Inseguridad: la percepción lo es todo

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El presidente Felipe Calderón utilizó ayer el peor de los argumentos a que puede echarse mano para intentar tranquilizar a una sociedad que vive atenazada por el miedo a la violencia provocada por el crimen organizado: afirmar que nuestro problema "es de percepción".
Estadísticas en mano, el Primer Mandatario planteó que existen países con problemas mucho más graves de criminalidad, tales como Jamaica, República Dominicana o Brasil, donde el número de muertos por cada 100 mil habitantes sobrepasa por mucho
al nuestro.
Y es que mientras en territorio nacional la guerra contra el crimen organizado genera una estadística funesta de 11.5 homicidios por cada 100 mil habitantes, en Jamaica dicha cifra llega a 67, en Dominicana es de 50 y en la nación carioca de 22.
La estadística expuesta por el presidente Calderón no solamente es cierta, sino que a ésta podría agregarse una que es todavía más reveladora: sólo un porcentaje ínfimo de ciudadanos ha sido víctima en México -por fortunade los criminales.
Todos los demás, es decir, la práctica totalidad de los mexicanos, tenemos miedo a partir del conocimiento de tales hechos y de sus circunstancias; a partir de las historias que ocurren en nuestras ciudades y que circulan de boca en boca pronunciándose en voz baja.
Es verdad: pese a las pavorosas estadísticas, México no es el territorio más violento del planeta ni un lugar donde sus calles se encuentren literalmente convertidas en tierra de nadie. Pero, como se ha dicho hasta la saciedad, en materia de inseguridad la percepción lo es todo.
Durante muchos años, no ha hecho falta que a uno lo asalten en la Ciudad de México para sentirse inseguro en sus calles o, en el peor de los casos, para evitar visitar la capital de la república. Ha bastado conocer -incluso de forma indirecta- la historia de alguien a quien un solitario delincuente arrebató el bolso o la cartera en una estación del metro para tener la certeza de que el Distrito Federal es un lugar peligroso.
De la misma forma, hoy día no hace falta presenciar una balacera en las calles de Monterrey; quedar atrapado en medio de un enfrentamiento en La Laguna o ser víctima de extorsiones telefónicas en cualquier lugar del país para tener la certeza de que las organizaciones criminales controlan buena parte de la vida pública.
Por supuesto que tenemos un problema de percepción respecto del problema de inseguridad, pero se trata de un problema que sólo se resolverá de la misma forma en la cual surgió: haciendo evidente que en las calles mandan las fuerzas del Estado y no los delincuentes.