblo para evitar su distribución entre la gente.
Quién iba decir que años más tarde “El Corrido de Arnulfo González”, se convertiría en uno de los más cantados y escuchados de todo el país, por su letra sencilla y su música pegajosa.
SEÑORES VOY A CANTARLES...
A Narciso, su compositor, que había muerto en 1934 a los 49 años, no le alcanzaría la vida para paladear el éxito de su gran canción interpretada por infinidad de artistas conocidos y desconocidos de México, Hispanoamérica y el sur de Estados Unidos.
La versión más popular, aunque alterada, como en la mayoría de los casos, me dijo el profe Héctor, es sin duda la del enorme “Piporro”, mucho más corta que la de la letra original, compuesta por 18 estrofas y un estribillo, y con un tono jocoso que incita la carcajada.
“La versión original nadie la ha grabado ni el nieto del compositor... El original tiene cerca de 20 estrofas, y lo que se canta son 12 o menos”, puntualizó el profe Héctor.
Buscando en YouTube, me sorprendí de saber que intérpretes de la talla de Vicente Fernández, quien lo incluyó en un disco de sus 10 corridos consentidos, lo han cantado.
Artistas como Antonio Aguilar, José Alfredo Jiménez, Amalia Mendoza, Yolanda del Río, Los Alegres de Terán, Los Donneños, Los Hermanos Banda, Los Tigres del Norte, Lalo Mora, Los Hermanos Prado, Los Caminantes, el Trío Los Calaveras, Chayito Valdez, Eliseo Robles y por supuesto, el orgullo de Allende Coahuila, Los Hermanos Barrón, lo incluyeron en sus colecciones discográficas de los corridos mexicanos más famosos.
“Dentro del patrimonio cultural de Coahuila, en cuanto a música, tenemos la suerte de contar en el folclor nacional musical con cinco de los corridos más famosos de México: de Saltillo, ‘Agustín Jaime’ y ‘Rosita Alvírez’, de Sierra Mojada ‘Los Pavorreales’ o de ‘Lucio Vázquez’, de la Laguna ‘Benjamín Argumedo’, y del norte el de ‘Arnulfo González’”, me dijo el folclorista, musicólogo y promotor cultural, Héctor Velásquez.
Y últimamente al profe Héctor le sorprendió escuchar en spotify “El Corrido de Arnulfo González”, pero al estilo Country, ejecutado por Country Roland Band.
Hasta hay quienes aseguran que la familia de Arnulfo habría rechazado la idea del actor y cantante Antonio Aguilar, sobre la posibilidad de realizar una película que tratara de la tragedia narrada por el corrido.
“Hay todavía algunos familiares de Arnulfo, muy retirados, a los que no les gusta que hablen de él, y como a mí me han visto que hago reportajes me han reclamado, pero pos es popular... es del pueblo”, me confió Federico Ramos Olvera, historiador de Allende.
En 1989 Jesús Zapata, nieto del compositor y cosecha de una familia de músicos, acudiría con su padre Guadalupe Zapata Ramírez, ante la Dirección General de Derechos de Autor, en la Ciudad de México, para registrar el corrido con sus 18 estrofas y su estribillo, no para cobrar regalías, sino con la intención de que se reconozca la autoría y el origen.
“Es un símbolo de orgullo e identidad del pueblo de Allende. La gente escucha este corrido y se emociona, es de Allende, es de mi tierra, es de mi pueblo”, dijo el profe Héctor en una charla para el Programa “Coahuila en la Hora Nacional”, transmitido el pasado 25 de mayo.
La canción quedó inscrita bajo el título “Auténtico Corrido de Arnulfo González”.
“En los cancioneros aparece como de dominio público o autor el Piporro, y no”, me aclaró el profe Héctor.
¿QUÉ FUE DE LOS OTROS PROTAGONISTAS DEL CORRIDO?
Pero a mí aún me quedaba la intriga de saber qué habría pasado con el cuerpo del teniente García y con la vida de Rosario Arellano, la novia de Arnulfo.
Al teniente, que había sido enterrado en el panteón de San Juan de Mata, lo mismo que su rival, según leí en el libro de Álvaro Canales, lo reclamó su esposa y se llevó sus restos a su natal Chihuahua.
Rosario permaneció en Allende y se casó con un ciudadano de allí, quien, al cabo de algún tiempo, se la llevó a vivir, unos dicen que a Ciudad Acuña, otros que a Texas, donde años más tarde falleció.
La versión oral, la de boca en boca, la de leyenda, dice que la dama Rosario Arellano, abrumada por la acusación pública de haber sido la causante de aquella tragedia, prefirió abandonar el pueblo.
Otras lenguas maloras dicen que Rosario se ufanaba de compararse con la Rosario del poeta Manuel Acuña, al presumir que mientras por la Rosario del Nocturno se había suicidado uno, por ella se habían matado dos.
Verdad o falacia....Vaya usté saber.
La mañana que estuve con el inge Juan José González en su casa, me compartió otra joya: el programa de festejos del 100 aniversario de Allende, celebrado en julio de 1926, y en el que la joven María del Rosario Arellano aparecía como miembro del comité de flores.
Y Ya con esta me despido / pacíficos y rurales/ aquí se acaba el corrido/ del teniente y de González...
LA ÚLTIMA Y NOS VAMOS...
El profe Héctor dijo que una de las propuestas más importantes de esta cruzada, es que las autoridades educativas y culturales den a conocer el corrido a la comunidad coahuilense, como una manera de cumplir con su obligación de sembrar el amor por las tradiciones.
La otra, y que ya está siendo analizada por el cabildo de Allende, es levantar un obelisco en la plaza principal de este municipio, hoy erigido como ciudad, en honor el personaje principal del corrido, Arnulfo González Muñoz, y bautizar una calle con el nombre de Narciso Zapata Torres, el compositor de tan renombrada pieza.
