El dolor de la violencia: Un papalote por cada alma
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Hoy les escribo desde el Monte Busbeirón, cruzando el Atlántico. Estoy aquí intentando articular las palabras, las ideas, las emociones que son muchas, pues el tema que hoy quiero compartir es por demás complejo.
Yo no conocí personalmente a Max, pero sé del gran ser y alma brillante que ha sido. He escuchado de él por amigos y colegas que sí lo conocieron de cerca. Hace poco más de un mes Max no regresó a casa, salió a la tienda y nunca volvió. Me cuesta mucho escribir sobre este tema, por respeto a su familia y amigos que lo conocieron, que sienten el desgarro del arrebato de la violencia en este país.
Me atrevo a escribir porque así como Max salió un día a la tienda y no regresó, mi primo Miguel Angel de 19 años, había salido a comprar algo para cenar, estaba a solo dos cuadras de su casa y lo asesinaron en un intento de robo. Recuerdo aquél día de octubre, cuando mi hermana me habló ahogada en llanto; yo estaba en Irapuato y cuando finalmente escuché: Mataron a Miguelito... Aún hoy mi cabeza entra en shock y solo puedo escuchar un sordo no, no, no.
El dolor que significa, los estragos profundos que deja un acto como este, son profundos y permanentes, aprendemos a vivir con el dolor. Aún a veces creo verlo o encontrarlo en la lejanía, permanentemente en sus 19 años. El único consuelo que me queda, es que siempre lo abracé tan fuerte como pude hasta hacerlo sonreír.
¿La justicia existe? Lamentablemente hoy podría decir que no, por que nada va a regresar a Max, a Miguel Angel, ni a ningún ser que hemos amado y que ha sido arrebatado sin razón alguna, aún y cuando se encuentran a los culpables, eso no restaura la vida de aquellos que hemos amado. Me pregunto entonces ¿qué podría ser la justicia? Hoy no encuentro la respuesta. Tal vez me falta sabiduría, tal vez estoy siendo poco optimista, no lo sé. Y aún así seguiré pidiendo justicia, no como un acto de resarcimiento, sino como un acto contestatario, de indignación profunda, de decir si nos damos cuenta que esto está corrupto, y que no queremos tolerar más que roben vidas de nuestros seres amados, ni de los que no conocemos, por que al final somos uno mismo, y nos siguen faltando 43, y no ha habido justicia para Bruno, y tampoco se ha esclarecido el caso de Nadia Vera y sus colegas, nunca se hizo justicia para Elisa Loyo Gutiérrez, y así todos lo que suman nuestros afectos.
Un papalote por cada alma, fue la propuesta de Toledo para hacer homenaje a los 43, esta costumbre istmeña que hay para día de muertos. En el homenaje que hicieron a Max, se bailó la danza del venado. Me conmovió profundamente, ese venado ritual que se despedía de un alma danzante con el honor que le merece la entrega absoluta a la magia de ser espacio-cuerpo. Y nos quedan los días de muertos, el copal, el humo sagrado, el cempasúchil y el agridulce sabor nostálgico de la memoria en amor y en ausencia.
Mi querido país intenso, intenso en sabor, en color, intenso en diversidad, en amor. Mi querido país, te come la violencia que fue sembrada por la avaricia y la corrupción de no sé quienes. Y aquí muere por igual quien cuida de las mariposas, del bosque, del mar que quien danza, dibuja, canta o crea utopías. Aquí desaparecemos sin razón alguna y las madres y los padres son quienes buscan y buscan, quienes cargan el peso del dolor que provoca el egoísmo del sistema que te carcome.
Hoy mis palabras desean abrazar a aquellas madres y padres que luchan por la injusticia, que buscan en desiertos y terrenos inhóspitos. Hoy mi corazón desde aquí abraza fuerte a las familias y amigos de Maximiliano Corrales, Nadia Vera, Elisa Loyo Gutiérrez, Bruno Avendaño, pero especialmente a mi tía Myrna, mamá de Miguel Angel, a mi tío y su hermano.
Que la luz de estos seres brille eternamente, que siempre sean recordados con amor, y que la justicia venga en forma de un cambio profundo en el que no tengamos que vivir el dolor de perder a nadie más a causa de la violencia y la impunidad.