De la música tonal al Dodecafonismo (cualquier cosa que esto sea)
Hacia mediados del siglo pasado, la música experimental dejó de ser novedad en México. Entendiéndose por Música experimental aquella que echa mano de la dodecafonía. ¿O sea? Componer usando las doce notas procurando un equilibrio entre ellas. Así nació la música dodecafónica en oposición a la música tonal. La música tonal teje su sistema de escalas en torno a una nota principal. Esta nota principal es la que da el apellido a las obras: concierto para violín en re, sinfonía en la, sonata para piano en do... Es decir, la obra gira alrededor de esa nota, aunque no de manera excluyente. Al interior, cada movimiento desarrolla su propia tonalidad, en armonía, desde luego, con la nota principal de la obra.
Pensemos en la sinfonía No. 5 en do menor, Op. 67, de Beethoven, escrita entre 1804 y 1808. Está conformada por cuatro movimientos, cada uno con su propia tonalidad: I. Allegro con brío, en do menor; II. Andante con moto, en la bemol mayor; III. Scherzo. Allegro, en do menor; y IV. Allegro, en do mayor.
Beethoven utiliza tonalidades diferentes en los movimientos y al interior de cada uno, en busca de contrastes, variedad y profundidad en la estructura tonal.
Entre los compositores clásicos a cada nota se da una cierta carga emocional. Así el Do se asocia con estabilidad, equilibrio, o serenidad. Ejemplo: de Mozart la sinfonía No. 41 en do mayor (1788), apodada Júpiter. Al Re se asocia con nostalgia, y reflexión o pasión, como la Sinfonía No. 9 en re menor, de Beethoven. Al Mi con esperanza, alegría, u optimismo. Ejemplo, la obertura Guillermo Tell, de Rossini. La nota Fa se asocia con introspección o melancolía, como el Concierto para violín en fa menor, Op. 8, RV 297, Invierno, de las Cuatro estaciones, de Vivaldi. El Sol es una nota que evoca energía, vitalidad, felicidad, como el Danzón No. 2, del sonorense Arturo Márquez está escritas en sol. Y se le nota la nota. La La es más bien tranquila, dulce y suave. Ahí está, por ejemplo, Para Elisa WoO 59, de Beethoven. Finalmente, el Si puede tener connotaciones de misterio, profundidad y contemplación. También se asocia a menudo con la tensión y el suspenso. Qué mejor ejemplo que el concierto para piano No. 1 de Tchaikovski, Op. 23, (1874 -1875)
Hacia los años 50 del XX, apareció la Psicoacústica, como disciplina de la Psicofísica, aplicándose al estudio vinculatorio entre sonidos, notas musicales y estados de ánimo. Para la música, desde al menos diez siglos antes, esta relación es estrictamente empírica y su empleo es convencionalismo gremial, que incluye al uso de la melodía y de la armonía.
El dodecafonismo también busca contrastes, variedad y profundidad, en este caso manteniendo las doce notas en equilibrio. En la dodecafonía, se crea una serie de doce notas llamada “serie dodecafónica.” Esta serie se puede manipular de diversas maneras, como invertirla, o tocarla al revés. El compositor dodecafónico está más atento a la generación de texturas sonoras, a explorar los caminos hacia el abismo del alma.
La primera experiencia con la experimentación se dio en México con la teoría del sonido 13, de Julián Carrillo (1875-1965), como en Balbuceos para piano metamorfoseado (1958). Casi de inmediato, cual canto en canon, aparecieron más compositores interesados en la experimentación. Citaré brevemente a tres. El méxico-estadounidense Conlon Nancarrow (1912-1997), quien alteró la velocidad de interpretación del piano, y superpuso varias tonalidades y ritmos para construir una pieza, valiéndose de rollos para pianola. Su Estudio No. 15, es lo más cercano a cómo sonaría el piano del que canta Tom Waits en The Piano Has Been Drinking (1977).
El hispano-mexicano Rodolfo Halffter (1900-1987) quien trajera el dodecafonismo y la música serial a nuestro país. Escúchese Tres piezas para orquesta de cuerda (1953).
En 1960 el compositor Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994) estremeció a México con su El paraíso de los ahogados (1957) para cinta y ruidos radiofónicos producidos con popote y agua, música para el ballet homónimo, de Guillermina Bravo. Quizá sea la primera obra electroacústica registrada en México. Jiménez Mabarak más conocido por su Fanfarria olímpica (1968), literal bandera sonora estudiantil, al estilo de La Marsellesa.
El viernes hay que ir al Teatro de la Ciudad, a escuchar los Grandes coros de ópera, con la filarmónica del Desierto y la compañía de ópera de Saltillo.
jesusgsegura@gmail.com
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