Novatez que no puede perdonarse
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Tradicionalmente, en la cultura del servicio público en México, se ha dado como un hecho que los equipos de las administraciones municipales registran un desarrollo que implica dedicar el primer año de su gestión a echar a perder, el segundo a aprender y el tercero a concretar proyectos.
Un resumen apretado de esta idea ha sido considerar que el problema de las administraciones municipales es que justamente cuando ya aprendieron lo que deben hacer es el momento de irse.
El señalamiento parece lógico y hasta se antoja la necesidad de asumirlo como un producto inevitable de la democracia, pues una de las ideas más ampliamente arraigadas en el ideario colectivo del país es que los gobiernos municipales deben renovarse periódicamente, en forma total, porque es dañino que la gente se eternice en el poder.
Pero la idea sólo es cierta en un contexto en el cual se da por sentado que la corrupción y la ineficiencia son las características fundamentales del servicio público y que los ciudadanos no tenemos más remedio que acostumbrarnos a la existencia y persistencia de tales conductas.
A contracorriente de tal idea, si lo que deseamos es un ejercicio profesional de la función pública resulta inaceptable que los equipos a cargo de los cuales se encuentran las administraciones municipales tengan la posibilidad de echar a perder o que la mayor parte del período para el cual fueron electos se la pasen aprendiendo a realizar sus tareas.
Los ciudadanos tienen derecho a que sus gobernantes sean eficaces y eficientes en el cumplimiento de sus responsabilidades y tienen derecho a exigir que tales sean sus características distintivas.
La afirmación anterior es tanto más cierta cuando los equipos administrativos tienen tiempo suficiente para prepararse al cumplimiento de su deber y el marco normativo de sus atribuciones les provee de todas las condiciones para llegar a gobernar con eficacia desde el primer día.
El comentario viene al caso a propósito de la inexperiencia y falta de oficio que la administración encabezada por Isidro López Villarreal ha mostrado a lo largo de los primeros cuatro meses de su gestión.
Se trata de una impericia inexcusable y respecto de la cual ni el Alcalde ni sus subordinados pueden demandar indulgencia por parte de la ciudadanía pues, entre otras cosas, tuvieron medio año para entender las complejidades de la administración municipal y diseñar una estrategia para gobernarla.
Por otro lado, según el propio Presidente Municipal lo declaró en su momento, el anterior ayuntamiento les proporcionó todos los elementos necesarios para prepararse a tomar el relevo en el Gobierno Municipal.
¿Qué argumento puede enderezarse en contra de tal realidad? La respuesta es simple y contundente: ninguno que suene razonable o que resulte atendible desde la perspectiva de los ciudadanos.
En este sentido el diagnóstico es también puntual: la administración municipal de Saltillo tiene que hacerse cargo de sus yerros y entender que está obligada a subsanar las muchas deficiencias exhibidas hasta ahora.