Repiensan a las ciudades
con alternativas verdes
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El rugido de los motores desde hace mucho tiempo ha formado parte de los sonidos de una ciudad.
Durante un siglo, para miles de millones de personas en las urbes de todo el mundo, transportarse ha significado abordar un autobús impulsado con diesel o un mototaxi, que funciona con gasolina, o entre los adinerados, un auto.
Ahora, una transformación silenciosa está en marcha. Berlín, Bogotá y otras ciudades emprenden medidas innovadoras para eliminar el uso del gas y del diesel de sus sistemas de transporte público. Lo hacen a pesar de las contrastantes diferencias en geografía, política y economía.
El transporte urbano es vital para el esfuerzo de lentificar el cambio climático. Las ciudades son el hogar de más de la mitad de la población mundial y generan más de dos tercios de las emisiones globales de dióxido de carbono. Además, el transporte es a menudo la fuente más grande y de mayor crecimiento, lo que hace imperativo no solo alentar a más personas a dejar su auto, sino también a hacer que la circulación sea menos contaminante y más eficiente.
Según C40, una coalición de alrededor de 100 gobiernos urbanos que intentan abordar el cambio climático, el transporte representa un tercio de las emisiones de dióxido de carbono de una ciudad, en promedio, lo que supera a otras fuentes como la calefacción, la industria y los desperdicios.
En este momento, solo el 16 por ciento de los autobuses urbanos del mundo son eléctricos. Todavía es necesario acelerar el cambio al funcionamiento eléctrico y las ciudades tendrán que hacer el tránsito masivo más atractivo, para que menos personas dependan de los autos.
El desafío más grande lo enfrentan las ciudades que necesitan hacer el cambio con mayor urgencia: las metrópolis más hacinadas y contaminadas de Asia y África, en las que las personas dependen del tránsito masivo informal como minivanes a diesel o mototaxis.
No obstante, en las ciudades que tienen éxito, se está descubriendo que electrificar el transporte público puede resolver no solo problemas climáticos. También puede limpiar el aire, reducir los embotellamientos e, idealmente, hacer más fácil que la gente común se traslade de un lado al otro.
BERLÍN: VUELVEN LOS TRANVÍAS
Ingmar Streese lo calificó de “un error histórico”. Cuando levantaron el Muro de Berlín, la mitad de las líneas del tranvía eléctrico de la ciudad quedaron fuera de servicio.
Para 1967, cuando Streese tenía 3 años, Berlín Occidental había arrancado casi todas las vías de “die Elektrische” (el eléctrico). Los autos ocuparon las calles.
Ahora, conforme los alemanes enfrentan los peligros del cambio climático, crecen las exigencias de reclamar las calles en poder de los autos para el uso de peatones, ciclistas y usuarios de transporte.
El error de la década de los sesenta “ahora se está corrigiendo”, dijo Streese, un político de Los Verdes y el secretario permanente para el Medioambiente y el Transporte de Berlín.
Berlín, junto a varias ciudades europeas, incluidas Lisboa, Portugal, y Dublín, están reviviendo los tranvías no solo para tener un aire más limpio, sino para frenar las emisiones y cumplir con las metas climáticas legalmente vinculantes de la Unión Europea. Dichas metas exigen una reducción del 55 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030, en comparación con los niveles de 1990.
Aun así, la política de quitar espacio a los autos es complicada. Berlín, con 1.2 millones de vehículos, ha promulgado un impuesto por congestión, pero solo aplica a una porción diminuta de la ciudad. Todo es parte de un esfuerzo más amplio por mejorar el transporte público, incluyendo la electrificación de todos los autobuses para 2030, expandir el metro y los trenes suburbanos, agregar ciclovías y construir casi 80 kilómetros de líneas de tranvía para 2035.
BERGEN, NORUEGA: FERRIS OPERADOS CON BATERÍAS
Heidi Wolden pasó 30 años trabajando para la industria petrolera y del gas de Noruega. Ahora, está trabajando para sacar el petróleo y el gas de Las vías marítimas.
Wolden es la directora ejecutiva de Norled, una compañía que opera ferris públicos que funcionan cada vez más con baterías.
Como objetivo máximo, Wolden espera llevar sus ferris más allá de los fiordos. Quiere convertir a Norled en una empresa líder en la electrificación de transporte marítimo.
Es parte del ambicioso esfuerzo de la nación para electrificar todo tipo de transporte público, un plan aún más extraordinario porque Noruega es un petroestado muy pequeño y muy rico.
Noruega ha fijado objetivos para reducir a la mitad sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2030, en comparación con los niveles de 1990. Casi toda la electricidad propia de Noruega proviene de las hidroeléctricas. Sin embargo, qué hacer con su propia industria petrolera y de gas está en el centro de un enorme debate político nacional. Las elecciones de septiembre llevaron a una coalición de centro-derecha al poder, incluyendo a pequeños partidos que presionan por el fin de la exploración de petróleo.
Bergen está muy interesada en acelerar su transición y dejar atrás los combustibles fósiles. Sus autobuses urbanos y tranvías operan con electricidad. A los operadores de taxis se les ha dicho que deben cambiar a vehículos totalmente eléctricos para 2024, con subsidios para conductores a fin de instalar centros de carga en su hogar.
BOGOTÁ: CABINAS CON WIFI
El TransMiCable es un sistema de cabinas rojo fuego que se deslizan desde los puntos más altos en el valle hasta los barrios apilados que rodean a Bogotá.
Hay planes de construir siete líneas como parte de los esfuerzos de la ciudad para hacer más limpio su transporte público. Casi 500 autobuses de fabricación china están en la vía pública y se han firmado contratos para comprar mil más para 2022, lo que convierte a la flota eléctrica de Bogotá en una de las más grandes de cualquier ciudad fuera de China. La alcaldesa Claudia López, desea crear más de 280 kilómetros de ciclovías.
No obstante, para Fredy Cuesta Valencia, un maestro de Bogotá, lo que realmente importa es que el TransMiCable le ha regresado el tiempo que perdía.
Solía pasar dos horas, en dos autobuses lentos, trepando a través de las colinas para llegar a la escuela en la que da clases. En una ocasión, afirmó, el tráfico estaba tan desquiciado que ninguno de los profesores pudo llegar a tiempo. Los estudiantes esperaron horas.
Ahora toma 40 minutos llegar al trabajo, una hora máximo. Tiene wifi, nubes y techos debajo.
Para los políticos como López, electrificar el transporte público le ayuda a mostrar que la ciudad reduce en gran medida sus emisiones. Sin embargo, si ella también puede mejorar la circulación, no solo hacer eléctrico el transporte, puede atraer votantes, en particular a personas de la clase trabajadora que conforman la mayor parte del electorado.
Si Bogotá no puede cambiar su sistema de transporte, dijo ella, Colombia no puede lograr sus objetivos climáticos. “Es nuestro interés en común logar los objetivos de cambio climático de Colombia”, expresó. c.2021 The New York Times Company