Cierre de año: ¿época de alegría o de nostalgia?
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Aunque la medición del tiempo es, en esencia, un hecho arbitrario, para los seres humanos el calendario constituye un elemento que afecta nuestro comportamiento, pues los ciclos que hemos establecido para medirlo parecen obligarnos al cumplimiento de metas o propósitos.
O al menos eso pareciera decirnos el hecho de que, de acuerdo con voces especializadas, el fin de año es una época en la cual se incrementa la demanda de servicios de terapia psicológica o emocional.
“En algunas ocasiones se observan incrementos en consultas psicológicas y emocionales, pueden darse en el mes de diciembre, no siempre por el cierre del año, sino porque se tienen recursos económicos adicionales. En algunos casos, puede ser también porque es un periodo en el que hay pues ciertas vacaciones y hay disponibilidad de tiempo”, ha dicho la especialista Karla Valdés.
Más allá de la temporalidad, lo cierto es que la denominada “salud emocional” constituye hoy una preocupación que nos ocupa de manera más importante de lo que lo hacía hace poco tiempo. Y hay buenas razones para ello, pues los seres humanos no somos máquinas sino individuos dotados de emociones que nos distinguen del resto de las especies.
Es normal por ello, que al cierre del año se haga un balance de lo que se ha logrado –y de lo que no se ha logrado– y que dicho balance genere un estado de ánimo que, dependiendo del grado de “éxito” o “fracaso” en aquello que nos propusimos, puede llevarnos a la euforia o a la melancolía.
En estricto sentido, se trata de una situación normal, pues la vida se integra de una mezcla de momentos gratos e ingratos y esa es la “normalidad” a la que todos tendríamos que resignarnos.
Sin embargo, en la modernidad actual se tiende a creer –de forma equivocada– que la vida sólo debe contener momentos dulces y eso exacerba la frustración que produce los inevitables episodios de tropiezo.
La solución no estriba, desde luego, en obsesionarnos con la búsqueda de una fórmula que suprima los momentos amargos, porque estos ocurrirán de cualquier forma. La respuesta se encuentra más bien en la adopción de un estilo de vida que tienda a encontrar en la amargura del fracaso el valor que este tiene en términos de enseñanza para perseguir el éxito.
No existe, desde luego, una receta sencilla para eso, ni una fórmula mágica para trocar los tropiezos en lecciones valiosas para remontar los momentos de pesar que nos produce el no alcanzar las metas que nos propusimos.
En este sentido, el apoyo de amigos, familiares y especialistas constituye la mejor opción para procesar de forma adecuada las adversidades que el destino pone en nuestro camino. El cuidado de la salud emocional debe ser por ello una preocupación colectiva en forma permanente.
El cierre de ciclos debe ser un momento de reflexión consciente en el que asumamos nuestra falibilidad en la persecución de objetivos, no un flagelo que nos lleve a la conclusión de que el éxito es el único destino posible de nuestros afanes.