Aristegui vs. el poder
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La historia de los movimientos sociales siempre excede a la de los actores políticos. La historia de la transformación democrática de México y la larga lucha de la izquierda democrática no son una construcción de López Obrador ni su partido. Ni AMLO, ni lo que él ha llamado la 4T existen en un vacío. Sin los movimientos sociales, los luchadores por la democracia y las voces por la libertad de expresión, AMLO no sería Presidente. El 2018, no se explica sin el 68, el 85, el 88, el 97 y el 2000.
Uno de los personajes más importantes en la lucha por la democracia y la libertad de expresión en México es Carmen Aristegui. Ella no se ha doblegado ante el poder político ni el poder económico y ha pagado las consecuencias de ello. Una y otra vez ha sido atacada, pero su resistencia ha sido fundamental en la lucha por la libertad de expresión en México. Aristegui ha estirado
la amplitud del espectro informativo
y, con ello, el campo de visión de los mexicanos.
Aristegui es un estandarte de la izquierda mexicana porque a través de su periodismo ha siempre buscado proteger a los grupos más vulnerables, a las minorías y ha dado voz a los que nadie más daba voz. Su periodismo busca revelar las graves desigualdades, la corrupción y la injusticia social en México. En ese sentido, su trabajo se inscribe en la larga lucha de la izquierda mexicana por la justicia social. Sin embargo, Aristegui, como tantos otros personajes, no ejerce una militancia partidista ni política, su causa es la de la justicia, pero su trinchera es el periodismo, no la política partidista.
Para AMLO esto es inaceptable. La única lucha social que reconoce es la suya, el único liderazgo que existe es el suyo. Su mundo es absoluto, maniqueo: estás completamente conmigo o estás en contra. Desde esta comprensión del mundo, la militancia es la única forma aceptable de existencia, y sin embargo fuera de la cosmovisión del Presidente, la militancia es la única cualidad que un periodista nunca debe tener.
En su ataque a Aristegui, AMLO revela mucha de su naturaleza: como el mundo de AMLO es de absolutos, en lugar de cuestionar el reportaje, ataca a la periodista. Esto le permite comunicar más fácilmente a su público, pero debilita sus argumentos. Por otro lado, al afirmar que cuando estaba en la oposición “me entrevistaba una vez cada seis meses y buscaba ponerme en entredicho como buena periodista conservadora” revela lo mal que entiende el rol del periodismo y su visión de que la militancia es la única forma de existir. Una visión absolutista que sumada a la sanción a Nexos, las críticas a la UNAM y el desmantelamiento atroz del CIDE, se ha vuelto muy preocupante.
AMLO no es el primero en atacar a Aristegui. Lo hizo Mario Marín en 2006 cuando Aristegui reportó extensamente sobre el acoso a la periodista Lydia Cacho. Lo hizo el gobierno de Felipe Calderón en 2011 cuando Aristegui pidió al presidente una aclaración sobre las acusaciones de alcoholismo en su contra. Lo hizo la administración de Peña Nieto cuando reveló el escándalo de la Casa Blanca. Lo hicieron, también, los empresarios que la despidieron en lugar de protegerla. Dice mucho que AMLO haya decidido atacar a Aristegui y con ello se haya sumado a esta lista. Una lista ominosa del abuso del poder y la intolerancia en México.
AMLO vive la política como una campaña electoral interminable. El discurso de López Obrador nunca va dirigido a los intelectuales o periodistas, AMLO le habla a sus bases y les habla con un código simplista, pero efectivo donde contrapone el bien y el mal según sus propios intereses. La negación del Presidente a transformarse en estadista supone ante todo una oportunidad perdida para el País y para la izquierda: la popularidad de AMLO sigue siendo alta, pero a un costo muy alto para el País.
Lo más preocupante no es que AMLO use una narrativa maniquea para comunicarse con sus bases, sino que en el fondo parece realmente creer que sólo existen dos tipos de posiciones posibles. Aristegui continuará, ha vivido esto sexenio tras sexenio y se ha mantenido resiliente, pero el Presidente tendría que entender que así como Aristegui, muchos otros no estamos ni a favor ni en contra de su movimiento. El Presidente tiene derecho a cuestionar un reportaje, pero no a atacar desde el poder a periodistas.