Un encuentro

Opinión
/ 2 octubre 2015

"¿Sabe usted follar?". Doña Gelidia se quedó atónita, pasmada, estupefacta, aturdida, patidifusa y turulata cuando al abrir la puerta de su casa un individuo le espetó esa pregunta al mismo tiempo insólita y procaz. No contestó doña Gelidia. Le dio al sujeto con la puerta en las narices. Pero no había pasado ni un minuto cuando otra vez sonó el timbre. Abrió la puerta la señora, y de nuevo aquel tipo le soltó la misma túrpida interrogación. (Vuelvo a decir que la palabra "túrpido" no existe; lo sé bien. Pero su sonoridad esdrújula la hace muy apta para ser usada en mis relatos. A más de eso los escritores gozan de libertad para crear su propio vocabulario, según han demostrado liróforos insignes como Darío, Huidobro, Barba Jacob, Guillén y muchos más. Aun sin ser liróforo ni insigne seguiré empleando ese vocablo de mi propia invención, "túrpido", aunque no esté consagrado por la Academia. La lengua no la hacen los académicos; la hace Su Majestad el Pueblo, al cual me honro en pertenecer en mi modesta condición de escribidor artesanal). Pero por causa de esta perorata ya se me olvidó de qué estaba hablando. Ah sí: me ocupaba el relato de doña Gelidia y el tipo que le preguntó en la puerta: "¿Sabe usted follar?". Tampoco la segunda vez contestó la señora esa incivil cuestión. Volvió a darle un portazo al hombre aquel. Pero de nuevo sonó el timbre, y por tercera ocasión, cuando doña Gelidia abrió la puerta, inquirió el tipo: "¿Sabe usted follar?". Harta ya del sujeto, y por ver si se lo quitaba así de encima, doña Gelidia respondió, furiosa: "¡Sí, sí sé follar! ¿Por qué?". "Entonces -contestó el individuo- folle de vez en cuando con su esposo, a ver si así deja en paz a mi mujer". Yo me pregunto si mis cuatro lectores recuerdan  aquella narración según la cual el secretario particular del Presidente de un cierto país de América Latina -aclaro que no es México- le anunció al mandatario: "Señor: en la antesala esperan el embajador de Estados Unidos y el nuncio de Su Santidad el Papa. ¿A quién hago pasar primero?". "Al nuncio -dijo el Presidente-. A él lo único que le tengo que besar es el anillo". (Con más propiedad debió haber dicho "la esposa", pues el nuncio era un obispo, y aunque parezca raro así se llama, "esposa", el anillo que los obispos usan. Así, no caerá en insinuante equívoco ni en equivocación aquel que diga que todos los obispos tienen esposa). Pero otra vez por hacer una inane digresión me alejé del asunto que trataba. Ah, sí: recordé un cuentecillo que me sirve para ilustrar la idea de que resulta muy difícil alterar los protocolos, es decir las formas ceremoniales a que se sujetan las visitas que hacen los dignatarios de un país a otro. Entre los actos que habrá aquí con motivo de la presencia de Benedicto XVI no figura una reunión del Pontífice con quienes sufrieron los abusos sexuales cometidos por Marcial Maciel. En otros países el Papa ha tenido encuentros con las víctimas de excesos semejantes, y les ha pedido perdón por el sufrimiento que les causó la conducta pecaminosa y criminal de malos religiosos, y por la actitud de la jerarquía ante esos hechos: no solamente no los denunció, sino los toleró, y aun en ocasiones se hizo cómplice de los victimarios al darles protección. No ha habido en América Latina un caso de esa especie que haya provocado mayor escándalo que el de Marcial Maciel. Sus inmoralidades fueron conocidas y reconocidas; existe un grupo de víctimas de sus abusos que en forma constante y consistente han denunciado las infamias de ese hombre, y han pedido que se les escuche. Juan Pablo II, falto quizá de información, trató con paternal solicitud al rico y poderoso dignatario mexicano. Por causa de los crímenes de Maciel, y de la benevolente actitud oficial que la alta jerarquía de la Iglesia tuvo en relación con su persona, el catolicismo en México sufrió considerable daño. No es posible que al visitar este país Benedicto cierre los ojos otra vez y haga como que nada sucedió. El asunto no es de menor cuantía, y tiene que ver con la credibilidad de la Iglesia. Quizá todavía sea tiempo de que se incluya en el programa de la visita papal un encuentro del Pontífice con quienes padecieron esos abusos sexuales que les han provocado humillación y sufrimientos. Por encima de los protocolos están la caridad y la justicia. ¿O es que las víctimas mexicanas no merecen lo mismo que las de Estados Unidos o Europa?... FIN.




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