El amor es otra cosa
Nuestra vida desde hace dos años adquirió un punto de inflexión: la pandemia. Este acontecimiento que comenzó en marzo de 2020 representa para muchos, al menos en el lenguaje coloquial, el antes y el después. Qué hacíamos y qué hacemos, cómo éramos y cómo somos, a dónde íbamos y a dónde dejamos de ir... antes de la pandemia. Escasas prácticas prepandémicas siguen vigentes, una de ellas, la forma de concebir el amor.
Las películas, las canciones, los cuentos, las historias, los poemas, las series y las melosas telenovelas han encontrado en el amor de pareja y en la cursilería barata la clave de interpretación de uno de los sentimientos más profundos que posee el ser humano, como si fuera la única forma de expresarlo, la relación de pareja.
Se entiende de alguna forma porque en el marco del mercado y las ganancias, otras formas de amor y de amar, venden poco. Para quienes viven y esperan cada fecha importante donde el sentimentalismo y el romanticismo tienen posibilidades de explotación, la celebración en este caso del día del amor representa un tema mercantilista que tiene muy poco que ver con las ideas originales del concepto. Como en otras tantas actividades humanas, por los tiempos del mercado, lo importante es el dinero, lo demás es lo de menos.
En perspectiva. La cultura griega sentó las bases –en Occidente– a través de los grandes filósofos de lo que creyeron era e implicaba el amor, a la fecha es el punto de referencia. Los latinos, al tiempo, sólo nos quedamos con la primera parte de la reflexión, el “eros”. Freud canonizó la práctica colocándola como uno de los opuestos donde se da la transversalidad de la vida humana. Del otro lado, el “tánatos” –la muerte–. Placer y muerte, ahí es donde se define el drama humano.
Eros es el dios que simboliza la pasión, el deseo, el romance, la atracción física y sexual, de las que son objeto las personas. Flores, chocolates, detalles, ¡ah!, y redes sociales aderezarán el lado romántico del ser humano, como si esa fuese la única forma de expresar uno de los sentimientos más profundos que ennoblecen al ser humano. Lo cierto es que el amor es otra cosa.
La siguiente parte de la reflexión, según los pensadores helénicos, es el amor fraternal. Mientras el “eros” hace referencia a lo carnal, el “storge” nos liga a lo filial, a profundizar los lazos y los compromisos como seres humanos. Acá se lucra con lo que sea y si es con el corazón, mejor. El dinero llama, ¿y quiénes somos nosotros para decir que no al usufructo del día para inflamar los bolsillos? Siendo tan básicos y silvestres, ahí nos estacionamos. “Eros” y “storge” son la piedra de toque en la cultura latina, de ahí para adelante no sigue nada.
La visión griega quedó trunca y con eso nos quedamos. Mientras que los griegos educaban para vivir en comunidad, los latinos lo hicieron para enaltecer al individuo. Por eso, el siguiente estadio del amor en la reflexión griega no tuvo el éxito esperado porque la “philia”, el amor al “próximo” −nosotros decimos el prójimo− y la búsqueda del bien de todos –el bien común– no le vino bien a nadie.
El próximo es quien sea, el prójimo es el cercano. El próximo es el “alter”, que es un concepto muy amplio y su característica es la donación, la generosidad, el desinterés... la alteridad. El tema de la atracción física y sexual salen sobrando, lo importante es el otro.
Evidentemente no iremos dando flores y chocolates –la analogía de lo cursi– a diestra y siniestra si no hay un interés de por medio. Soñadoramente pienso que sería mejor celebrar el “philia” que el “eros”. Aceptar al maloliente, que no pertenece a nuestros grupos de referencia, definitivamente, no está en nuestros horizontes existenciales.
Si el “philia” es necesario, el “ágape” en una sociedad como la nuestra, donde el confinamiento nos complicó, es una urgencia. Corintios 13 es la mejor descripción de la forma del ágape. Se acuerda de aquello que decía “el amor es comprensivo, el amor es servicial, no tiene envidias”, ese es el llamado himno del amor, que muy pocos han vuelto vida. Por eso aquí nos vamos a encontrar la parte más álgida y profunda del sentimiento humano, porque todo, absolutamente todo, se convierte en una fiesta.
El amor-ágape es la fiesta de la vida, donde todo y todos están incluidos. Donde los deberes no pesan y donde se lucha por la consolidación de los derechos de todos. Solidaridad, generosidad, colaboración, entrega, disponibilidad, empatía, apertura, diálogo, tolerancia, participación y otras formas de construir lo común, son parte del discurso y de la práctica cotidiana.
Antes y en la pandemia el ágape fue un ausente en el itinerario de los seres humanos y las instituciones que ha conformado, esto nunca se presupuestó. Otra cosa hubiera sido. Si de verás queremos una sociedad distinta tendríamos que completar la reflexión griega acerca del amor. Nos quedamos sólo en la visión individual del sentimiento y nos faltó universalizar el amor.
Es entendible hasta cierto punto la capitalización y mercantilización del día 14 de febrero, lo que no se entiende es que todo se haya quedado en la entronización del amor-eros y nunca se haya profundizado en el amor-ágape, que hoy por hoy y dados los tiempos que vivimos, su práctica es una urgencia que sólo depende de cada uno de nosotros. Nunca es tarde para el viraje. Así las cosas.
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