Pa lo que alcanza...
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Lord Feebledick llegó a su casa después de la cacería de la zorra y encontró a su mujer, lady Loosebloomers, en concúbito coital con Wellh Ung, el fornido mocetón encargado de la cría de los faisanes. Iba de mal humor el caballero, pues su yegua Prissy, que de ordinario se mantenía siempre en los límites del más estricto decoro victoriano, había cedido a los galanteos de un plebeyo caballo de tiro, y éste, al subir sobre la yegua, puso en riesgo tanto la integridad física como el honor personal de su jinete. El hecho de ver a su mujer en trance irregular con aquel criado, hombre igualmente plebeo, aumentó el disgusto de Feebledick. Pensó que el mundo debía andar muy mal, cuando ni hombres ni animales respetaban ya las reglas del buen trato social. ¡Qué daño estaban haciendo las deletéreas prédicas de Mister Bernard Shaw, cuyas tesis sobre igualitarismo y libertad socavaban los cimientos del Imperio! Se propuso enviar al Times una carta al respecto. Pero un asunto de mayor urgencia lo reclamaba en ese instante. Fue a la caballeriza a ver si el maldito jamelgo que se le había subido a su preciosa yegua no le hizo algún perjuicio. Al parecer Prissy no sufrió menoscabo alguno, antes bien se veía feliz y satisfecha. “¡Ah, las veleidades del sexo femenino!” —pensó lord Feebledick. Luego, asustado por ese pensamiento, manifestó en voz alta: “Desde luego exceptúo de esa consideración general a nuestra amada reina, Victoria, cuya firmeza y rigidez en cosas de moral son conocidas en todos los confines de su reino, quizá con excepción de Canadá”. Tras confirmar el buen estado de la yegua milord recordó que había dejado otro detalle pendiente de atención: el del comercio carnal de su mujer con el mancebo de los faisanes. Volvió a la alcoba y advirtió que los amantes seguían en su refocilación con empeño digno de más noble causa. Reprendió con acritud al mozalbete. “¿Para esto te pago, bellacón?” —le dijo airado. “No, milord —replicó el toroso joven—. Esto lo hago gratis”. “Y en su tiempo libre, además —lo secundó lady Loosebloomers—. Es la hora de su lonche”. “Pues hacen muy mal los dos —reprobó lord Feebledick—. El muchacho necesita alimentarse bien, y en lugar de consumir las viandas que con tanto sacrificio y tan amoroso cuidado le prepara su señora madre viene aquí a dejar las energías que debe aplicar en el trabajo”. Declaró con voz firme el mocetón: “Le aseguro, milord, que puedo bien con las dos cosas. Por eso no pase usted cuidado”. Contestó, severo, el propietario: “Iré mañana mismo a revisar tu labor con los faisanes. Cualquier irregularidad que note motivará que pierdas el empleo”. Declaró lady Looebloomers: “Por lo que hace a este otro departamento no hay ninguna queja”. “Menos mal —se tranquilizó lord Feebledick—. Ya llevamos un 50 por ciento de ganancia”. Y así diciendo fue nuevamente a los establos a vigilar que el plebeyo caballo de tiro no anduviera de nuevo por ahí… Babalucas comentó orgulloso: “Mi mamá es mitad india, mitad española y mitad portuguesa”. Alguien le hizo notar: “Son tres mitades”. Explicó Babalucas: “Ella es bastante gorda”… Rosibel le contó a Susiflor: “Anoche salí con dos gemelos”. Preguntó Susiflor: “¿Y te divertiste?”. Contestó Rosibel: “Sí y no”… Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le dijo a Pirulina, joven mujer con mucha ciencia de la vida: “¡Tu cuerpo es hermoso como un templo!”. “Posiblemente —replicó ella—. Pero esta noche el templo está cerrado”… Doña Macalota le pidió a su esposo: “Cómprame un piano”. Respondió don Chinguetas: “Te compraré un trombón”. “¿Un trombón? —se sorprendió la señora—. ¿Por qué un trombón?”. Razonó él: “Porque con un trombón no puedes cantar”… El doctor Ken Hosanna examinó a la joven esposa, y se sorprendió al ver que una de sus bubis la tenía de tamaño normal, en tanto que la otra la tenía muy larga, como estirada. Le dijo con asombro: “Jamás en todo mi ejercicio médico había visto algo como esto. ¿A qué se debe la extraña elongación de una de sus bubis?”. Explicó, ruborosa, la muchacha: “Es que mi esposo y yo dormimos en camas gemelas, y él nada más me alcanza ésa”… FIN.