Entre el perdón y la denuncia

Especial
/ 2 octubre 2015

Voy a misa cada domingo, no por obligación sino para evitarme un tremendo error: Crear y creer en mi propio Evangelio ya que "construir la propia realidad" es un patrón del conocer humano. Cada ocho días confronto mi evangelio con el Evangelio, mi versión y aplicación práctica con la original: la que me critica, confronta, alienta y corrige.

Todo esto viene a cuento debido a que el Evangelio del domingo pasado fue acerca del pasaje de la mujer adúltera y me confrontó con el dilema de denunciar o perdonar.

La mujer se sintió aliviada de morir y apedreada, agradeció a su inteligente Salvador y se fue. pero ¿a dónde se fue? ¿a su casa? ¿a su vecindario? Ahí estaban todos los vecinos que la querían matar a pedradas, los que igual que ahora "se avergonzaban de tener en su barrio `esa clase de gente'", los que habían soltado las piedras, pero ¿ya se habrían librado del puritanismo que no perdona?

En su casa estaba su marido "ofendido" (¿inocente o explotador abusivo?)¿cómo la iba a recibir después de que se hizo pública toda la "vergüenza de su matrimonio"? Sin duda estaba atrapado por el coraje y el orgullo que le impedirían ver el problema de manera diferente, probablemente todos sus amigos y su parentela le exigirían que se divorciara.
¡Pobre mujer¡. no encontraba una cara con qué presentarse y no contaba con nadie. Jesús le había creado a ella y a su comunidad un problema muy incómodo.que su marido y su comunidad construyeran una nueva y casi imposible actitud: perdonar a ¡una adúltera¡.

El Padre Maciel y los sacerdotes pedófilos han creado un gravísimo problema a la Iglesia Católica que no se resuelve ni con todos los millones de dólares que se repartan a sus víctimas. Las consecuencias han sido gravísimas: por una parte el alejamiento de inumerables creyentes de la comunidad de la Iglesia y la baja credibilidad del clero añadida a la descalificación de su discurso. Recuperar esta credibilidad del mundo actual implica una conversión verificable por el testimonio de vida y de un compromiso: denunciar y después perdonar.

El error que cometieron la Jerarquía y la comunidad católica fue confundir el perdonar con disimular, en lugar de denunciar un delito cuyo autor según la tremenda metáfora del Evangelio merecía "que le ataran una piedra de molino y lo arrojaran al mar", un castigo peor que morir a pedradas.

Perdonar es algo muy difícil, pero denunciar es algo tan necesario y en ocasiones tan heroico que tiene el riesgo de ser castigado con la crucifixión o el asesinato como sucedió con Cristo y con Monseñor Romero.

La falta de perdón tiene consecuencias individuales, la falta de denuncia tiene consecuencias sociales inconmensurables.

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