Dino Cantú es licenciada en Derecho por la Facultad Libre de Monterrey y egresada de la Universidad de Nueva York. Hoy es fundadora de la Aceleradora de Ciudades, organización que colabora con el Gobierno Municipal de Saltillo en la remodelación de la Alameda Zaragoza.
Desde sus primeros pasos mostró una vocación clara: crear el Centro de Derechos Humanos de su facultad, convencida de que el derecho debía servir como herramienta de transformación social.
En Nueva York dio un giro decisivo a su trayectoria. En el GovLab de la NYU dirigió la Academia que acompañó a más de 500 innovadores de 30 países en proyectos de impacto social con datos, tecnología y participación ciudadana.
Aquella experiencia le confirmó que la innovación pública necesita estar cerca de las personas. Regresó a México con la convicción de llevar esas metodologías al terreno local, donde los gobiernos tienen menos tiempo, pero mayor capacidad de impacto inmediato.
Fue titular de la Secretaría de Innovación y Participación Ciudadana en San Pedro Garza García, Nuevo León, donde impulsó datos abiertos, diseño centrado en la persona y nuevas formas de colaboración entre gobierno y ciudadanía.
Después fundó la Aceleradora de Ciudades y la Fábrica de Bots, y desde 2024 coordina el Encuentro Nacional para una Agenda de Seguridad y Justicia, el mayor ejercicio de consulta sobre seguridad y justicia realizado en México.
De eso va esta charla con A La Vanguardia.
Platícanos de ti, ¿de dónde eres?, ¿qué estudiaste?
Soy de Monterrey, ahí nací y crecí. Estudié Derecho en la Facultad Libre de Derecho y desde séptimo semestre supe que quería dedicarme a los derechos humanos. Para mí el derecho es la columna vertebral de las normas que nos permiten vivir en sociedad y creo que se trata de encontrar cómo podemos vivir mejor juntos y tener mejor calidad de vida.
Luego conocí la teoría de la división entre derechos civiles y políticos, y derechos económicos, sociales y culturales. Esa división se acentúa en los años setenta con la Guerra Fría: el modelo capitalista prioriza propiedad, seguridad, libertad de expresión y democracia; el modelo socialista, vivienda, salud y educación.
Me parece una falsa división: ¿cómo tener libertad de expresión sin educación, o derecho a la vida sin vivienda o salud? Esa tensión me fascinaba porque al final los derechos son interdependientes. La gran pregunta es cómo hacerlos efectivos y reales para todas las personas.
Yo quería dedicarme al litigio estratégico, usar el derecho como herramienta de cambio social, enfocado en los derechos económicos, sociales y culturales. En ese momento propuse crear el Centro de Derechos Humanos en la Facultad, el primero en el estado. Después decidí no hacer maestría en derecho, sino en administración y política pública.
¿Fue ahí cuando te vas a Nueva York?
Apliqué a maestrías y me aceptaron en la Universidad de Nueva York. Ahí me cambió por completo el panorama: aunque un litigio pueda lograr que un juez reconozca un derecho, eso no garantiza una política pública sostenible. En México las sentencias aplican a la persona, pero no cambian la política para todos.
Por eso decidí especializarme en administración y política pública. Me impactaron las clases sobre inteligencia colectiva, uso de datos y tecnología. Ver cómo aprovechar el conocimiento disperso en la comunidad me atrajo mucho y pensé que mi perfil sería más útil si me enfocaba en un tema poco explorado en México.
Más que buscar dónde trabajar, busqué qué mentores tener. En la maestría conocí a Bet Novek, primera encargada de la Iniciativa de Gobierno Abierto con Obama, quien me inspiraba profundamente. Me acerqué a ella, que no solo daba clases, sino también dirigía el Laboratorio de Gobernanza de NYU. Al terminar mis estudios apliqué y me aceptaron; trabajé casi cinco años ahí, en total pasé siete años en Nueva York.
Colaboraba con muchos gobiernos y me fascinaba. Todos los días en el metro pensaba: “qué increíble tener el privilegio de trabajar por tus sueños”. Conocí personas e iniciativas de todo el mundo, trabajé con la ONU, UNICEF, Banco Mundial, Banco Interamericano, y con proyectos de distintos niveles de gobierno. Fue un momento de gran riqueza para entender cómo funciona el cambio y cómo las nuevas tecnologías y la inteligencia colectiva pueden potenciarlo.
Con el tiempo también apareció una inquietud: había cosas que no lograba entender desde la comodidad de mi escritorio en Nueva York. Sentí que necesitaba experimentar en campo y decidí regresar a México para entrar al servicio público.
¿Qué tipo de cosas no veías desde Nueva York?
Primero, qué se siente intentar algo nuevo cuando tu nombre y apellido están en juego. A los funcionarios que invitábamos a adoptar metodologías innovadoras eran ellos quienes se exponían al éxito o al fracaso. Yo los acompañaba desde una casa de estudios, para mí terminaba en un artículo, pero es distinto aprender en carne propia que en carne ajena.
Me gusta mucho el poema The Man in the Arena de Roosevelt, que habla de lo difícil que es estar en el ruedo: ensuciarte, equivocarte, caerte, mientras otros critican desde afuera. Yo quería estar ahí, entender por qué a veces no salen las cosas que desde fuera parecen sencillas. Además, aprendí que el mejor diseño es cuando tú eres el primer usuario. Diseñaba proyectos para servidores públicos sin haber sido una, y sabía que debía entenderlo desde adentro.
Por eso decidí regresar a México, entrar al servicio público y empezar en el ámbito municipal. Me gusta el gobierno local porque permite generar impacto rápido; en lo estatal o federal los procesos son más tardados por la escala.
También me atrajo que fuera un gobierno independiente: no quería asociarme con alguna afinidad política, mi tema es la metodología. Con esa experiencia entendí muchos retos que luego se volvieron la base de la Aceleradora de Ciudades, al combinar lo aprendido en Nueva York con lo vivido en el servicio público, enfocado en el contexto mexicano y en gobiernos locales. Así se reunieron las piezas del rompecabezas que hoy es la Aceleradora.
Después de todo eso, ¿cómo te defines a ti misma?, ¿como urbanista?
Es una buena pregunta, nunca lo había reflexionado, no me podría definir una etiqueta específica, pero creo que mi fuerte más importante es el tema diseño de interacciones, diseño de procesos, diseño de política, diseño de metodologías, el poder diseñar cómo tienen que funcionar las cosas, cómo tienen que combinarse los distintos ecosistemas, escucharse las distintas voces y traducirse en procesos muy puntuales que puedas medir y evaluar su impacto.
Creo que si tendría que poner una palabra, podría ser ‘diseñador’.
¿Y cómo defines qué haces actualmente? Si llegas a una reunión en donde nadie te conoce y te preguntan ‘¿y tú qué haces?’, ¿qué respondes?
Sí, es bien chistoso porque con mi grupo de amistades siempre se burlan de me preguntan ‘¿qué haces?’. Y nunca sé qué decir, hasta mi mamá ‘oye mijita, estoy con tu tía, pero recuérdame ¿qué haces?’.
Creo que lo que hago es generar proyectos empaquetados que tengan la facilidad y flexibilidad de poderse replicar en otros contextos, entonces me dedico a documentar buenas prácticas, entender por qué funcionaron, entender cuáles fueron los obstáculos y luego cómo puedo ayudar a implementar ese mismo proyecto en otro lugar, con otro contexto y adaptarlo y volver a aprender buenas prácticas, otros obstáculos y todavía entre cada iteración más aprendizaje pero también mayor rapidez de implementación de ciudad en ciudad.
Entonces a grandes rasgos creo que eso es lo que hacemos, lo que yo hago en el acelerador.
La Aceleradora ¿Se enfoca el acelerador específicamente en proyectos de espacio público o se trabajan en otras cosas?
En cuanto a temática hay una limitante: la jurisdicción del gobierno local. Los municipios no tienen facultades de transporte público, por ejemplo, aunque en algunos sí existe un organismo de agua. Nuestra temática se enfoca en lo que corresponde a la jurisdicción municipal y lo hacemos a través de ejes de trabajo. Uno de ellos es innovación, que va desde apoyar la planeación estratégica —qué significa tener proyectos estratégicos que se distingan de los tácticos u operativos— hasta mejora regulatoria, digitalización y simplificación de trámites, además de retos específicos.
Por ejemplo, en Hermosillo lanzan un proyecto piloto de reciclaje. Con mi metodología acomodo las piezas para que el proceso pueda replicarse en otro municipio. Ahí trabajo con otra organización de la sociedad civil dedicada al reciclaje: yo aprendo del tema de fondo con ellos, pero el proceso sigue la misma metodología.
Los temas de fondo a los que sí entramos son espacio público y participación ciudadana. Buscamos que casi todos los proyectos tengan este componente, porque es parte del diseño de un buen proceso o política pública. Ese es el principal cambio de paradigma: de gobiernos jerárquicos a gobiernos colaborativos que saben aprovechar el conocimiento disperso en su comunidad.
Pasando específicamente al tema del espacio público, que es lo que trabaja la Aceleradora en Saltillo, ¿cómo influye la calidad de un espacio público, un parque regularmente en la comunidad que le rodea?
Es importante contar con metodologías claras, con aprendizajes y errores documentados, porque los municipios tienen el periodo más corto de gobierno: tres años. Transformar un espacio público toma tiempo, por lo que el proyecto debe iniciar en el primer año para entregar resultados tangibles antes de terminar la administración.
Cuando estaba en Nueva York entendí la resistencia a hacer cosas nuevas. Con la Aceleradora buscamos disminuir esa resistencia: llegamos con experiencias ya probadas y acompañamos la implementación para que el aprendizaje se adapte a cada contexto. La propuesta de valor es documentar lo que funciona, aplicar metodologías aprobadas y acompañar a los gobiernos en todo el proceso.
El espacio público es el detonante del ciclo virtuoso de una ciudad. Forma ciudadanos: nuestro comportamiento cambia según el contexto que nos rodea. La calidad se refleja en el arbolado, la naturaleza, los espacios y un diseño que contemple a todos, desde bebés en carriola hasta adultos mayores en silla de ruedas, personas con discapacidad, mujeres, jóvenes y familias.
Los espacios deben propiciar que todos tengamos un lugar y que en esa diversidad aprendamos reglas de convivencia que nos hacen mejores ciudadanos. También nos dan acceso a derechos: a una vida digna, al esparcimiento, a la salud a través del deporte. Un espacio público permite disfrutar de juegos, conciertos o actividades sin importar el nivel económico, porque lo mejor debe estar en los parques a los que cualquiera pueda llegar con buen transporte público.
Además, debe tomarse en cuenta la vivienda accesible para que la gente viva cerca de sus centros de trabajo o estudio. Ahí se fortalece el tejido social, se valora lo público como fuente de calidad de vida y se reafirma que vale la pena vivir en la ciudad, porque ofrece todo lo necesario para disfrutarla con familia y amistades.º
La resistencia a hacer cosas nuevas de los gobiernos, ¿pasa meramente por un tema de presupuesto o falta de voluntad política?
No hay un solo factor. La resistencia al cambio es humana y se da en todos los sectores, no solo en el público. “Me quieres cambiar cómo hago las cosas, pero yo ya sé hacerlas así.” Esa resistencia existe en cualquier empresa y hay muchas metodologías para trabajarla.
En los gobiernos, especialmente municipales, lo operativo es muy desgastante. Mantenerlo en marcha y, al mismo tiempo, planear proyectos estratégicos requiere metodologías claras. No es falta de voluntad política: en general no estamos preparados para trabajar con metodologías de innovación.
En estructuras públicas y privadas siempre hay jerarquías y departamentos. La innovación consiste en aprender a trabajar entre ellos, pero nadie se dedica a enseñar cómo hacerlo. Decir “trabajemos todos juntos” no basta, lo operativo nos consume.
Lo que buscamos como factor diferenciador es compartir la metodología: al implementarla en un proyecto, los equipos ven cómo funciona y pueden replicarla en otros. No podemos entrarle a todos los proyectos, pero sí sembrar esa forma de trabajar.
Particularmente con el tema de la Alameda, ¿cómo enfrentar el reto de repoblar el Centro al tiempo que se hace un proyecto que aumentará la plusvalía?
Los dos derechos son interdependientes. Para nosotros esa es la visión y también la del municipio, por eso hicimos buen equipo. El parque tiene un gran potencial y, con el reporte de participación, ya hay claridad sobre lo que debe resolverse y mejorarse.
El proyecto del parque está planteado, pero debe complementarse con planeación urbana. No se trata solo de un parque, sino de devolverle vida al espacio, lo que requiere mecanismos regulatorios y financieros: entender el nivel de abandono, las casas vacías, las densidades y cómo fomentar vivienda accesible. Queremos evitar que la comunidad siga yéndose a las periferias; buscamos que las personas vivan donde trabajan y estudian. El parque es el detonante, pero debe trabajarse en paralelo con todo esto. Un parque aislado no será exitoso; lo que se busca para la Alameda Zaragoza es que esté llena de vida, con más densidad habitacional en una zona que ya concentra empleo y oferta educativa.
Además, hay conversaciones que apenas empiezan. La primera fue sobre el diagnóstico, de ahí surgen temas que se discutirán después, como la vivienda accesible. Para ello primero se necesita un análisis que tomará meses: estado real de la vivienda en la zona, áreas de oportunidad en los instrumentos normativos, transporte público, parquímetros y estacionamiento. Los estudios deben complementarse con la participación comunitaria: no es un deseo, es una necesidad. Los primeros usuarios son quienes viven en la zona y sufren el problema; solo ellos pueden validar los análisis. Un diagnóstico de escritorio sin conversación no sirve.
Cuando un espacio público está bien diseñado, se convierte en la zona más segura y viva de la ciudad, con mayor tráfico peatonal y menos viajes en automóvil porque la gente vive cerca de su trabajo. Esto genera una cadena de reacciones positivas para la ciudad en todos los sentidos. Hacia allá va este proyecto.
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