Barras bravas, sinónimo de la pasión violenta en estadios

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Seudoaficionados utilizados como grupos de choque, se salen de control al grado de amenazar y atacar a técnicos y jugadores propios
CIUDAD DE MÉXICO.- Al que me escupió, le doy la dirección de mi casa: Doctor Alvarez número 24. Vivo sólo con mi esposa e hija. Eso sí, vengan de uno por uno porque yo estaré esperándolos, a ver si son tan valientes cuando no están en la barra brava", las voces perdidas entre el ruido se callaron de repente cuando Pablo Vitamina Sánchez, por 2008 entrenador de Rosario Central, con una inyección de coraje e impotencia, confesaba lo que le había hecho su propia afición por culpa de los malos resultados.
Los hinchas, el barra brava o los habitantes de la tribuna, al principio una simple orquesta de animación, han terminado por entrar a la intimidad y vida privada de los futbolistas y técnicos.
La presión que serpentea desde las tribunas al campo resulta asfixiante. No es cómoda la vida cuando la propia fanaticada se pone en contra del entrenador. Aquellos que fueron ídolos por su elegancia en el juego o la entrega que pusieron en el campo son ahora condicionados por los juicios primarios de ciertos intereses.
Le ocurrió a Antonio Mohamed, cuando la gente de Independiente lo orilló a renunciar. Julio Comparada, presidente, hasta el año pasado, mandó a una facción de la porra para hostigar al turco a tal grado que después de perder un partido contra Boca Juniors, irrumpieron en el vestidor para amenazarlo de muerte si no se iba.
"Lo dije cuando me fui. Agradezco al hincha que alentó siempre al equipo, al que aplaudió cuando salíamos al campo y nos esperó en los momentos difíciles. A ellos les debo todo, pero no a los otros, a los que terminaron por echarme del equipo por sus condiciones y que lograron su cometido. Es claro que todo fue manipulado y muchos de ellos, con los directivos, deciden quién sigue", dijo el actual entrenador de los Xolos.
El directivo, Julio Comparada, manifestó que no fue tan grave como se creyó aquel incidente del vestuario invadido, así como la salida de Mohamed. "Para mí fue algo muy peligroso y que no debería pasar en ningún lado", discrepa el Turco.
Sin embargo, las autoridades no prestan la atención debida a los graves asuntos de violencia que se vienen gestando cada semana en las ligas de futbol.
Apenas hace dos meses, el sanatorio Santojani, al oeste de Buenos Aires, fue interrumpido por la madrugada cuando unos 500 personajes quebrantaron la tranquilidad que reinaba en un sitio dedicado a la recuperación. Buscaban a Aldo Barralda, el Paraguayo, ingresado por dos heridas en el abdomen por arma blanca. Querían liquidarlo a toda costa. Un día antes, cuando el sol caía en las instalaciones del club Nueva Chicago, en Mataderos, Barralda mató de golpes en la cabeza a su opositor en la misma barra, Agustín Rodríguez.
Todo había surgido de la nobleza en la idea del nuevo presidente Antonio Fusca, que creyó en la iniciativa de pacificación entre las dos facciones más radicales que dominaban su tribuna. Por ello, decidió invitarlos a las instalaciones para concertar una serie de arreglos que sólo vieron el fin con la sangre explotando en una ira violenta y un cadáver en su oficina, el del chico que comandaba la tribuna norte y que a los 27 años terminó con la cabeza rota.
"He recibido amenazas de muerte. La barra brava me ha mandado a decir que me matarán a mí y a mi familia. Sólo quería evitar futuros inconvenientes en la tribuna y salió todo mal. No quiero que me pase nada", dijo Fusca con el miedo instalado en cada uno de sus huesos, pero aún con la voluntad de quedarse.
Los de la porra norte visitaron el hospital Santojani para terminar con la tarea de matar a Barraldo y de esa forma vengar la muerte de su líder Rodríguez. En aquella ocasión fallaron, pero el Paraguayo no eludió la tumba: el 31 de enero murió por una infección pulmonar en el sanatorio.
En El Salvador por ejemplo, el técnico del FAS, Nelson Ancheta, vivió amenazado de muerte directamente por personajes de su propia barra que no sólo estaban inconformes con los resultados, sino con el parado táctico del equipo.
La última vez que estuvo cerca de los aficionados, Ancheta tuvo que mirar los ojos a su agresor y sentir su pulso. Se le acercó cuando la guardia se descuidó y le advirtió que lo iba a asesinar. "Cuando llegas a casa no dejas de sentir miedo. Finalmente vives amenazado", menciona ensimismado.
Ha tenido que prohibir a sus hijos le acompañen al estadio y debió cambiarlos de escuela, no sin antes explicarles que eso de que un hombre lo vaya a matar por culpa del futbol, no es más que una mala broma, fuera de todos los cabales. Por si las dudas, ha contratado un chofer que sepa varias rutas de evacuación.
"Creo que ya rebasan al futbol cosas como el fanatismo o la poca madurez del aficionado. El desempleo, el lugar donde viven, los constantes delitos terminan por coincidir en un estadio de futbol y muchos de ellos vejan a las personas que van con toda la tranquilidad a ver un partido. Reaccionan dependiendo de un resultado y todos los que hacemos el deporte, árbitros, futbolistas y entrenadores, terminamos dañados", dijo Ancheta.
Es crear un Frankestein
En los años 70, cuando los niños iban a la cancha y se impresionaban con los cánticos de los grupos de animación que tenían que ver con las tonadas de las estrellas musicales del momento. Pero se quebró ese instante en que se pasó de mostrar una imagen despectiva en contra del rival en lugar de realzar la imagen propia. Varios chicos se añadieron a esta propuesta y se hicieron fanáticos de las hinchadas, justo cuando empieza la crisis económica argentina que cambiaría muchas cosas en el medio futbolístico.
Afirma Carlos Prigollini, antropólogo social, que ya no era fácil para el obrero tener acceso a las canchas de futbol y el público empezó a cambiar. "Las luchas sociales se incrementan y para terminar con la subversión se ocupan a las fuerzas armadas y eso produce una descomposición del tejido social que hace que la mayoría de los obreros pierdan, junto con su trabajo y su forma de vida, su personalidad, misma que irá encontrando poco a poco en el barrio, con el amor a la camiseta y el folclor por aplaudir, tirar papelitos y cantar".
Para Prigollini, los integrantes de las barras bravas se dieron cuenta que, a pesar de su gran presencia, los premios se los llevaban los jugadores, por lo que hábilmente se aliaron con los dirigentes, punteros de zona y que ocupan plataformas políticas, pero que también necesitan grupos de choque, "es como crear tu propio Frankestein, y eso lo saben los dirigentes: lo amamantas, lo alimentas, lo conviertes en un grupo violento, pero después no te los sacarás de encima", dice.
Gran parte de la quiebra de muchos clubes en Argentina tiene que ver con la fuga económica que causaban las extorsiones de las barras bravas para salvaguardar la integridad física de los jugadores y cuerpo técnico, y a veces de los mismos directivos. Autos semidestruidos, casas incendiadas, seguimiento hostigoso a los hijos en las escuelas. Los organismos de las barras bravas se van desparramando entonces, de tal manera, que encuentran su propio funcionamiento mafioso al desatar una violencia sin precedente por el poder faccionario.
"No hay grupo de choque que pueda trabajar sin la dirigencia. Muchos directivos en Argentina sobornan a los policías federales para que liberen zonas y entonces, su rival en turno (en lo deportivo o político) sufra la persecución sin que, extrañamente, la autoridad intervenga. Es una forma común de hacer política que fue llevada al futbol", analiza el también periodista y escritor.
Salvemos el futbol lanza alerta
Mónica Nizzardo es una mujer que en 2006 se decidió a enfrentar casi en solitario a las porras bravas del futbol. Inició en Argentina, después de renunciar a su trabajo como vocal del club Atlanta de la Tercera División tras denunciar la violencia que veía en la Villa Crespo, pero tuvo que palear con demasiada muerte sintiendo que a su alrededor a nadie le importaba, por eso, creó una Asociación civil llamada Salvemos al futbol.
"Intentamos crear conciencia para no naturalizar los hechos de violencia, porque la gente se acostumbra a escuchar las noticias de los muertos y a que en el campo existen incidentes y que el futbol es un cultivo de violencia, por ello queremos tomar cada hecho como algo grave y de ahí modificar todo por medio de un reclamo", afirma desde su oficina en Buenos Aires.
Dice Nizzardo estar enterada de la muerte de un aficionado del América de México llamado Cristian Bringas, apenas iniciado el torneo y que a su trabajo le llueven mails de denuncias desde México pidiendo justicia "por muchas riñas que no se despliegan en los medios de comunicación". Alerta lo preocupante que puede ser el futbol mexicano en unos años si no se desarman a los grupos violentos que durante la semana se dedican a actos delictivos y el día del partido lo ocupan para mostrar su poder dentro del futbol. Sin mucha imaginación por parte de las autoridades para prevenir lo que viene siendo una catarata de violencia, en Salvemos al futbol creen que las cosas pueden empeorar.
"Los clubes de futbol son un lugar de impunidad para ellos. Las autoridades no le dan importancia porque quieren zafarse de la responsabilidad. Reconocer que es un problema grande sería aceptar que no hicieron un trabajo de prevención, por eso dicen que es problema de los clubes, pero no es así porque terminará por competer al Estado, porque son crímenes y por ello deberán sancionar a las comisiones deportivas pertinentes."