En Brasil ocurren más de medio millón de violaciones al año
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La violencia sexual es invisible en las zonas más pobres de Río
Rio de Janeiro.- Sofia, una ama de casa que vive en una favela de Niterói, un municipio vecino a Río de Janeiro, sufrió un duro golpe cuando descubrió hace dos años que su hija Laís (ambos nombres son ficticios), entonces de 12 años, había sido violada repetidamente por su padrastro desde los seis. Jamás lo sospechó. En cuanto se enteró, decidió separarse y denunciar el caso a la policía. Decisiones difíciles que tomó para darle a su hija la protección que ella misma nunca recibió durante su propia infancia. Porque cuando Sofia era niña también fue violada dentro de su casa. “Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años. Fui a vivir en la calle, pero luego una mujer me acogió en su hogar. Años después, su marido me violó. Entonces volví a la calle”, cuenta.
Se prostituyó. Cayó en la droga. Volvió a sufrir violaciones —muchas veces colectivas— de los narcotraficantes de Niterói. “A veces las niñas acceden porque quieren sentirse más importantes en la favela, que las demás les tengan envidia. Es normal, yo también era así”, explica. “Pero ellos eran muy violentos. No te podías negar. De lo contrario, nos hubieran matado”.
La historia de Sofia, hoy con 33 años y cuatro hijos, es la historia de otras muchas brasileñas que, como ella, fueron violadas repetidas veces tanto dentro como fuera de casa. Un estudio del Gobierno brasileño estima que se producen 527.000 violaciones cada año en el país, pero que solo el 10% son notificadas. Y cerca del 70% de los abusos son cometidos dentro de casa.
Un caso espeluznante, la violación de una niña en una favela de Río (la policía investiga si lo fue por 30 hombres armados) ha vuelto a llevar a la primera página de los periódicos este tipo de crímenes.
Lo diferente del caso de Sofia y de otras mujeres que viven en las favelas es la manera de enfrentarse a estos abusos. Ellas deben luchar contra la violencia de los narcotraficantes que hacen y aplican las leyes en esas zonas; a la indiferencia de las autoridades policiales que, en su mayoría, las culpan a ellas; y a la falta de apoyo y de conocimiento de sus familias. “En la pirámide social, la mujer negra, joven y pobre es la más vulnerable. El acceso a la información y servicios es mucho más precario. Y en Brasil, el lugar que ocupa en la sociedad es importante a la hora, incluso, de ser atendida en una comisaría”, explica la asistenta social Erika Carvalho, que coordina las actividades del Centro de Atención a las Mujeres de la Favela de Maré, en Río de Janeiro.
Madre e hija
Sofía sabía qué tenía que hacer, pero tardó unas semanas hasta denunciar la violación de su hija a la policía. Tenía —y tiene— miedo de que los “chicos” (los narcotraficantes) le hagan algo. “Apenas salgo. Tengo miedo que me echen de la favela. No tengo familia. ¿Qué voy a hacer?”. La asistenta social Marisa Chaves, fundadora de la ONG Movimiento de Mujeres, que acogió el caso de la hija de Sofia, explica que los narcos suelen hacer justicia por su cuenta y castigar al violador.
“La violencia sexual es invisible. Se trata de una violencia íntima, no hay testigos. El abuso suele pasar en el ambiente familiar, pero en una favela también lo comete el narcotráfico o personas autorizadas por ellos. Pero nadie lo ve”, explica Cristina Fernandes, psicóloga y coordinadora del Centro de Atención a la Mujer Márcia Lyra, el más antiguo de Río.
Sofia, a pesar del miedo, está tranquila de haber hecho lo que debía. Lo sabe por su propia experiencia: “Estas niñas que están por ahí… Algo les ha pasado en casa. Están huyendo, prefieren enfrentarse a la calle que a su familia”, reflexiona. Su vida empezó a cambiar cuando se quedó embarazada de su primer hijo cuando tenía 18 años. “En la calle, lo único que pensaba era que quería que estuviera mi madre”, recuerda. La lucha de las mujeres en la favela sigue cada día.