Mirador
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Era yo niño, y en la cama mi padre me leía los cuentos de la infancia.
Yo me angustiaba al escuchar que el feroz gigante perseguía a Pulgarcito, o al oír las desventuras de Hansel y Gretel con la bruja mala, o las penalidades del sastrecillo valiente.
Mi padre notaba mi aflicción y me tranquilizaba.
-No te apures –me decía-. Al final las cosas salen bien.
Ya no soy niño -¡qué desgracia!-; sé ahora de penalidades que no son de cuento; conozco otras desventuras, y apuros diferentes.
Me angustio a veces, y me aflijo.
Escucho entonces, otra vez, la voz serena de mi padre:
-No te apures. Al final las cosas salen bien.
Y vuelvo a estar tranquilo, como un niño cuyo sueño vigila un padre bueno al que verá cuando despierte del sueño de la vida.
¡Hasta mañana!...