De campesino a astronauta
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La convocatoria conjunta del gobierno de México y la NASA decía: “se busca astronauta”, entonces el guerrerense Rodolfo Neri Vela (1952) observó los requisitos y se dijo a sí mismo: “yo los cumplo. Así que tengo dos opciones: me quedo sentado o decido participar de una vez y saber qué tan lejos puedo llegar”, de esta manera inició el arduo proceso para ser parte del equipo que viajaría, en 1985, en la misión espacial en el transbordador Atlantis, la cual tenía entre sus objetivos poner en órbita el satélite Morelos II.
Rodolfo Neri, durante siete días, orbitó la Tierra 109 veces. Esta hazaña lo convirtió en el primer astronauta mexicano y hasta el momento el único, que ha estado en el espacio.
El doctor Neri, en alguna ocasión comentó que el gobierno mexicano desaprovechó la oportunidad que su viaje dejó para incursionar en el ámbito tecnológico mundial, en sus palabras: “Fuimos al espacio antes que Japón, antes que Italia, y hoy Italia tiene más de 10 astronautas, lo mismo que Japón. En México nos quedamos en uno hace 30 años y el gobierno no piensa en la importancia de apoyar el desarrollo tecnológico”.
Y razón de sobra cuando afirmó: “Un país no puede avanzar si no pone fechas a las cosas. Las fechas son la clave del éxito. Puedes ser un genio, muy social, pero si no le pones fechas a tus proyectos vas a fracasar y otros te van a dejar atrás” (https://www.youtube.com/watchv=qv67JWf8RyQ&ab_channel=TEDxTalk) (https://www.youtube.com/watch?v=WjkQbRJL3G0).
2009...
En 2009 llegó el momento de la misión STS-128 Atlantis, la cual estaba compuesta por ocho tripulantes de los cuales dos eran descendientes de mexicanos: J. Daniel Olivas y José Hernández Moreno. Ambos ejemplos de ese viejo refrán que reza: “más hace el que quiere, que el que puede”.
Pequeña chispa
El sueño de Daniel, para convertirse en astronauta, nació cuando era niño, a los ocho años de edad, en el momento en que sus papás le regalaron un telescopio y luego lo llevaron a conocer la NASA, en Houston, Texas.
Interesante es constatar cómo una pequeña chispa de inspiración puede convertirse en un objetivo de toda una vida, siempre y cuando sea impulsado por la inquebrantable voluntad de luchar en contra de toda adversidad.
Familia campesina
Profundizo en la vida de José Hernández Moreno: su padre, un campesino originario de Ticuitaco en La Piedad, Michoacán, quien, como muchos otros millones de compatriotas lo siguen haciendo, emprendió la huida de la pobreza y miseria hacia los Estados Unidos.
José nació el 7 de agosto de 1962, en French Camp, un condado californiano de San Joaquín. Creció en Stockton, ciudad situada también en California; vivió su niñez entre Estados Unidos y México y trabajó, al lado de su familia, en los campos agrícolas. Hasta los 12 años empezó con el idioma inglés y gracias a su persistencia se graduó de ingeniero eléctrico de la Universidad de California.
La vida no le fue fácil, José recuerda que en su niñez: “pasábamos 9 meses en la jornada de las piscas de verdura y fruta recorriendo California. Dos meses en el sur de California, dos meses en el centro de California y cinco meses en el norte”.
La ilusión de José en ser astronauta nació cuando era niño: precisamente cuando, en 1972, vio el viaje lunar del Apolo 17 en la vieja televisión de blanco y negro de su familia, esa fue la chispa que en él inspiró el sueño de viajar al espacio; de hecho, José, después de ver el programa, le platicó a su padre lo que deseaba y se sorprendió cuando él le contestó: ¡Puedes hacer esto, m’ijo!
Al paso del tiempo, una segunda centella impulsó esta ilusión: “recuerdo que ocurrió cuando estaba con mi padre limpiando con azadón una fila de remolacha azucarera en Stockton, California y escuché en un pequeño radio que Franklin Chang-Díaz había sido seleccionado como astronauta... y allí fue cuando me nació el sueño de querer ser astronauta”, ahí sucedió la epifanía que luego lo convertiría en viajero del espacio.
Trabajo y sudor
Para materializar su sueño siguió el consejo de su padre: “si quieres lograrlo sigue estos cinco pasos. Primero, define tu meta. ‘¿Qué es lo que quiere ser Pepe cuando sea grande?’ Segundo, reconoce qué tan lejos estás de esa meta. Tercero, crea una ruta, un mapa para que puedas llegar. Tienes que saber el camino, hijo, a tu destino. Cuarto, prepárate con el estudio, tienes que ir a la universidad. Y quinto, el mismo esfuerzo que pones en las cosechas sábados y domingos, y siete días a la semana en el verano, pon ese esfuerzo en tus libros”.
¡Rechazado!
José fue rechazado 11 veces por la NASA y cuando estaba a punto de claudicar, su esposa lo convenció de intentarlo una vez más. Finalmente, en 2009, participó en su primera misión. Tenía 41 años.
Su persistencia y determinación fueron más fuertes que los obstáculos lo que le ha permitido viajar al espacio en dos ocasiones.
José trabajaba en la propia NASA como jefe del área de materiales y procesos del Centro Espacial Johnson, en Houston, Texas. Previamente, había laborado en el Laboratorio Nacional de Livermore, participando en el desarrollo de equipos para hacer mamografías digitales.
Sin tregua
¿Cuáles fueron desafíos de José? En sus palabras: “mis tareas incluyeron ser el operador principal de la mano robótica del transbordador y la mano robótica de la estación internacional, para ello lo más difícil fue aprender los sistemas del transbordador, aprender los sistemas de la estación internacional y cómo reaccionar si algo va mal durante el vuelo. Esos fueron los entrenamientos más difíciles. Más bien se trató de una gran preparación mental y de mucho estudio”.
La mirada en lo alto
José continúa inspirando a propios y extraños, porque ha hecho válido el desafío “si lo puedes soñar, lo puedes lograr”, pues demuestra que valieron la pena los años de preparación, tenacidad y sacrificio para calificar entre miles de candidatos que, como él, aspiraban a viajar al espacio y formar parte de este selectivo grupo de personas brillantes y especiales.
Indudablemente, el testimonio José, es muy provechoso para los jóvenes que tienen puestos sus ojos en grandes ideales, los cuales ya van de gane; pero sobretodo, para aquellos que han convertido a la abulia en una forma de vida, que creen que sentir hambre es una cuestión de dieta, que el padecer calor o frío es ausencia de aire acondicionado o calentadores, porque muchos de ellos son los que viven sin ideales, en la mediocridad, la inferencia o la vulgaridad. Tal vez desesperanzados.
Su ejemplo es inspirador para aquellas personas que se sienten cansadas, que ahorran en actitudes de generosidad, que les gusta huir de la responsabilidad de ser concientes, que viven exteriorizando sus vidas en obras de teatro, en caos histéricos, en superficialidades. Es testimonio para los que viven en la perpetua “Disneylandia”. En la ficción.
José es ejemplo para esos muchachos que viven gozando la ilusión de un mundo donde no se está obligado a tener responsabilidades, y que carecen de las actitudes de necesarias para vencer con valentía las circunstancias negativas y los desafíos que la vida les presenta.
En fin, es un referente para esos jóvenes que nunca se han atrevido a tener ideales, a esos que jamás se les ha ocurrido pensar que alcanzar las estrellas es posible. Totalmente realizable.
Tocar las estrellas
Concuerdo con el mensaje que Alfonso Aguiló regaló a la juventud: “En vez de dar culto a la juventud del cuerpo, de modo exterior y forzado, y que además produce desesperanza al ver cómo se va marchando, hemos de buscar esas cimas más altas a las que se puede remontar la esperanza del hombre que rejuvenece día a día su espíritu”.
Es cierto, la esperanza en ocasiones habita más allá de las fronteras conocidas: ahí donde se gestan los sueños y el poder que éstos tienen en los seres humanos para construir nuevas realidades, como es el caso de José un niño campesino, hijo de inmigrantes, que solía soñar en ver las estrellas desde el espacio, y que luego llegó acariciarlas y, desde inimaginables alturas, admiró al planeta Tierra en toda su hermosura, grandeza y esplendor.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo