El 9-11, dos décadas después
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Un hecho constatado por cualquiera en estos días -cualquiera con suficiente edad para ello, quiero decir- es la posibilidad de recordar las circunstancias precisas en las cuales nos encontrábamos el día 11 de septiembre de 2011, al enterarnos del atentado a las Torres Gemelas de Nueva York.
La razón por la cual podemos recordar este hecho con facilidad -y nos cuesta más retener el nombre de la persona a quien nos presentaron hace unos segundos- es bastante simple de explicar, de acuerdo con quienes se dedican al estudio de la mecánica cerebral: la responsable es la amígdala, una estructura ubicada en el lóbulo temporal de nuestro cerebro y cuya función -dicho de forma muy sintética- es el control de nuestras respuestas emocionales.
Según los neurocientíficos, a diferencia de los hechos “ordinarios”, los sucesos vividos de forma emocionalmente intensa se graban de manera más perdurable en nuestra memoria, porque a lo largo de la evolución desarrollamos esta capacidad como parte de nuestro arsenal para sobrevivir en el hostil entorno de la prehistoria.
Pero bueno: esta no pretende ser una entrega con pretensiones de aparecer en la revista Science o publicación parecida. Tan sólo queremos señalar la existencia de un mecanismo biológico detrás de este fenómeno de memoria colectiva, a propósito del suceso del cual hoy se conmemoran dos décadas precisas.
Más allá de lo anecdótico, la efeméride correspondiente a esta fecha vale la pena ser recordada porque realmente se convirtió en una frontera entre el “antes” y el “después”, en múltiples aspectos de nuestra vida.
De manera personal me resulta imposible soslayar la relevancia de esta fecha, porque una de las industrias en las cuales se reconoce claramente la relevancia del 9/11, es justamente la periodística.
Muchas personas no habrán caído en la cuenta siquiera, pero el 11 de septiembre de 2001 se instauró la “obligación” de los medios de comunicación -todos- de contar con una página web capaz de informarnos de los sucesos del mundo “en tiempo real”.
Como consumidores de información, hoy, nos parece de lo más normal contar con una “app” en nuestros teléfonos inteligentes para acceder a la información, del último segundo, originada en cualquier rincón del planeta.
Igualmente normal es el recriminar a los medios de comunicación su “lentitud” en informar de la más reciente erupción volcánica, el último terremoto, o el conflicto surgido entre dos conductores, en el Viaducto de la Ciudad de México, hace dos minutos.
La instantaneidad informativa es la principal exigencia de nuestros días. Y la tendencia no se va a modificar, sino al contrario. Pero esa exigencia nació hace exactamente dos décadas, cuando un grupo de piratas aéreos estrellaron aviones contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y acicatearon el apetito de nuestra especie por la información al momento.
Hoy, una miríada de mujeres y hombres, empleados de los medios de información de todo el globo, nos afanamos cotidianamente por encontrar una fórmula capaz de mantener nuestra relevancia en un mundo en el cual ha germinado una idea peculiar: cualquiera con capacidad de reportar sucesos “es un periodista”.
No voy a discutir ahora la certeza de esta afirmación. Me limitaré tan solo a recordar cómo, el 11 de septiembre, constituye una efeméride relevante para el periodismo, pues ese día se inauguró el desafío más importante al cual nos hemos enfrentado quienes decidimos dedicarnos al oficio de informar.
Habrá, por cierto, otros oficios a los cuales marcó esta fecha. No pretendo colocar al periodismo en el centro de la historia. Valdrá la pena leer esas historias, de la pluma de quienes ejercen tales oficios.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx