Dócil y poco estudiado, duerme ese antiguo cerro llamado volcán a 20 kilómetros de Sabinas, Coahuila. Un montículo atípico, más cercano a fenómenos del océano que a los de la región mexicana
- 20 junio 2022
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Sobre un paraje alfombrado de verde, a 20 kilómetros de Sabinas, Coahuila, entre el kilómetro 95 y 96 de la ruta 57 que viene de Monclova, se levanta arrogante una colina de rocas volcánicas a la que la gente de acá suele con orgullo llamar su volcán Kakanapo.
Se trata de un montículo que se formó un día en que la tierra, vaya a saber si de rabia o de entusiasmo, abrió sus enormes fauces y lanzó una gran bocanada de lava que corrió más de 60 kilómetros a lo largo de lo que hoy se conoce como la Región Carbonífera.
Su trayecto fue, de la Sierra de Santa Rosa, cerca de lo que ahora es Múzquiz y Las Esperanzas, y luego por la cuenca del Río Sabinas, dando lugar al nacimiento del Kakanapo y otros cerros, con ínfulas de volcán, que se extienden por la zona.
En su artículo Algunos de los Volcanes del Noreste de México, publicado en la página CIENCIA UANL, el geólogo y maestro en ciencias, José Jorge Aranda Gómez, lo narra así:
“Del borde noreste del extremo meridional de la Sierra de Santa Rosa surgieron, de una fisura de más de 10 kilómetros de largo, hace unos 2 millones de años, corrientes de lava que fluyeron pendiente abajo a lo largo del cauce de un afluente del río Sabinas y llegan hasta la vecindad de la población del mismo nombre”.
De aquella erupción, catástrofe, habían nacido también los cerros de Agua Dulce, La Peñita y El Barril, así como otras montañas formadas por derrames y derrames de lava.
Antonio Rodríguez Vega, ingeniero geólogo con grado científico de doctor en ciencias geológicas y profesor titular de tiempo completo de la Escuela Superior de Ingeniería de Nueva Rosita, adscrita a la UAdeC, explica que este fenómeno geológico, provocado por aquella explosión, está muy distribuido en el valle del Río Sabinas, donde se observa cómo corrieron los flujos de magma basáltico a lo largo del cauce en esta región cercana a Sabinas.
“Donde se desarrolló el Kakanapo y donde estos flujos basálticos alcanzaron su máxima extensión y su máximo espesor”, complementa.
A toda esa le formación volcánica se le conoce en el complejo mundo de los geólogos como Las Esperanzas.
Pero empecemos por el principio.
De salvaje nopal al Kakanapo: el origen
Unos afirman que la hecatombe, aquella descomunal vasca de lava, el magma, que salió con ímpetu desde fondo de la tierra, ocurrió hace 50 mil años.
Pero otros aseguran que no, que fue hace 700 mil; algunos más dicen que hace un millón y los más que hace 2.8 millones años.
Y entonces surgieron en la Carbonífera esas colinas de rocas gigantescas, negras pesadas, porosas, poliformes, rocas que millones de años después los indios de estas latitudes utilizaban para fabricar molcajetes, morteros, todo eso.
Más tarde, alguien me contara que las gentes de la Carbonífera usaron más tarde estas piedras (basaltos, en la jerga de los geólogos), que se hallan por montones a orillas de la ruta 57, para levantar los cimientos de sus casas, para construir bardas, adornar las fachadas, que se vean bonitas. ¿Arquitectura geológica?
Hacía 70 millones de años que los dinosaurios habían desaparecido, ya de la faz de la tierra y algunas tribus de indios se habían asentado en un territorio más bien feroz, habitado por animales salvajes y un salvaje nopal de penca verdi - azul y espinosa al que los primitivos bautizaron, vaya a saber por qué, con el nombre de kakanapo.
Justo el nombre con el que luego los nativos llamarían a esta colina, que según los geólogos es única en todo el noreste de México.
“En todo el noreste de la República no vas a encontrar esta manifestación”, dice Ramiro Flores Morales, ingeniero minero, coordinador de la Secretaría de Cultura en la Región Carbonífera y cronista municipal de Sabinas.
Naturaleza antigua en dominios privados
Con los siglos, en los tiempos de la conquista, el Kakanapo, que no está proclamado patrimonio natural de la humanidad ni nada por el estilo, quedó dentro de los grandes latifundios de apellidos sonoros: Sánchez Navarro y Vázquez Borrego.
Cientos de años después, en la actualidad, el Kakanapo forma parte del inventario de un rancho ganadero, con accesos exclusivos, que ha pertenecido a distintos clanes familiares de la región.
Uno de los propietarios de este rancho más recordados por los sabinenses es el general Juan Jaime Hernández, hacia los años 30 y 40.
“Te daban permiso de entrar, iba de excursión la gente”, platica Gerardo García Ayala, historiador.
La verdad es que al Kakanapo nadie llega por equivocación y no suele ser destino turístico. Una, porque está en dominios privados, otra por la bronca fauna que lo custodia.
“Te dará permiso la familia, pero los animalitos que hay ahí... quién sabe, porque ahí hay mucho animalito y mucho mezquite, tienes que ir esquivando. Poca gente va, te sale de todo, víboras grandotototototas...”, me advirtió en la víspera de mi viaje al Kakanapo Patricia Martínez García, coordinadora del Archivo Municipal de Sabinas, una tarde termal que charlamos en su oficina repleta de estantes repletos de cajas clasificadas repletas de documentos históricos, repletos de historia.
Entrando al territorio del Kakanapo
Para llegar hasta el Kakanapo hay que primero pedir permiso a Artemisa Gutiérrez, la actual dueña del rancho donde está el volcán.
Proveerse de ropa ligera, suficiente agua y un gorra para el sol, que por estos días calienta en la Carbonífera a 48 grados, a la sombra y al sol.
Tomar por la carretera 57, que va de Monclova a Sabinas.
Parar a la altura de los kilómetros 95 y 96, donde se ubica el rancho y desde donde saluda ya, altivo, el volcán.
“Viniendo de Monclova hacia acá, por la carretera, se ve del lado izquierdo y al lado derecho, como a 15 kilómetros, se ven dos cerros más grandes, formados de la misma falla volcánica, y que se llaman el cerro de Agua Dulce y de El Barril”, me diría Ramiro Flores Morales ingeniero minero, coordinador de la Secretaría de Cultura en la Región Carbonífera y cronista municipal de Sabinas, una tarde que platicamos en su oficina climatizada del Museo de Villa.
Llegando al rancho, hay que esperar en la puerta a uno de los trabajadores. Este rancho ha adoptado, como dice el letrero colgado hasta arriba de la puerta, el nombre del volcán: Kakanapo.
Luego seguir al peón, que maneja un tres toneladas, en nuestro auto compacto por un abrupto camino de roca volcánica y bordeado de espinos campo adentro unos 3 kilómetros, hasta llegar a una especie de caserío de blancas chozas de tierra.
En el tracto el compacto da tumbos, se atasca, rezonga.
A las afueras de esa especie de caserío de blancas chozas de tierra nos aguardará, a mí y al fotógrafo Héctor García, don Nacho, otro de los trabajadores del rancho, el guardián del volcán, desde hace ocho años, para llevarnos, un tramo en su camioneta, otro tramo a pie, 4 kilómetros hasta el Kakanapo.
Durante la travesía hay que sortear cinco puertas de tubos de metal cerradas a cadena y candado, como filtros, que los peones del rancho abren con sus llaves.
Ninguna puerta del rancho debe estar sin candando, dice Nacho, y sólo los trabajadores de confianza tienen con que abrirlas.
Antes de subir a la camioneta de don Nacho debemos cargar con el agua para el camino y ganas de caminar bajo los 28.5 grados de calor, que según la radio, hace a las 8:30 de esta mañana, una mañana más está nublada.
Imagino el calor hará cuando hay sol.
Un calor encabronado, pienso y me da sed. Pero hoy nos tocó nublado, suerte de reportero, me digo.
La última puerta
Mientras viajamos en la camioneta, que va dando bandazos por la trocha, don Nacho dice que no somos los primeros en visitar el Kakanapo, que ya ha llevado a otras gentes.
“He subido como dos, tres, no crean que son los primeros que vienen”, comenta.
Nacho es así: alto, espigado, de rostro y manos campesinos.
Tiene 76 años, casi 77, y es nacido y criado en Ocampo, Coahuila, nacido y criado en el monte.
De plebe Nacho fue campesino, de joven un mojado que iba y venía al gabacho y de viejo otra vez campesino.
En una ocasión, platica Ignacio, vinieron unas chamacas, eran como unas cuatro.
Don Nacho iba montado en una mula y ellas a pie.
No eran de por aquí, se les notaba en el acento, y parecían estudiantes porque llevaban papeles y como que algo anotaban.
“Buenas pa’ andar a pie las cabronas”, cuenta Nacho.
Ya después vinieron otros chavos y Nacho los subió al cerro, al volcán Kakanapo.
Unos dicen que el Kakanapo es un cerro, otros que un volcán y a muchos les da igual.
La camioneta para por fin en la última puerta.
Volcán de fisuras, sin cráter
Detrás de esta última puerta que habremos de pasar antes de emprender la excursión a pie, se ve una especie de paraje, donde gordas vacas beben agua de una pila, tragan yerba a tarascadas, orinan como regaderas, parecen felices.
“Ora sí, vénganse viejos”, dice don Nacho y arranca por el monte apoyado en un bordón de palo.
Don Nacho usa sombrero y un bordón de palo, dice, que desde una vez que andaba en la sierra con su caballo, se cayó su el animal y él se quebró la pierna izquierda.
Pero hoy promete, con todo y bordón, llegar hasta la cima del Kakanapo.
Sólo los indios pudieron haber habitado este feroz territorio alfombrado de piedras puntiagudas, puntiagudos espinos y víboras de lengua puntiaguda escondidas en sus madrigueras y al acecho siempre de los intrusos.
...Pienso...
...mientras camino entre el paraje solitario y silencioso con don Nacho y el fotógrafo, en busca del Kakanapo, esa colina de roca volcánica a la que la gente de Sabinas, Coahuila, y sus alrededores, llama, con orgullo, su volcán.
Aunque para ser volcán el Kakanapo, sabré más tarde, parece una lomita de piedra. Y aún más, también sabré más tarde, nació sin cráter.
En otro tiempo, lejos de aquí, Antonio Rodríguez Vega, ingeniero geólogo con grado científico de doctor en ciencias geológicas y profesor titular de tiempo completo de la Escuela Superior de Ingeniería de Nueva Rosita, adscrita a la UAdeC, explica que el Kakanapo no es un volcán típico.
“Es muy difícil hacer ver a muchos lugareños que su Kakanapo no es un volcán, porque a lo largo de 245 años se le ha transmitido de forma oral por sus mayores, en las escuelas, durante alegres excursiones y mediante los medios de divulgación locales y regionales, que ese pequeño montículo rocoso que sobresale dentro de una extensa y árida llanura de la Región Carbonífera, en las inmediaciones de ciudad de Sabinas, es un volcán apagado”.
Antonio dice que, desde su punto de vista, el Kakanapo no es un volcán, pero es parte de un gran volcán y producto de un tipo de actividad volcánica muy particular.
“No es un volcán de tipo central, un volcán típico, como el resto de los volcanes que se observan en México, como el Popocatépetl y otros, es un vulcanismo más bien fisural, nada más”, describe.
“Fisural porque el magma en vez de salir por una especie de cono, de abertura redonda, como el vulcanismo de tipo central, sale a lo largo de una fisura que está asociada a una falla tectónica. Este es un caso muy, pero muy especial de vulcanismo”.
“Una fisura, una grieta, algo que se rompe pero largo, largo, estrecho y profundo y por esa fisura ascendió el magma, derramándose a la superficie sin crear un cono volcánico”, explica el hombre de ciencia.
Rodríguez Vega explica la diferencia que existe entre volcanes de tipo central y volcanes tipo fisural:
“Como su nombre lo indica, los volcanes del tipo fisural están representados por largas fisuras por donde el magma llega a la superficie y se derrama en forma de lava, mientras que los de tipo central están representados por un orificio más o menos circular por donde el magma alcanza la superficie en forma de lava, creando una montaña cónica”.
El geólogo y maestro en ciencias José Jorge Aranda Gómez, en su artículo Algunos de los volcanes del noreste de México, publicado en la página CIENCIA UANL, aclara sobre el desarrollo del Kakanapo que “la lava no llegó a la superficie de la tierra a través de un conducto central, semejante a un tubo, sino que lo hizo a lo largo de fisuras alargadas.
“Este tipo de actividad común en otros lugares del mundo, como en Islandia, no es usual en México”.
A ese vulcanismo, complementa Rodríguez Vega, se le conoce como de tipo islándico, porque es el vulcanismo típico de Islandia y es parecido al que se genera en los fondos oceánicos.
Al Kakanapo se le conoce poco
Antonio Rodríguez Vega dice que aún falta muuuucho por estudiar al volcán o cerro del Kakanapo, que faltan estudios.
“El vulcanismo fisural de la región es algo muy particular, sucede en otros lugares de México, pero aquí es muy particular”.
Y debiera ser estudiado, dice, con más profundidad, por la importancia que tiene desde el punto de vista geológico para explicar muchos fenómenos actuales que están ocurriendo en México y, particularmente, en Coahuila, en los Estados Unidos y en muchos otros lugares del mundo.
“Y llegar a una conclusión definitiva y científicamente bien argumentada. De lo contrario seguirán las especulaciones”.
Me pregunto si fue la paranoia la culpable de que, desde hace años, la Dirección de Protección Civil de Sabinas haya incluido en su Atlas de Riesgo a la colina del Kakanapo, como zona de riesgo.
“Duerman a piernas sueltas porque el Kakanapo no entrará en erupción más nunca, o por lo menos, en los próximos 20 millones de años, pero si entrara en erupción dentro de 2 millones de años tampoco se asusten”, consuela el geólogo Antonio Rodríguez.
El Kakanapo aparece en la historia
Avanzamos por la llanura entre mezquites, espinas de nopal y otros arbustos espinosos que por aquí crecen, proliferan, se multiplican, como epidemia, en cordilleras.
Si algo habita aquí es el nopal, el kakanapo, como lo llamaron los antepasados indios nómadas de las tribus cuervos, borrados, oballos y coahuiltecas, que domaron estas tierras indomables o al menos trataron.
“Las tribus nómadas se dedicaban a la caza y a la recolección, eran pequeñas etnias descendientes de los chichimecas”, relata Gerardo García Ayala, historiador de Sabinas, una tarde que platicamos, sendos vasos de limonada mineral helada de por medio, en una casa de té del pueblo de Sabinas.
García Ayala dice que los primeros antecedentes históricos que se tienen del Kakanapo se remontan a 1777, hace 245 años, cuando el primer comandante y general de las Provincias de Oriente de la Nueva España, Teodoro de Croix, fue acompañado durante una expedición de la provincia de Coahuila por el fraile franciscano Agustín de Morfi, quien plasmó en sus crónicas la existencia de un cerro que los indios nativos llamaban Kakanapo.
“Se describe la forma cónica del Kakanapo y la presencia de rocas volcánicas (basaltos), sin duda algo muy relevante y novedoso para aquellos tiempos, porque al parecer algún miembro de la expedición contaba con conocimientos acerca de los volcanes de otras regiones, algo muy poco común para la época”, describe.
“El hecho de considerar al Kakanapo como un volcán ya en 1777 encierra un gran valor histórico y científico, que pudiera ser tenido en cuenta como la primera descripción de un fenómeno geológico en el norte de México y posiblemente en Texas y Nuevo México; tendríamos que investigar mejor acerca de esta hipótesis”, dice Antonio Rodríguez Vega, ingeniero geólogo.
Imagino que desde arriba, desde lo alto del cielo, que es un mando tapizado de cirros grises, somos tres insignificancias, nada, Nacho, Héctor, el fotógrafo, y yo, caminando en medio de la nada.
Y creo que el miedo debe ser esto: pensar que de repente la tierra se abra y escupa mares y mares de lava, ¿por dónde salir corriendo?
“Aquel es el volcán”, dice don Nacho y apunta con la vista una colina, tumulto de lava, que se yergue soberbio al fondo de la pampa.
A lo lejos el Kakanapo es una pequeña elevación cónica en medio del desierto, que los indios usaban como mirador.
En nuestra aventura rumbo al Kakanapo el fotógrafo ha ido recogiendo algunas de esas curiosas piedritas volcánicas, ásperas y porosas, como queso gruyere, que aquí hierven, sobreabundan.
Los dinosaurios en Coahuila
Otro día en otro lugar Raúl Dante Guajardo, miembro de la Asociación Paleontológica Aficionados de Sabinas, relata que hace 67 o 68 millones de años cerca de la zona donde se yergue el Kakanapo hubo dinosaurios.
“Hay huellas del último periodo de los dinosaurios, de herbívoros desde los triceratops, picos de pato, eran los más comunes, y carnívoros chicos y medianos”.
Raúl Dante revela que aquí por donde ahora pisamos se han hecho hallazgos de fósiles de cocodrilos, de tiburones, que datan de allá... cuando todo esto por donde vamos Nacho, el fotógrafo y yo, era costa.
“Hemos hecho muchas expediciones, principalmente para la búsqueda de fósiles, y hemos encontrado moluscos, dientes de tiburón, dos cocodrilos”, relata.
“Es bastante el material que ha salido por ahí y todavía falta mucho por explorar. A este volcancito no le dan importancia, salvo la gente que le gusta investigar”.
Hoy, dice Ramiro Flores Morales, ingeniero minero, coordinador de la Secretaría de Cultura en la Región Carbonífera y cronista municipal de Sabinas, la fauna prehistórica del Kakanapo ha mutado en coyotes, tlacuaches, mapaches, tejones, jabalíes, pumas, venados cola blanca, gatos monteses, zorrillos, ratas, liebres, conejos, codorniz y mucha, pero mucha víbora de cascabel.
“Cerca del Kakanapo se han encontrado grandes vestigios de dinosaurios, como el Sabinosaurio, (descubierto en 2001), un hadrosaurio herbívoro”, explica Flores Morales.
A los pies del islandés
Seguimos andando entre los espinos crecidos, el olor del oreganillo inunda la meseta que se extiende hasta el horizonte como un tapate verde, infinito.
Don Nacho dice que lo verde es porque en los últimos días han caído muy buenas aguas aquí, pero que cuando no llueve el monte es una costra gris de arbustos espinosos.
“Cuando está seco ta’ cabrón”, dice Nacho.
Imagino que la sequía debe ser una procesión de vacas flacas goteando por el monte en pos de la única opción alimentaria que les queda: el nopal kakanapo.
“Puro nopal”, dice Nacho.
Al cabo de una hora arribamos a los pies del Kakanapo.
“Aquí es donde va a estar el pedo, pa’ subir”, avisa Nacho y empieza a escalar, apoyado en su bordón, las enormes rocas volcánicas.
“Quién sabe si vuelva a subir. 76 años y todavía ando subiendo este pinche volcán.
“Nadie les va a contar, ¿verdad?, ustedes van a llegar y decir, ‘fuimos a un rancho, nos llevó un viejo con un bordón’”.
Visto así, de cerca, el Kakanapo es un montículo de rocas parduzcas, unas grandes otras no tanto, que van trepando una encima de la otra, redondas o cuadriformes.
Conforme ascendemos, 110 metros hasta la cima, Nacho va haciendo con la boca una especie de seseo o silbido parecido al que hace el cascabel de las víboras de cascabel, le pregunto que ¿para qué?
“Por si anda alguna víbora, que nos sienta, que chille...”, responde.
Y creo que el miedo es ese escalofrío que se escurre por el cuerpo y sale en forma de vellos erizados en la piel.
En la cúspide del Kakanapo
Al fin llegamos hasta la cumbre del volcán-cerro Kakanapo, una cumbre de rocas volcánicas, plana en algunas partes, sin cráter.
“Éste es el mentado volcán”, dice Nacho y se sienta a descansar, a respirar, en una de las rocas.
Justo al centro de la cima hay una placa de concreto y sobre la placa de concreto otra placa metálica en la que se lee:
“Exploración Omega Petróleos Mexicanos. Agosto de 1980”.
Más tarde le pregunto al cronista de Sabinas, Ramiro Flores, si es que en las cercanías del Kakanapo han encontrado petróleo.
Dice que en toda esta cuenca hay gas y petróleo, pero que la expedición solo señaló el punto del volcán como referencia geológica.
“Al momento de explorar señalan puntos importantes, donde hay alguna falla, un montículo, siempre registran, entonces esa placa es con motivo de que ellos estuvieron presentes”.
Desde aquí, desde arriba, el Kakanapo ofrece a la vista una panorámica impresionante, como de satélite: la pradera verde, erizada de arbustos y de vacas aquí y allá.
La cima del Kakanapo es una brisa suave y fresca y unas ganas de no querer bajar, de quedarse aquí toda la vida.
Don Nacho pide que hagamos algunas fotos antes de bajar a la tierra, de volver a la realidad, porque quién sabe si vuelva a subir: “Ya tengo 76 años”.
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