Despertares
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La semana inició con la noticia del deceso de uno de esos personajes que son por partes casi iguales hombres de ciencia y celebridades.
Víctima del cáncer, el notable neurólogo inglés Oliver Sacks falleció a los 82 años. Son sus textos, investigaciones, ensayos y recopilaciones de experiencias clínicas sobre distintos desórdenes neurológicos, libros que fueron auténticos éxitos de venta, lo mismo que su cátedra en diversas universidades de prestigio, lo que perdurará como la contribución del doctor Sacks a su campo de estudio.
Sin embargo, será mejor recordado por las masas por su alter ego en la dramatización fílmica de su propio libro, Despertares (Awakenings), sobre su experiencia con pacientes de encefalitis letárgica.
Será su contraparte hollywoodense (interpretada por el mejor Robin Williams en la cinta homónima al texto que la inspiró) el rostro más perdurable de Sacks para todos los neófitos de las ciencias.
La adaptación ni siquiera respetó el nombre del protagonista de este drama inspirado en hechos reales, pero sí la esencia de lo acontecido: el trabajo del neurólogo con pacientes en estado catatónico, durante el tiempo que prestó servicio en un hospital del Bronx, en Nueva York a finales de los años 60.
Sacks llegó a la conclusión de que la L-Dopa, una droga experimental para pacientes con mal de Parkinson, podría ayudar a los catatónicos, sumidos en una parálisis absoluta desde un brote de encefalitis letárgica de la década de los 20.
El milagro en efecto acaeció, y se suscitó en forma de un auténtico despertar. Los pacientes volvieron literalmente a la vida, con todas las maravillosas y trágicas implicaciones del caso, como enfrentar la existencia y el mundo décadas después de haberse ausentado.
La industria de Hollywood, por supuesto, apoyada en el carisma de Williams y Robert De Niro, la partitura de Randy Newman y todos los recursos melodramáticos de estas producciones, nos dio una de esas joyitas lacrimógenas de la que se necesita ser un auténtico cabrón macarra y corazón de piedra para mirar con indiferencia.
Sobre la película, el propio Sacks (aunque admitió que en buena medida el guión se tornó algo sentimental y simplificó mucho las cosas) dijo estar satisfecho e impresionado por la interpretación del mal de Parkinson de De Niro.
Esas piezas fílmicas nos resultan doblemente conmovedoras. Cuando leemos, ya sea al principio o al final, la leyenda basada (o inspirada) en un hecho real, hasta sentimos el chorrito de la hormona de la gratificación cinematográfica disparado a nuestro cerebro.
Resulta en efecto inspirador y alentador saber que un médico se sobrepuso a la indiferencia de las instituciones, al escepticismo de sus colegas y al escarnio de la sociedad para darle a sus pacientes una breve oportunidad de volver a vivir y a la ciencia un nuevo sendero que explorar.
De manera que queda en perenne deuda con el doctor Oliver Sacks la ciencia médica, pero también la literatura y el cine, y por ello le decimos ¡gracias!
Los coahuilenses somos catatónicos. Tenemos los ojos abiertos, pero no vemos; estamos erguidos, pero no alertas; estamos sin duda vivos, pero de ninguna manera conscientes. No reaccionamos con nada, aunque nos pinchen, nos insulten, nos abofeteen o nos escupan. Mucho menos respondemos cuando se están llevando lo que es nuestro, dejándonos la casa materialmente vacía.
Estamos, como dije, inmersos en la más pétrea catatonia. Quizás algún buen médico como el doctor Sacks nos podría suministrar alguna potente droga experimental que nos hiciera despertar y ponernos de pie, mirarnos al espejo y, tras reconocernos, llorar por el tiempo perdido y articular palabra por primera vez en mucho tiempo.
Pero eso no va a ocurrir, porque nuestra parálisis no está en nuestro cerebro sino en nuestra mente y, aunque son cosas estrechamente relacionadas, no son lo mismo.
De manera que seguiremos inmovilizados, indiferentes, ausentes por completo mientras el Gobierno raspa y lame lo que quedó de la cazuela del presupuesto luego de la bacanal del sexenio pasado; mientras sigue acumulando a esa deuda impagable con la que materialmente vendieron la antigua libertad y soberanía del Estado a la rapiña bancaria.
Vamos a seguir impávidos mientras con cada reestructuración del adeudo aprovechan para drenar unos cuantos miles de millones más, total, los coahuilenses tenemos toda la vida para pagarlos y si no nos alcanza con la nuestra, ahí está la vida de nuestros hijos y nietos.
Permaneceremos mudos e inmóviles mientras que, bajo la excusa de contratar publicidad y otros servicios, con la complicidad de sus secuaces disfrazados de empresas, se embolsan el presupuesto actual a razón de millones de pesos cada mes.
Seguiremos quietos, mirando al infinito mientras atestiguamos cómo, luego de darle en la madre al Estado financieramente, se la parten al ecosistema, comprometiendo ya no sólo el desarrollo sino la vida misma, con tal de obtener más riqueza que será distribuida con el tiránico criterio habitual.
En suma, seguiremos en nuestro estupor catatónico mientras el peor gobierno imaginable hace, deshace (y omite hacer lo que en realidad debería hacer) con total impunidad.
Me temo que un poco de medicamento no bastará para que Coahuila tenga su milagroso despertar.