Espejito, espejito...
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Según la última medición de Consulta Mitofsky, el 63.9 por ciento de los mexicanos está de acuerdo con la forma de gobernar que practica el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Todo parece indicar que ni la ola de críticas de sus adversarios, ni los desaciertos de su gobierno afectan a la mayoría de los mexicanos. Irónicamente, cuando se les pregunta por la situación económica o de seguridad, los encuestados perciben un deterioro de ambas con respecto al pasado.
El 34.2 por ciento percibe que la economía está peor, el 31.8 por ciento que está mejor y el resto percibe que se encuentra igual. La cosa es más evidente en materia de seguridad, 41.2 por ciento percibe peor la situación, solamente el 22.7 por ciento percibe mejoría y el resto considera que se encuentra igual.
Con todo, el apoyo a la gestión obradorista es mayoritario, inclusive después de las elecciones intermedias de 2021. Ningún Presidente de la época que solemos llamar “democrática”, (de 1994 a la fecha), ha conseguido este índice de aprobación.
Quizá Fox gozó de ello, cuando los mexicanos todavía conservaban una especie de apoyo reverente a la figura presidencial, pero en definitiva, no lo consiguieron ni Felipe Calderón ni Enrique Peña Nieto. ¿Por qué entonces, se cuestiona uno, el Presidente insiste en la figura de la revocación de su mandato?
El proceso de revocación de mandato no es común en las democracias presidencialistas, quien la puso bajo los reflectores fue el venezolano Hugo Chávez. Entiendo que la utilizaba como mecanismo permanente de campaña. La oposición venezolana apoyaba el ejercicio y sus diversos grupos de interés se enfrentaban unos contra otros en un proceso por demás polarizador, en el que la abrumadora mayoría deseaba participar, ya fuera a favor o en contra de Chávez.
En los sistemas presidencialistas tenemos las elecciones de medio término, en ellas suele medirse la popularidad del Presidente y los electores deciden si dan o no mayoría parlamentaria para que el Ejecutivo gobierne con o sin contrapesos en el Legislativo. En otros casos, existe la reelección en los países donde está permitida. No es nuestro caso, por supuesto.
En los sistemas parlamentarios, los primeros ministros o presidentes gozan de apoyo mayoritario en el Parlamento, sea con su propio partido o mediante una coalición. Con el paso del tiempo el líder de Gobierno necesita medir cómo lo percibe el electorado, para ello, usualmente recurre a las encuestas. Puede llamar a elecciones y suele hacerlo cuando percibe mayor seguridad de triunfar. En el otro extremo de la balanza encontramos el voto de censura proveniente del interior del Parlamento, y acontece cuando el Primer Ministro o el Presidente pierden el apoyo de la mayoría parlamentaria.
La revocación de mandato a la mexicana es un proceso muy a la mexicana. Quienes se suman al llamado de revocación, recolectan firmas que manifiesten apoyar la medida, son, precisamente, quienes desde la oposición buscan someter al gobernante a un juicio popular.
Paradójicamente, en México juntan firmas para ese enjuiciamiento los que desean que el Ejecutivo se quede al frente del Gobierno. Los opositores del Presidente, en su enorme mayoría, también quieren que permanezca y concluya sus responsabilidades, para lo cual fue electo para un periodo de seis años.
Si quienes apoyan al Presidente desean que se quede y sus opositores desean lo mismo, ¿cuál es la necesidad de gastar cuatro mil millones de pesos en un ejercicio que validaría algo que ya está validado?
Según el Presidente es un ejercicio que vale la pena para fortalecer la democracia en México. Para eso mismo venimos votando en comicios municipales, estatales y federales desde 1997. Sabemos bien que antes de esa fecha, los comicios eran un ejercicio vacío, apenas ritual.
En una nación con tantas necesidades en materia de salud, educación, equidad, seguridad y un larguísimo etcétera, gastar semejante millonada para obtener un resultado que conocemos de antemano, es un despilfarro absurdo y criminal.
La vanidad de Andrés Manuel parece no conocer límites. No le basta, le urge, que cada día que pasa el espejito mágico le diga que él es el más grande de la historia.
Para lograrlo, quiere convertirse en el primer Presidente que una mayoría aprueba mediante su voto tras casi cuatro años de gobernar. Va a llevarse una fuerte sacudida cuando vea que la enorme mayoría se abstiene de acudir a las urnas, enorme mayoría que no otorgó su firma para validar el ejercicio. Existen mecanismos intermedios, mucho menos onerosos para satisfacer su vanidad. Si insiste, fuerte será su desilusión, y peores serán las consecuencias para los mexicanos forzados a soportar sus complejos hasta 2024.
@chuyramirezr