Un paseo vallenato
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Un acordeón se impone más allá de la Loma Larga, un poco después de donde se erigen los grandes centros comerciales; más adelante del acceso a los caminos que conducen a Chipinque, brazo majestuoso de la Sierra Madre donde viven los millonarios; no demasiado lejos de la colonia Del Valle, justo en el viejo San Pedro Garza García, allá por el Tampiquito.
Lo habría esperado de la colonia Independencia, donde abundan los viejos músicos de Concha del Oro y Jerez, Zacatecas, y cohabitan en empinados callejones con la escena del hip-hop, emisarios con ritmo de la vida juvenil en la miseria.
Antecedentes hay del Cerro de La Campana, o inclusive de la Coyotera. Pero de San Pedro, ese paraíso del capital, semejante a los prístinos suburbios gringos y famoso por su contrastante brecha de bienestar frente al resto del país. nunca.
Fue en uno de esos restaurantes de cabrito en Monterrey, hace algunos meses, donde mi amigo Rubén Mojica "El Gran Ruben", me contó que se había separado de Celso Piña.
Conocí a Mojica por el corresponsal de La Jornada, David Carrizales, había empezado a colocar sus canciones con famosos intérpretes norteños. El reportero, decano de los corresponsales en Monterrey, viejo conocido de todas las causas sociales y guía fraterno desde mi llegada a la metropoli, se revelaba como creador de boleros, baladas, paseos vallenatos. Ahora me guiaba a la música popular.
También me hizo recordar las lecciones de ritmos y cantos latinoamericanos, que en prolongadas tertulias me dispensó Armando Sánchez Quintanilla, docto en el folklore americano, indiscutible portador del espiritu macondiano.
Empecinado en un reportaje sobre la "Avanzada Regia", en sus variantes de hip-hop gagnsta, esa noche llegó a la mesa MC-Moxy, el DJ de Dilan&Moxy. Hablamos del hip-hop regio y de Calle 13.
Poco habló Mojica aquella noche, pero al finalizar, me presumió:Â "Represento a Johniván. Ese muchacho acordeonista, está sobrado".
Lo había presentado en el Aula Magna de la UANL, ante un lleno total. El joven sampedrino de apenas 21 años, cultivó los aplausos de un público que parecía conocerlo desde siempre.
Lo busqué en youtube. Nada. Apenas un par de videos caseros, tal vez grabados con un celular en una carne asada.
Famoso por su buena mano (descubrió y encumbró a Celso Piña) y representó un tiempo a José José, entre muchos otros, a la siguiente reunión le pregunté a Mojica por su promesa musical. "Ya lo escucharás", me dijo.
Las reuniones se repitieron, mientras afanosamente me interiorizaba en el género. Leí con avidez varios ensayos sobre el vallenato regio. Busqué la raiz. Recorrí a través de letras de canciones, entrevistas y relatos, los viejos caminos de Valledupar y la zona del caribe colombiano; conocí a los Zuleta; comprendí al Viejo Mile y a Moralito. La historia era, por decir lo menos, macondiana. Recorrer el Valle por sus leyendas, mitos y tradiciones, explican el genio de García Márquez.
Recordé a Carlos Vives cantando "La Gota Fría", cuando grabóÂ música vernácula. La escuchaba de joven, cuando estaba de moda (la canción no yo), en el Pistachos, la Fonda San Miguel y el café Brasil, en Monterrey; lo mismo en La Vaca Pinta, La Cantera, el bar Delicias y hasta el Cuatro Ases, en Saltillo. Nunca le puse atención, envuelto por entonces en la nebulosa generacional del grunch o, cuando más cerca, del rock mexicano encuasado por Santa Sabina y Tijuana No!
Esta vez conocí "La Gota Fría", la veracidad de la historia, las versiones de Mile y Moralito sobre lo que ocurrió por allá en la década de los 40. Su amistad vieja, como el vallenato. Hice un arreglo para guitarra. A lo largo de varias semanas, realicé un paseo por el vallenato.
Estuve tentado a decirle a Rubén que la incorporara el tal Johniván a su repertorio. Desistí. Por esos días, Lorenzo Encinas, el reportero-antropólogo, mejor conocido como Nicho Colombia, hizo una recomendación que fue desechada por "El Gran Ruben", así sin acento. Fue hasta hace poco que el ameritado representante me invitó a la audición de Johniván con Universal Studios. Naturalmente, acepté.
Con un mural del antiguo Monterrey en el fondo, Johniván y su grupo San Jacinto, se hicieron presentes en el escenario de céntrico restaurante. Mojica hizo las debidas presentaciones. Entonces, sonaron los acordes de "La Gota Fría". Mientras tocaban, "El Gran Ruben" se acercó y me dijo: "te la regalo".
La tocada siguió con una técnica impecable. Jamás he visto en los músicos populares mexicanos, un dominio así de lo tonos bajos en el acordeón. Estudió en Colombia, donde se forjó un nombre. Su ejecución es más folklorica que comercial, al contrario de lo que ocurre con los sondieros regios.
Johniván es originario de San Pedro Garza García, donde se daban los Carlos Prieto, pero no los vallenatos. En efecto, el descubrimiento y la sentencia de Mojica, son indiscutibles: el muchacho está sobrado, tanto como para asumir que por el momento no hay para ningún lado de la Loma Larga, promesa musical que lo supere.
José Gudalupe Robledo dice que debí dedicarme a la música. Hoy concluyo que tiene razón: la música paga y sin peligro. Pero en mi natal y querido Saltillo, no se dan los músicos -y menos famosos-, de manera que ni siquiera Brizia, con todo y el apoyo del Gobierno de la Gente, ha pegado.