Una persona que conducía a exceso de velocidad y en aparente estado de ebriedad mató a Alan Barraza en 2018. Su caso todavía lo examina la justicia.
- 27 octubre 2024
Pasaban de las ocho de la noche del 3 de septiembre del 2018. La luz que cubría la ciudad empezaba a ocultarse detrás de la sierra de Zapalinamé. Alan estaba en su día de descanso. Había cobrado el sueldo de una semana más en la maquila donde trabajaba, al norponiente de Saltillo que se dedica a la forja de acero, y donde ocupaba uno de los lugares que la industria ofrece a destajo en todo Coahuila.
Aquella noche pintaba para ser cualquier otra según don César, su padre; un policía jubilado que dice que nunca imaginó presenciar una historia similar como las que tantas veces había auxiliado a lo largo de más de 20 años de carrera.
Los riesgos, la oscuridad y los olores que se desprenden de los puestos de comida que inundan esta parte del oriente de Saltillo estaban presentes.
César, recuerda que una noche anterior a esa, Alan había llegado a casa con la noticia de que había renunciado al trabajo para entrar a la escuela al lunes siguiente. Sus horarios no lograban acomodarse y la necesidad de continuar un estudio más allá de la prepa lo rodeaban todos los días.
La idea era graduarse de la carrera Administración de Empresas para ocupar un buen puesto, y meter a sus amigos a trabajar y mejorar la situación de su familia.
En medio de la sorpresa, Alan respondió a su padre que los recursos de donde sobreviviría los siguientes cuatro años, iban a ser los de su segundo oficio en la barbería de su primo con quien había aprendido tiempo atrás, y que hoy todavía está bajo uno de los tantos puentes peatonales de la calle Otilio González que no han sido suficientes para evitar siniestros contra peatones.
Ese sábado, Alan le pidió a su padre que dejara el abono de una recámara en una mueblería de la zona. Meses atrás había tomado la decisión de hacerse de algunas cosas aunque fuera a crédito, y le prometió que al día siguiente saldrían al “Merca” en familia como cada domingo.
César cogió el dinero y partió. Alan se metió a bañar y con los minutos contados salió a las ocho con rumbo a la casa de su novia. Tenía que cruzar Otilio González de sur a norte a la altura de la colonia Universidad Pueblo y de pronto un auto lo impactó dejándolo tendido varios metros más adelante.
César ya había regresado a casa y con él de pronto una mala noticia que cambió su vida para siempre, y una injusticia que no ha sido reparada.
“Vino una vecina, a gritarme que corriera, que mi hijo había tenido un accidente. Llegué y lo único que me salió fue pensar ¿por qué me hiciste eso? Lo que hice fue cerrarle los ojos”, recuerda César Octavio con los ojos humedecidos.
En el parte médico de los elementos de la Cruz Roja que llegaron al auxilio momentos después, se decretó el fallecimiento a causa de una fractura severa de cráneo que le quitó la vida casi de inmediato.
Aunque varios de los vecinos optaron por perseguir al culpable, su vehículo apareció solo en un parque cercano minutos después, justo a unas casas de donde hoy vive César, y no fue hasta 15 días cuando el hombre regresó para declarar voluntariamente ante las autoridades que la muerte de Alan había sido su responsabilidad, sin embargo, su versión fue desechada, puesto que acudió solo y no con un abogado.
El proceso penal, recuerda César, empezó justo al día siguiente de que su hijo fue declarado sin vida. Tuvo que ausentarse del velorio para poder interponer la denuncia; mismo que se pagó con la ayuda de la empresa a la que días antes Alan había renunciado.
“Lo que nos dieron fue gracias a que mi hijo tenía tres meses en la fábrica y ellos nos dieron algunos gastos y nuestro seguro de vida. Primero tuvimos esto que cualquier tipo de justicia”, expresa.
“Nunca había visto un sepelio de tanta gente. Muchos amigos, y él se fue tranquilo y sé que está bien”, dice César abriendo un paréntesis sobre lo que su hijo significaba para la comunidad.
Al igual que en los casos de muchas víctimas de delitos, la investigación prácticamente fue integrada por César quien recuerda que los agentes lo dejaban en “visto” cuando intentaba comunicarse con ellos para que le reportaran avances sobre la justicia que exige.
“Yo tenía que moverme. Anduve sacando fotografías de donde vivía el presunto, donde trabajaba, donde se movía. Anduve haciendo la investigación y llevando al ministerio público todo en charola de plata para que se movieran”, dice.
Después de varios meses de lucha, el señalado, Sergio Hernández, con quien fue careado decidió no admitir su responsabilidad y junto con sus asesores y su familia, le advirtieron al padre de Alan que el caso se arreglaría solo a través de un juicio.
“Decían que porque era policía le quería hacer algo y yo respondía que si quisiera lo hubiera hecho desde antes. Nunca lo hice a pesar de que mató a mi hijo, quien tenía muchos planes y en un ratito se los llevó”, indica.
El juicio oral se llevó a cabo hace más de dos años, y en la sentencia que no contiene ningún castigo penal con algún tipo de prisión, fue apelada por el monto de la reparación del daño que fue solicitada, y que César dice, únicamente es para solventar las deudas que dejaron los abogados que se han ido sin haber logrado gran cosa.
“Y ahí decimos: ¿qué pasa? Anda en la calle como si nada, sin pagar nada. Y nosotros hasta ahorita nada”, dice.
En el peregrinar, se suman acercamientos para interponer quejas contra el MP, ante la Comisión de los Derechos Humanos del Estado de Coahuila.
También se acercó la Comisión Estatal de Atención a Víctimas, pero no le gustó, en parte porque le acercaban un arreglo que favorecía al entonces presunto culpable, y en otra parte, porque no hubo acercamiento psicológico.
“Me decían que agarrara eso porque no me iban a dar más. A mí no me pareció porque yo no iba por dinero, yo iba por justicia. Sí se acercaron, pero no hubo el acercamiento de un psicólogo o algo”, expresa.
“Yo fui policía y he visto muchas cosas y digamos que soy más fuerte, pero yo sobre todo buscaba que le ayudaran a mi esposa y a mis otros hijos”, insiste César.
Fue durante más de un año desde el 2023, que César Barraza buscó una audiencia de ejecución para que el culpable le reparara el daño tal y como se había impuesto tras concluir el juicio, y apenas en julio del 2024; casi seis años después de que Alan murió en el siniestro, se la otorgaron.
Pero la situación no paró ahí, pues entre la última audiencia y los inicios de octubre, celebraron por lo menos dos procedimientos donde el culpable sí acudió, pero mencionó que no tenía dinero para pagar la reparación.
Aunque el juez cuestionó a Sergio sobre cómo era posible que hubiese estado tanto tiempo en libertad sin cumplir con los parámetros del castigo, le otorgó un nuevo plazo para conseguir el dinero, y es así como el tiempo ha ido transcurriendo.
Estas reparaciones que busca César no solventan el regreso de su hijo pero “ni un poquito”, dice. Lo que sí, es que ayuda a solventar deudas y otros gastos que suelen ser invisibles para los victimarios y que los padres de Alan tuvieron que realizar para salir adelante y emprender una lucha contra la depresión que los llevó a él y a su esposa en un espiral del que fue difícil escapar.
Aunque en un inicio los padres de Alan intentaron realizar una nueva vida yéndose a Monterrey, pocos meses después regresaron y decidieron fortalecerse con el recuerdo de su hijo.
“Lo recordamos alegre, respetuoso, con muchos planes. Me decía: papá un día te voy a comprar un carro mejor que aquél. Un día, te voy a comprar una casa mejor que esta. Él compartía todo y tenía muchos amigos. Decía que cuando se recibiera se iba a llevar a todos sus amigos a trabajar”, expresa.
“Nos encontramos a una maestra en una plática y nos comentó que varias veces había ido con ella a darle comida a la gente afuera del Seguro Social. No sabíamos eso y me reiteró el orgullo que sentía por mi hijo”, recuerda César mientras le brotan lágrimas de alegría.
Alan Eduardo Barraza Saucedo, era el hijo, y la historia de una persona que fue arrollada por una persona al volante, que tal vez ayudaría a solventar la cirugía de columna que César requiere al ISSSTE desde hace varios meses, o los problemas de los ojos cuya cura no ha podido solventar con los otros gastos que tienen tanto él, como su esposa.
“La normal” oportunidad de que un hijo ayude a sus padres cuando el tiempo irreparablemente llega les fue arrebatada, pero lo cambios abruptos se vieron desde un inicio en todos los detalles.
“Las navidades ya no son como antes. Antes nos juntábamos. Ya no es lo mismo. Nos juntamos por los niños. A los cumpleaños ya vamos desganados, a las bodas ya ni vamos. Ya no es lo mismo. Todo ha cambiado demasiado. Hasta ahora no lo podemos superar. Son fechas de navidad que a veces no queremos que lleguen”, dice.
Y lo que más le importa hasta ahora, es la amenaza de que el caso pierda interés jurídico, y todo se quede como si nada hubiera pasado, aunque siga pasando como dicen él y sus vecinos.
Dice que hasta ahora, toda la gente de la zona sortea a los automóviles que transitan a muy alta velocidad en la zona, e incluso, en el caso de su hijo hubo momentos en que para ahorrar tiempo y el peligro, se iba hasta la casa de su novia a bordo de un Didi.
“Y yo era una de las personas que pensaban que nada pasaba. Después del accidente de mi hijo han pasado varios siniestros más. Seguimos igual”, dice.