Haití, gran final

Opinión
/ 2 octubre 2015

Mis amigos lo saben, de entre un puñado de mis escritores tutelares, destaca uno donde se combina el rigor crítico, la pasión por el señalamiento con índice de fuego en contra de gobiernos corruptos, junto a la más perfecta creación literaria. Quien combina crítica y creación, periodismo y ficción, es el esteta peruano avecindado y nacionalizado español, Mario Vargas Llosa.

Y para fortuna nuestra, Vargas Llosa, quien felizmente no tiene de personajes abuelitas voladoras en sus textos, al estilo del colombiano Gabriel García Márquez, escribe en VANGUARDIA su ya mítica columna editada en el diario ibérico El País, "Piedra de toque". Columna que es un manjar literario y periodístico cada domingo.

Mi admirado Vargas Llosa publicó entonces en día pretérito (4 de abril), un texto generado in situ, en el lugar mismo donde los estamentos de la tierra se reacomodaron con tal furia y fiereza, que abanicó a todo un país: Haití. Mario Vargas Llosa se trasladó a Haití y escribió una crónica espléndida, para la colección de sus textos memorables.

Texto redondo, donde me ha dado gusto y placer coincidir con el autor de "Conversación en la Catedral" en la idea seminal que animó mi saga de columnas sobre Haití publicadas aquí mismo y que ahora, y luego de su visita al devastado país caribeño, Vargas Llosa resume soberbiamente: los "donativos y envíos caritativos" luego de la emergencia que provocó el sismo, "caerán en picada." Y su estupor ante los niveles en que deambulan los haitianos, "seres despojados de nervio y ánimo, sumidos en una sopor hipnótico, como bajo el efecto de una droga que estupidiza antes de matar". Es decir, la pobreza que a todos engulle a dentelladas.

Perdonadme entonces mi soberbia señor lector, pero este columnista lo publicó no menos de cuatro ocasiones aquí mismo y todo, debido a lo que es inocultable; todo ello también, ancilado en el lapidario aforismo del catrín de las Bibliotecas del Estado, Armando Sánchez, "No hay peor forma de ejercer la violencia en contra de un ser humano, que la pobreza. No los cárteles de la droga, no los ajusticiamientos, no; sino la pobreza". El catrín que viste sacos y corbatas en perfecta combinación lo mismo de cachemir que de seda, no ha perdido una al día de hoy. Vargas Llosa escribió: "(las familias) Ahí están, tumbadas o sentadas. no piden nada aunque algunos chiquillos alargan la mano, de manera mecánica, ejecutando un rito en el que ya no creen". Pedir caridad.

 

Esquina-bajan

Pregunto una vez más lector y perdón por ser tan machacón en dicho aspecto: ¿de qué han servido al día de hoy las tres botellas de agua, las cuatro bolsas de arroz y las dos latas de atún en mal estado que pidieron por semanas como caridad, los monjes mofletudos de la Iglesia Católica? ¿De qué ha servido dar caridad? Según los ojos de Mario Vargas Llosa que han sido nuestros ojos en el infierno haitiano, de nada.

Haití ya no está de moda. Los pobres haitianos, al parecer, ya se comieron a todos los perros y gatos que deambulaban también hambrientos. Haití pasó de moda, y al hacerlo, ya nadie más da caridad. De hecho, ya no tenemos caridad para tantos países y zonas en riesgo en países pobres, jodidos y tercermundistas como los nuestros. El pescado se ha acabado en nuestra cesta y jamás les enseñamos a pescar los suyos.

El lector que me favorece con su atención, ya lo sabe mejor que yo: tengo pocas ideas, pero eso sí, bien plantadas. Afortunadamente dichas ideas se cumplen a la fecha. Una de estas ideas es que su servidor jamás, jamás da caridad como vía de solución a la pobreza y atraso crónico de nuestros pueblos ya ahítos de tanto dolor y robo de sus gobernantes.

 

Letras minúsculas

¿Por qué Raúl Vera no condena a los obesos empresarios locales y les conmina a que paguen salarios justos a sus obreros? Porque come y cena con ellos. Dar caridad ya no es moda en Haití.

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