Viviana estuvo casi una década con dos placas metálicas y tornillos. La pierna que resultó lesionada todavía le duele.
- 27 octubre 2024
María Viviana Nolasco Cuéllar no se acuerda cómo se llama la calle donde la atropellaron. “Necesitaría investigar”, dice. Durante la entrevista, da algunas indicaciones y señala el rumbo, pero seguimos sin tener el nombre.
Se ubica al norte de la ciudad, cerca de dos centros comerciales ubicados en el cruce del Periférico Luis Echeverría Álvarez y Mariano Abasolo. Pero no es exactamente ahí, sino ligeramente al oriente, del lado de la colonia Guanajuato. O quizá del otro lado, donde comienza la República Oriente. No está segura. Cree que es sobre la calle Veracruz, pero falta verificarlo.
Eso sí, sabe que el accidente ocurrió un 22 de diciembre. Y lo más probable es que haya sido en 2014. Tampoco está segura. Pero fue hace como 9 o 10 años. Sí, debió ser en 2014, supone. Fue cerquita de las 15 horas.
No es que no quiera dar datos exactos. Es que como la mayoría de los accidentes ocurren en un instante y sin previo aviso, este episodio le resulta borroso.
Viviana Nolasco iba caminando de la mano de su hijo. Se dirigían a una tienda. Buscaban un regalo. Caminaba por una banqueta que, aunque estrecha, dos personas pueden caminar lado a lado. De pronto un coche deportivo se subió a la acera y la atropelló.
Su hijo le soltó la mano y alcanzó a quitarse. Pero ella no. A sus 38 años, ni siquiera advirtió la máquina que venía a toda velocidad. No esperaba quedar inconsciente. ¿Quién lo espera? Ella venía por donde debía. Por donde marca el reglamento de tránsito. Por la banqueta, el lugar donde se supone que los peatones estamos seguros.
A partir de ahí no recuerda mucho.
Yo estoy en la misma calle donde la habrían atropellado. Antes de salir de mi casa y venir para acá, dudé qué ponerme. Sabía que iba a tener que pasar por una obra en construcción y me daba un poco de miedo ir con falda. ¿Viviana habrá pensado en cosas como esas?
El caso es que trato de identificar dónde pudo haber ocurrido el atropellamiento. El tramo de la calle Veracruz que refiere Viviana mide aproximadamente 300 metros. De ambos lados las aceras son angostas. En el flanco sur, hay unos 50 metros cubiertos por maleza y una edificación de Aguas de Saltillo con un pozo que obliga al transeúnte a caminar por la calle.
Sobre la calle José María Lafragua, que topa con Veracruz, hay cajones de estacionamiento que colindan con una avenida de tres carriles, escalones, y pedazos inconclusos de banqueta.
No entiendo cómo pudo haber ocurrido el accidente de Viviana.
Según información del Gobierno de Saltillo, a través de una solicitud de información con número de folio 0528265000191, en diciembre de 2014 hubo 11 atropellamientos, aunque en otro documento con folio 052826500019023, solo se menciona uno.
Una tercera solicitud de información, con el folio 052826500017623, indica que hubo 9 atropellamientos en ese mes.
Ninguno menciona una calle llamada Veracruz. Y solo para confirmar, revisamos las bases de datos de 2013 y 2015, en caso de que la memoria le esté fallando una mala jugada.
Entonces, ¿qué pasó?, ¿cuántos casos como este existen que no están documentados por las autoridades?, ¿cómo puede una ciudad como Saltillo pensar en solucionar este tipo de problemas si ni siquiera se puede medir?
Retomando la historia de Vivana, cuando volvió en sí, cuando despertó luego de ser atropellada, estaba del lado del chofer, su agresor. Un grupo de soldados llegaron rápidamente. Cree que iban pasando por ahí por casualidad y cree también que fueron quienes llamaron a la ambulancia.
Cuando llegaron los paramédicos, le dijeron que tenía una fractura en la pierna izquierda.
Todo fue muy rápido. Al responsable “inmediatamente lo agarraron y lo encerraron”, cuenta.
Le preguntaron si tenía seguro, pero no, no tenía. Así que la llevaron al Hospital Universitario. Aunque por ser época decembrina, muy cerca de Navidad, casi no había médicos. Le sacaron placas y la mandaron de vuelta a su casa. Así, con la pierna quebrada, como si no la hubieran atropellado y le pidieron que regresara hasta el próximo jueves.
Su familia prefirió llevarla a la Conchita, pero les pedían un depósito para que la pudieran atender y no tenían el dinero.
Terminó en casa de su nuera. Su esposo y sus hijos empezaron a buscar quién la podría atender. Después de un rato encontraron al doctor Edel Colín. Al ver los estudios que le habían hecho previamente, el médico les dijo que tenía fracturado tibia y peroné, que iba a necesitar dos placas y alrededor de 17 tornillos.
Colín operó a la paciente al día siguiente, en un hospital privado que estaba a un lado del Hospital General. Viviana pasó toda la noche del 24 de diciembre ahí internada.
Dos días antes, cuando esperaban la atención en el Hospital Universitario, el padre del joven responsable llegó a ver a Viviana. Quería que le quitaran la denuncia a su hijo. La familia de la víctima se negó. Le pidieron, a cambio, que firmara una responsiva diciendo que se haría cargo de los gastos, pero el hombre no quería firmar.
La nuera le dijo al hombre que solamente pedían se cubriera el costo de la operación, pero si él se oponía, la familia buscaría la forma de incluir las consecuencias por la pérdida de trabajo: se dedicaba a limpiar casas, a las cuales debía trasladarse a pie.
Al final, el padre del responsable firmó la responsiva.
Pagaron. A plazos, pero pagaron. Viviana lo dice así, poniéndose en su lugar, porque a pesar del accidente, ambas familias son de escasos recursos.
Pero yo aún no entiendo cómo ocurrió el accidente. ¿El joven iba borracho o a exceso de velocidad?, ¿de qué otra manera en la que se hubiera subido a la banqueta?
Viviana cuenta que no supieron si iba tomado, lo que sí es que el joven traía un carro deportivo y que dijo que se le atravesó una camioneta. Por eso ‘volanteó’, se desvió y se subió a la banqueta.
¿QUÉ CONSECUENCIAS TIENE UN PERCANCE ASÍ?
La protagonista de esta historia estuvo 3 días internada y un mes en cama completamente. Estuvo en total 3 meses sin caminar, por lo que tuvo que ir a terapias por alrededor de dos meses más.
El dolor. Ese también fue un precio a pagar. Y lo que duele un hueso quebrado es insoportable, al menos eso dice Viviana. Tenía la pierna inflamada, no traía yeso, solamente dos placas, una con nueve tornillos y otra con siete. Narra que ninguna pastilla le hacía efecto para quitarle el dolor. No podía dormir de lo mucho que le molestaba.
Esa pierna ya no fue la misma. Dice que al caminar, su dedo gordo y el que está junto a él se entierran hacia abajo. En cada paso. Y eso ya no va a cambiar. De tanto pisar así se le hace callo. Diez años de caminar así. Se le dificulta bajar las escaleras, tiene que adelantar un poco el pie para poder dar el paso.
“Es como dicen, después de un accidente, ya nada es igual” señala.
El 31 de octubre de este año la tuvieron que volver a operar. Dice que había momentos que le dolía. Cuenta que una vez fue al centro y, al bajarse del camión, le dio un dolor, así que ya no pudo caminar. En esas situaciones, lo que hace doña Viviana es esperar un momento y luego arrastrar el pie, porque no puede dar pasos por el dolor. Hasta que haciendo eso empieza a pasarse el dolor.
Sus hijos son los que le dicen que es necesario que se opere.
Le quitaron las dos placas y los tornillos, se los entregaron, los tiene guardados en su casa.
Pero esa operación fue muy diferente, no sabe si es debido al dolor tan penetrante de la fractura o qué. Pero incluso la raquídea la sintió diferente, como si la hubieran picado por varias partes de la espalda.
La cirugía fue ambulatoria, pero aun así el dolor fue insoportable, otra vez noches en vela. Le tuvo que hablar al médico que la atendió por WhatsApp, le recetó algo para el dolor, pastillas e inyecciones, pero ella optó por las inyecciones, creyendo que eso alivianaría mejor el dolor. Dice que hasta el momento de la entrevista, aunque el dolor ya no es demasiado, no se quita.
Aunque todavía se tenía que desplazar con la ayuda de muletas, ya fue dada de alta.
Viviana espera que su calidad de vida mejore con esta segunda operación, pero hasta el momento no ha notado que el dolor se vaya. Dice que le sigue doliendo donde le dolía. Cree que son los huecos, que los tornillos dejaron espacios en sus huesos y eso es lo que ocasiona el dolor.