Comer o alimentarse
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El oído es el segundo sentido que se nos desarrolla a los humanos. Alrededor de la semana 18 ya oímos el organismo materno caracterizado por el ritmo: corazón, respiración, flujo sanguíneo, digestión; hacia la semana 25 reaccionamos a la voz de mamá. Todo dentro es ritmo y armonía. Los disgustos, exasperaciones e incluso los episodios de ira maternos interrumpen el universo eufónico ante el que el bebé reacciona en consecuencia. También es preparación para lo que vendrá. El mundo que lo recibe es hostil, frío y ruidoso. Solo salva la voz de mamá.
Con el tiempo ese ritmo que oímos dentro nos lleva a cantar de manera natural rondas, nanas, retahílas que a la postre fortalecen lo cognitivo, emocional, lingüístico y psicomotor. Un niño sometido a gritos, ruido atronador de la TV, sonidos arrítmicos, y disonancias muy probablemente padecerá amusia. Ritmo es igual a armonía, de ahí que los sonidos armónicos —música, canto de aves, agua correr, la voz de mamá—, activen el sistema límbico responsable de las emociones, la memoria y las relaciones sociales. La música alegra porque estimula la liberación de neurotransmisores como la dopamina; la música recuerda a la memoria de la especie que somos gregarios. La música escuchada en la infancia, y hasta antes de los 21 años (+-), cuando termina de madurar el lóbulo frontal y dejamos de ser esencialmente emocionales, será recordada aun cuando los años pasen, como dice José Alfredo. Cantémosle al abuelo, presa del Alzheimer, la primera estrofa de un bolero, y lo seguirá por su cuenta hasta la última nota ¡aunque sea incapaz de reconocer a su propio hijo! (Remito a Musicofilia, de Oliver Saacks, obra útil, divertida y tan iluminadora como la Luz con la que Dios disuadió las tinieblas)
La mejor música disponible para un crío es la voz de mamá, más aún si esa voz produce sonidos rítmicos. Leer al peque, por ejemplo, con la entonación, velocidad e intencionalidad apropiadas, equivale a programarlo para lo armónico. Hablo de armonía en los tres sentidos: intelectual, emocional y conductual.
Lo interesante es que no necesariamente debe ser una lectura para niños. El registro tonal de mamá es suficiente para él, así lea la Crítica de la razón pura de Kant. Claro que lo ideal sería leer libros para niños ya que sus frases se organizan con un número determinado de sílabas —entre ocho y diez— equivalente a la respiración natural. Además, favorece la memorización. Recuérdese que la Odisea o El Cid, fueron escritas en versos medidos con rima y ritmo precisos.
El efecto de la lectura se centuplica si mamá acaricia al rorro mientras lee. (Remito al trabajo sobre bebetecas de Luz María Chapela [1945-2015]).
Si mamá pone la voz, papá pone la música. En su diario ir y venir, papá alimenta la casa con información extra doméstica, entre otras cosas, con música. Con frecuencia los hijos adoptamos la música de papá. Rock, jazz, tríos, fara fara, trova, electrónica, folk, clásica. No hay música mala a condición de contar con ritmo, melodía, armonía, tono, timbre, y eventualmente letra. Toda letra memorable narra un conflicto, sea bolero — Mis pobres manos, alas quebradas / Crucificadas, crucificadas, bajo tus pies (A. Lara)—, aria —Nessun dorma! Nessun dorma! / Tu pure, o Principessa, / Nella tua fredda stanza / Guardi le stelle (G. Puccini) —, protesta —Suena la sirena / de vuelta al trabajo / muchos no volvieron / tampoco Manuel (V. Jara).
Lo que sí hay es música circense. Al pueblo pan y circo. Son composiciones básicas con compases menos que elementales, letras rupestres, ausencia de entonación, timbre y armonía. El resultado es ruido, y el ruido es violencia. Dejamos de ser niños, pero no de reaccionar adversamente al ruido. Ya no lloramos, ahora atacamos, y lo que es peor, nos atacamos, nos agredimos sometiéndonos a esa música circense a todo volumen. O bien coreamos letras denigrantes dedicadas a la pareja o ex pareja.
Cada quien tenemos derecho a escuchar la música que más nos cuadre, sin duda. Del mismo modo que cada quien elegimos qué comer. La música nutre. Ya cada quien decide entre alimentarse o comer chatarra.
Encuesta Vanguardia
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