En este país la educación no es prioridad
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Existen lineamientos básicos que coadyuvan en mucho al éxito de grandes empresas, y al final del día, el Estado es una organización con tareas específicas que de realizarse con eficiencia y eficacia generan los resultados para los que fue concebido, en este caso, alcanzar el bien común. El principio número uno es la colaboración del trabajo en equipo. No obstante, la colaboración en equipo no es una tarea fácil y mucho menos en una organización del tamaño del Estado, toda vez que implica una serie de factores y características únicas y fundamentales que deben coordinarse y transitar desde el ámbito específico de sus funciones y facultades y corolar en beneficio de los gobernados. Pero antes de continuar, me parece que es relevante dejar bien claro ¿qué es el estado? Voy a compartirle la definición clásica: “El Estado es una sociedad humana, establecida en el territorio que le corresponde, estructurada y regida por un orden jurídico, que es creado, definido y aplicado por un poder soberano, para obtener el bien público temporal, formando una institución con personalidad moral y jurídica”. El Estado es un ente con tres elementos, la población, el territorio y el poder, cuya finalidad es alcanzar el bien público. Tiene que estar dotado de poder o autoridad, pero este poder está sujeto al orden jurídico, que es el que limita y constriñe su actuación. Ese poder se divide en tres, el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial, cada uno tiene funciones determinadas, dicho de manera simple, el Legislativo hace las leyes, el Ejecutivo hace que se cumplan y el Judicial castiga a quien las violenta. Estos poderes pueden coordinarse, pero no invadirse. Así lo estableció el Poder Constituyente – que fue el que los creó –en la Constitución. Esto se oye divino en teoría. En la vida real, en México, ocurre de manera distinta porque el sistema político, es decir la infraestructura en la que se sostienen, les da manga ancha, y si a esto le suma, la deficiente -para decirlo de manera educada- cultura cívica que tenemos los mexicanos, pues tenemos esto. Este despropósito que ha permitido por décadas que el Ejecutivo se monte en los otros dos poderes, haciendo del Legislativo un pelele a su servicio, vía la mayoría del partido político en las Cámaras, y del Judicial otro tanto, dada su injerencia en las propuestas de los nombramientos de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En el ánimo de ponerle equilibrios al mastodonte Ejecutivo, se crearon los organismos autónomos, verbi gratia el INE, pero sale la misma burra diría mi tía Tinita, porque sus integrantes pasan por la aprobación de alguna de las dos Cámaras, en este caso, de la de Diputados... ¿y quienes quedan? Pues los que la mayoría decide, y la mayoría casi siempre la tiene el mismo partido del que proviene el Ejecutivo. ¿Y quiénes definen esa mayoría? Los electores. ¿Y cómo le hacemos para que los mexicanos entendamos la importancia que reviste equilibrar el ejercicio del poder público? La respuesta es simple: con educación. Ajá... pero resulta que la educación es un asunto que no se encuentra entre las prioridades del Ejecutivo. Y tampoco es simple que esto cambie, porque primero habría que desmantelar el sindicalismo magisterial corrupto que sigue contribuyendo con creces a la supervivencia del sistema. Se hizo un esfuerzo con la reforma educativa del 2015, pero en 2018 que llegó al poder López Obrador, la echó abajo. Precisamente porque le devolvía al Estado la dirección de la educación -que nunca debió ser entregada a la gavilla sindical– y eso jamás, López lo negoció a cambio de votos y 60 curules en la LXIII Legislatura.
No he escuchado a ningún legislador -ni de los mozos de espadas del Presidente, ni de la oposición- ni tampoco al Presidente de la República, hablar por lo menos de una propuesta en materia educativa dirigida a emancipar a las nuevas generaciones de este modelo caduco con el que se siguen fomentando la pasividad, la marginalidad y la ignorancia. Lo que necesitamos es formar personas con pensamiento crítico, incentivándoles el que asuman una actitud cuestionadora de la realidad en la que están inmersos. Necesitamos una educación que se constituya en herramienta idónea de renovación y transformación de los seres humanos y de la sociedad en la que viven. No tecnócratas, verdaderas personas que no sólo sean capaces en el ejercicio de sus profesiones sino comprometidos con la sociedad de la que son parte. Necesitamos mexicanos así, sobre todo en sociedades democráticas en las que la participación política es esencial. Necesitamos mexicanos libres. La educación libera. Pero... ¿A quién le importa? Ni siquiera a los padres de familia, su silencio lo dice todo.