Habitar la ciudad
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“El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar
cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere”
Albert Camus
Las ciudades son fenómenos complejos. En ellas encontramos, desde su fundación o nacimiento, una amplia diversidad de personas, objetos que son estáticos o no: construcciones, parques, jardines, plazas; pero también, clima, vegetación, historia, tipos de suelo, geografía, territorio. Al entrelazamiento entre estos sujetos y objetos y la relación entre ellos, le llamamos fenómeno urbano. Abordar todas las problemáticas de una ciudad de una sola vez es imposible, sin embargo, lo que sí es posible es visibilizar y señalar, de una a una, dichas problemáticas.
Pero, ¿el territorio nos conforma? O ¿nosotros conformamos el territorio? He ahí la cuestión. La palabra ciudad tiene varios orígenes, el más común es el griego o el latín, este último nos dice que ciudad proviene de la raíz civitas, atis, que quiere decir, en origen: el conjunto de todos los ciudadanos. Sin embargo, en su raíz indoeuropea se encuentran claves que van más allá de este origen, este concepto da paso a ideas como: estar situado, encontrarse, asentarse, campamento, madriguera o finca. Por eso, la ciudad y el territorio son puntos de encuentro y también de desencuentro. Porque la diversidad que existe en cualquier comunidad varía como varían las opiniones, los puntos de vista y la perspectiva desde la que se le aborda; de ahí también su complejidad. Dice Pallasma que más que en la casa (la vivienda), la ciudad es un instrumento de función metafísica, ésta estructura la acción y el poder, la movilidad y el intercambio, las organizaciones sociales y las estructuras culturales, la identidad y la memoria. De ahí que sea un fenómeno así de complejo. De hecho, un mismo territorio enmarcado por sus límites geográficos, que generalmente se indican en un mapa por medio de una línea dibujada pero imaginaria, puede haber diferentes ciudades, diferentes estructuras, diferentes maneras de conducirse por estos espacios. O como expresa Calvino: a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. Y también, esta es la riqueza de las ciudades, su diversidad física, espacial, arquitectónica, estas diferencias, como la disparidad de opiniones, es lo que enriquece a las comunidades, el valor o la valentía de escuchar y asumir los diferentes puntos de vista para lograr un consenso; es la utopía. Porque al parecer, lo que se observa es que un lado de la ciudad es beneficiado y el otro es menospreciado, un edificio tiene más valor que otro por alguna razón que desconocemos o que no nos es evidente, al igual que las personas.
En nuestra ciudad; ¿cómo se trabaja, cómo se ama y cómo se muere? ¿cómo se habita? Porque habitar es más que sobrevivir la ciudad, es anidarla, es un espacio que acoge, que envuelve, que protege; o debería. Trabajar, amar y morir, son verbos que se conjugan en primera persona, pero la ciudad es donde los conjugamos en tercera, en plural, como comunidad. Somos individuos insertados en un colectivo y como tal, defender nuestros espacios, aceptar y asumir las concordancias pero también las diferencias, porque en el reconocimiento de la vida en comunidad, tal como en las primeras ciudades, es donde son posibles descubrimientos tecnológicos y formas de organización, la vida en grupo no es novedad, vivimos en grupo y reconocer esto como una ventaja sobre el aislamiento es lo que proveyó en las primeras comunidades el respeto por el derecho de otros miembros y de su vida, sus propiedades, opiniones o valores. No desde la hegemonía del poder o del privilegio, sino usando este último al servicio de los demás, es lo que eventualmente conformará un suelo más parejo para todos, un territorio que más que homogéneo, sea plural, una ciudad que se pueda habitar.